Sábado, 31 de diciembre de 2005 | Hoy
MúSICA > ENRICO RAVA
Es italiano, pero su carrera comenzó a despegar, extrañamente, en la Argentina. Miles Davis le cambió la vida, pero no fue el único; también jugaron su papel el Gato Barbieri, Ornette Coleman, Don Cherry y Steve Lacy. Su nombre es Enrico Rava y en su último disco, llamado Tati, rinde homenaje a ese humorista –y, entre otras cosas más, a la ópera– con un fantástico trío que incluye al pianista Stefano Bollani y al baterista Paul Motian.
Por Diego Fischerman
La sustracción es un método tan bueno como cualquier otro para agregar algo. Ornette Coleman y Gerry Mulligan lo sabían. Sus cuartetos sin piano convertían esa falta, precisamente, en una adición. No son los únicos casos. Uno de los mejores bateristas de la historia reciente del jazz, Paul Motian, además de tocar en el más canónico de los tríos –el que fundó la propia idea del trío como una de las bellas artes–, junto al contrabajista Scott La Faro y el pianista Bill Evans, y en cuartetos tan típicos como el que conformó con Keith Jarrett en piano, Charlie Haden en contrabajo y Dewey Redman en saxo, inventó un trío de sustracción, sin contrabajo y con Bill Frisell en guitarra eléctrica y Joe Lovano en saxo. Y otro especialista en grupos sin, el trompetista Enrico Rava, que formó varios grupos sin pianista, se jugó en su último disco, en el que justamente el baterista es Motian, a un trío con estas características. En Tati, editado por ECM y pensado como un homenaje al genial humorista francés, hay piano –el extraordinario Stefano Bollani, que ya había tocado en varios discos anteriores de Rava–, pero falta el contrabajo. Y esa ausencia es, sin duda, uno de los rasgos más presentes.
La historia de Rava es bastante poco común dentro del jazz, empezando por su italianidad pero, sobre todo, porque en los comienzos se dedicaba al trombón y al dixieland, y tanto la trompeta como el jazz moderno le llegaron de la mano del deslumbramiento que sintió la primera vez que escuchó a Miles Davis. No fue el único descubrimiento que le cambió la vida: en 1962 grabó música para bandas sonoras de películas junto a un saxofonista rosarino llamado Leandro Barbieri y conocido como “Gato”. Tal vez por el contacto con él, quizá por una mujer nacida en la orilla menos agraciada del Río de la Plata, la Argentina se convirtió en una parte fundamental de su derrotero, hasta el punto de que su primer disco fue grabado en vivo en Buenos Aires y el que inauguró su relación con el sello alemán ECM –que publica, entre otros, a Jarrett– incluía en el grupo a varios músicos de jazz argentinos. Por esa época era posible escuchar la voz del actor y locutor Edgardo Suárez presentándolo en la improbable trasnoche televisiva de algún día de semana en la que también participaba el grupo Manal. Tati, además de recordar al bueno de Jacques, homenajea otras cosas, como por ejemplo la ópera. La exquisita versión de “E lucevan le stelle”, de Tosca, de Puccini, continúa la línea de dos discos anteriores de Rava, Rava L’Opera va y Carmen pero, más allá de esa filiación, pone de manifiesto un estilo en que el lirismo establece un juego de tensión y mutua complementariedad con la fluidez de una batería concebida más como una línea de diálogo que como un posible acompañamiento.
Entre las fuentes de Rava, las figura de Chet Baker –a quien le dedicó Shades of Chet–, Don Cherry, Ornette Coleman y Steve Lacy son fundamentales. Ligado en los ’70 a las vanguardias, Rava descree, hoy, de la obligatoriedad de las rupturas. “Fue una época repleta de ideologías y en la que habíamos perdido el sentido de la música por la música”, explicaba en el número de este mes de la revista especializada francesa Jazz Magazine, que eligió a Tati como uno de los mejores discos del año. “Ya no creo que la música pueda cambiar el mundo. Sólo puede hacer la vida más bella, más agradable; enriquecerla”, agregaba. “Adoro a Raymond Carver, su manera de escribir la banalidad, lo cotidiano, y esas cosas pequeñas que cambian las reglas del juego y crean el misterio. O Edward Hopper, siempre en la medianía, pero con un increíble sentido de la dramaturgia. Amo la posibilidad de que haya distintas lecturas de un tema. En Tati, toco ‘The Man I Love’ de modo literal, pero con algunos momentos de deslizamiento. Ya no tengo más el complejo de rehusar a la belleza y de mostrarme irónico a cualquier precio. Por otra parte, es imposible comparar lo que pasó en los últimos veinte años con todo lo anterior. Ningún músico puede negar las emociones que ofrecen Armstrong, Ellington, Billie Holiday, Monk, Gillespie, Miles o Bill Evans. Este período, de Hot a Bitches Brew, produjo una cantidad increíble de genios, un momento tan rico en la historia de la música como el Renacimiento italiano en la de la pintura y la escultura. Hoy es diferente. Para un tipo de mi generación, es genial disponer de todos los lenguajes, de Nueva Orleans a la electrónica, y de todos los medios para exprimirlos. El destino actual del jazz, tal como se desarrolla en Europa, es absorber las músicas que vienen del Este, de Africa, de Asia, del Caribe. Paradójicamente se reproduce la situación de los Estados Unidos a fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando los hijos de los esclavos negros empezaron a hacer esta música magnífica.”
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