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Domingo, 5 de junio de 2011

FAN › UN ARTISTA PLáSTICO ELIGE SU OBRA FAVORITA: ARIEL CUSNIR Y FILóSOFO MEDITANDO, DE REMBRANDT

El exilio doméstico

 Por Ariel Cusnir

Excepto por un gato y una pantera rosa, la primera vez que recuerdo haber copiado una imagen fue con esta obra.

Tenía 11 años, la maestra de dibujo repartió entre todos una reproducción de un artista distinto a cada uno, no sé si la escogió deliberadamente o fue sólo por azar. La dibujé con lápices de colores y algunos marcadores. El resultado fue bastante torpe, no sabía copiar y esa imagen con tantos grises requería de mucha paciencia para pasarla a dibujo. No entendía casi nada de lo que dibujaba, la soledad de un anciano, los símbolos de la escalera, la luz del sol, el calor del hogar, la penumbra y los sonidos de la madera chirriante. Pero me encantó a primera vista y poco a poco fue estimulando mi imaginación. Recordé siempre su nombre escrito bajo la reproducción: Monje meditabundo.

Unos años después me reencontré también con el nombre del pintor en un libro que encontré en la biblioteca de mi tía. Así fue que se renovó el vínculo con la imagen del monje.

Cuesta creer que lo pintó alguien de 27 años.

Tal vez ésta no sea la mejor obra de Rembrandt, bastante solemne y obvia, la imagen de la soledad. Aunque hay algo en ella que produce una extraña y duradera inquietud, pero de ninguna forma su atracción proviene del artificio. Este es casi mudo, casual.

¿Qué clase de autorretrato es éste? Uno profético quizá, como nos imaginamos nuestra vejez. El exilio doméstico y algo del miedo a la soledad.

Fuimos otro día con mi abuelo a la avenida Corrientes y me dejó elegir unos fascículos de pintura; llevé tres: Gauguin, Rembrandt y Miguel Angel. Pero para aquella época, en plena adolescencia, mi gusto estaba lleno de hormonas y emociones, ya no tenía paciencia para una obra como la del monje que me sabía un poco a tristeza, prefería otras más raras y espectaculares como la de Sansón cegado por los enanos filisteos o El rapto de Europa.

Hay algo en Rembrandt que se resiste a la interpretación.

Puede ser inteligente, amable, y tiene un particular sentido del humor; quizá por ternura o por pasión no nos deja compadecernos. Una sonrisa oscura e infantil nos envuelve en sus sombras. ¿Quién había pintado antes sombras como ésas?

Pasó el tiempo y años después vi la película de Greenaway sobre Ronda nocturna, y me ocurrió algo parecido a aquella experiencia de la primaria intentando copiarlo; es en los detalles donde se sugieren las ideas, bajo la forma suave de los climas. Casi podríamos hablar de sabores, de músicas, un rey en el reino de los sentidos. Hay algo de renuncia al tiempo, de suspense y de conciencia mortal. También por eso estas escenas exasperan un poco, por ser un limbo introspectivo, una prisión cálida y acogedora como lo fue el útero materno.

En Japón, decir “que tengas mil otoños” es una forma de decirle a alguien que le deseas la vejez eterna. Para los japoneses, el otoño equivale lo que a nosotros la primavera: es un momento esperado y celebrado por todos. En el fondo, para nosotros, los occidentales, el mundo es de los jóvenes, de los valientes.

Nos gustan demasiado los héroes. Pero este viejo ya está cansado de pelear, quizá nunca lo hizo; lejos de vanagloriarse de sus años buenos, se permite la sospecha y la ironía. Solo resiste, está mascullando algo desde su silencio.

En el monje, el misterio proviene de lo incontestable, la perla dentro de la ostra. Eso me atrae de la obra: la doble voluntad de descubrir y de esconder todo.

Las formas son ideas antes de volverse ideas que se vuelven formas concretas, para relucir y esconderse de nuevo, siempre durmiendo al filo del sentido.


Filósofo meditando
Van Rijn Rembrandt
1632. Oleo sobre madera.
Museo del Louvre

Tras mudarse de su casa natal en Leyden, Rembrandt llegó a Amsterdam donde creó ésta, una de sus obras maestras. El holandés habría trabajado en capas complejas, construyendo su pintura del fondo hacia adelante, con delicados reflejos de luz y una preocupación por el aspecto de los cuerpos sólidos en el espacio. Según una de las intepretaciones que ha suscitado este cuadro, la imagen representa el Yin y el Yang de la antigua filosofía china: la oscuridad y la tierra, y el cielo y la luz.

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