Sábado, 31 de diciembre de 2005 | Hoy
FAN › UN PINTOR ELIGE SU CUADRO FAVORITO: MAXIMILIANO BELLMANN Y UN MONTE FUJI DE HOKUSAI
Por Maximiliano Bellmann
Mi imagen elegida proviene de la serie “Treinta y seis vistas del monte Fuji” de Katsuhida Hokusai. Sus títulos posibles son Bishu Fujimigahara o Monte Fuji visto desde la provincia de Owari.
La obra del círculo central hipnótico, un tubo que gira en una perspectiva imposible.
La obra donde el personaje parece un hamster atrapado en su ilusión de escape.
La imagen del tonel produjo en mí, ante un primer contacto, un tipo de reacción que puedo percibir con precisión más que nada porque me ocurre poco. Pienso en la historia del arte como una base de datos y en la existencia de patrones en esa base de datos que se refuerzan entre sí al vibrar simpáticamente, como notas musicales y sus armónicos.
Los armónicos de Hokusai me despiertan súbitamente, me sacan de mi apatía visual como si hubiera escuchado una campanita.
Me imagino el interior del cerebro de Hokusai, alineando corrientes químicas y eléctricas. Dejando surcos en la masa neuronal, grabando movimientos del ojo, de la mano, de la herramienta sobre la madera, de la tinta sobre la matriz, de los colores en el ojo. Registrando observaciones directas del entorno, de las obras históricas japonesas, de las obras occidentales llegadas de contrabando, vistas con curiosidad ilegal. Hokusai grabando desde adentro hacia afuera, extendiendo los procesos internos de su cuerpo a formas externas, Hokusai expandiéndose sobre la madera en una furia energética descomunal.
Veo el rectángulo.
La forma total es fantástica, horizontal, cinematográfica. Hay un paisaje que parece un escenario sintético. Las partes por separado resultan simples, pero el conjunto es extravagante.
Todas las copias que vi parecen tener un color diferente, las alteraciones del largo proceso de reproducción, una aproximación a los elegidos por el autor.
El dibujo en cambio es más resistente y producto de una fuerza más rígida que fluye con mayor exactitud cruzando las distintas capas reproductivas que me separan de la instancia original.
Hokusai, “loco por el dibujo”, encastra todas las formas en los niveles bidimensionales y tridimensionales, dando la ilusión de continuidad que permite la aparición de la ilusión óptica básica necesaria para empezar el relato.
El monte Fuji se asoma diminuto dentro del ojo del tonel.
El tonel está en el medio del paisaje.
El tonel no tiene fondo, es un hueco de madera.
Adentro el hombre atiende a su tarea, su atención está enfocada en el uso de una herramienta.
El hombre construye o destruye el tonel. Quizás está reparándolo o modificándolo.
El hombre usa su cuerpo para la tarea. Usa la herramienta para extender su capacidad.
Su foco está en el lado interno del círculo.
A su vez las otras herramientas, las que no están siendo manipuladas, han sido colocadas para sostener el tonel desde el exterior, operan sobre el lado inverso del círculo.
El hombre puede concentrarse en su problema, porque ha creado un sistema de soportes que le permite contener el lado del objeto que no podrá atender.
Me gusta que ese desarrollo técnico esté narrado en el trabajo. La organización de una secuencia que simplifica la acción y la hace posible. Me parece una descripción pedagógica. Posiblemente la operación fundamental de la técnica del grabado. Las rocas del fondo, abajo del árbol, son mi detalle preferido. Parecen un caparazón de tortuga.
Lo que más atrae mi mirada es la figura encorvada del cuerpo retorcido en el acto de concentración total sobre un punto espacial diminuto. Sacando un clavo supongo.
Volviendo a la vibración específica de esta obra que me hace resonar, mi hipótesis es la siguiente: me emociona la posibilidad de que un mamífero autoconsciente que reconoce los límites de su poder sobre el espacio y el tiempo pueda elaborar un plan de escape.
La descripción de ese plan, la representación de sus pasos. En una forma que la mirada reconoce y puede amar.
El hamster desmantelando la ruedita.
Monte Fuji visto desde la provincia de Owari
Se cree que el pintor y grabador Katsushika Hokusai (1760-1849) realizó cerca de 30.000 dibujos entre 1796 y 1802, inspirándose principalmente en tradiciones, leyendas y en la vida cotidiana del pueblo japonés. Perteneciente a su serie ukiyo-e (imágenes del “mundo flotante”: la vida cotidiana) Treinta y seis vistas del monte Fuji fue creada entre 1823 y 1829. Su arte era bohemio, totalmente agresivo para el contexto del período feudal de Tokugawa. A pesar de la infinita sensibilidad de sus vistas, a Hokusai no le interesaba ser sensible ni ganar respeto social. Llegó a firmar alguno de sus últimos trabajos como “El Viejo Loco por el Arte” (en sus 89 años cambió su nombre unas treinta veces; Hokusai no era el verdadero tampoco) y vivió en por lo menos noventa hogares distintos.
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