Domingo, 5 de junio de 2011 | Hoy
MúSICA > EL NUEVO DISCO DE PAUL SIMON A LOS 70
Mientras se edita una versión conmemorativa del gran Bridge Over Troubled Waters, con dos dvds que incluyen documentales inéditos y entrevistas, Paul Simon edita un disco nuevo, que es “algo así como una recapitulación de mi carrera”. Con una variedad de arreglos sorprendentes y algunas letras a la altura de sus mejores momentos, So Beautiful or So What trae un puñado de canciones con lo mejor que el Paul norteamericano sabe hacer: grandes preguntas y pequeñas respuestas.
Por Diego Fischerman
El New York Times comentaba Porgy & Bess, de Gershwin, dos días después de su estreno. Decía: “He visto un ruso dirigir a un maravilloso conjunto de cantantes y bailarines negros haciendo la música de un judío; eso es Nueva York”. En 2011, la revista Rolling Stone, en su reseña de So Beautiful or So What, el último y notable disco de Paul Simon, se asombra de dos cosas: la multiplicidad de referencias musicales –al gospel, al music-hall, a las músicas “del mundo” (es decir las no estadounidenses)– y la naturalidad y la falta de impostación con que se manifiestan. No debería. Eso es Nueva York. Es la misma ciudad que se festejó tempranamente a sí misma, con autoconsciencia, en aquella American Folk Opera –así se la presentó en el Alvin Theatre el 10 de octubre de 1935– estrenada por Gershwin y en su mirada sobre ella. Es la misma donde varios jóvenes –y varios de ellos judíos– confluyeron a comienzos de los ‘60 para reinventar como música urbana el folklore de los Apalaches.
Ese gesto de apropiación, en todo caso, era ya un prenuncio de lo que uno de ellos, Paul Frederic Simon, haría a lo largo de toda su carrera y, claro, seguiría haciendo ahora, próximo a cumplir setenta años. La inclusión del grupo Los Incas en “El cóndor pasa”, una especie de huayno, tema que alguna vez había sido parte de una zarzuela compuesta en 1913 por el compositor peruano Daniel Alomía Robles, Stéphane Grappelli tocando el violín en “Hobo’s Blues”, en su primer disco solista, en 1972. Y, después, Los Lobos, y Ladysmith Black Mambazo, y Milton Nascimento, y Olodum. La koba de Yakoura Sissoko en la bellísima “Rewrite” no debería, entonces, llamar la atención. Como no debería hacerlo, tampoco, la percusión india en “Dazzling Blue”, la extrema síntesis de “Amulet” (poco más de un minuto, Simon sólo con su guitarra) y, en el otro extremo, la suntuosidad del arreglo de “Question for the Angels” o el tour de force de “Getting Ready for Christmas Day”, puesta en el ritmo de (y sostenida por) una suerte de extraño rap: el sermón del reverendo Gates y las respuestas de su congregación. Habían pasado cinco años desde el disco anterior (el excelente Surprise) y se trata del décimo segundo de una trayectoria ejemplar, donde la obviedad de hitos como Graceland o The Rhythm of the Saints (1986 y 1990, respectivamente) acaba ocultando álbumes imperdibles, como Still Crazy After All These Years (1975), You’re The One (2000) o el maldito Songs From The Capeman (1997), el destilado de la comedia musical más alabada por la crítica y más fracasada de la historia (pérdidas finales de más de 11 millones de dólares), donde Rubén Blades protagonizaba la historia de Salvador Agrón, un portorriqueño condenado a muerte a los 16 años por haber matado a dos chicos blancos a los que había confundido con integrantes de una banda rival. Un nuevo final infeliz para West Side Story.
Pero The New York Times, en la misma edición del 12 de octubre de 1935 en que alababa Porgy & Bess y le cantaba a su neoyorquismo, ponía en duda su pertenencia al mundo de la ópera y criticaba números como “Summertime” por ser demasiado populares. Y eso también era parte de esa ciudad plural hasta el abismo. Y, curiosamente, el mismo diario, en noviembre de 1969, comentaba el estreno de una canción, en el primero de los dos conciertos de Simon & Garfunkel en el Carnegie Hall, diciendo: “Con reminiscencias de las ‘canciones de fe’ que alguna vez fueron grandes favoritas en circuitos menos prestigiosos, parece inconcebible que esta clase de anacronismo pueda ser ofrecida naturalmente en un concierto de Simon & Garfunkel”. La canción, que saldría editada en un single dos meses después, se llamaba “Bridge Over Troubled Waters” y el crítico, John S. Wilson, agregaba: “Lo que resulta más asombroso es el entusiasmo y las ovaciones del público”. No fueron los únicos. Una semana después de su publicación, en enero de 1970, Elvis Presley, Aretha Franklin y Willie Nelson ya habían pedido los derechos para grabar sus versiones del tema. Y en marzo de ese mismo año lo grababa Quincy Jones, que con su impactante lectura à la rhythm & blues, cantada por una extraordinaria Valerie Simpson y con solistas como Herbie Hancock en piano, Toots Thielemans en armónica, Eric Gale en guitarra, abriría el que tal vez haya sido su mejor disco, Gula Matari. Incidentalmente, la ejemplar reedición encarada por Sony de Bridge Over Troubled Water, el álbum de Simon & Garfunkel que incluía aquella canción –y el último disco del dúo–, a cuarenta y dos años de su publicación original, coincide con la aparición del nuevo disco de Simon, aquel que muy tempranamente, mientras era un ídolo de la canción juvenil, comenzó a a ser estudiado en las cátedras universitarias de literatura. Aquel que, como buen neoyorquino, trabajó en una película de Woody Allen haciendo el papel de Tony Lacey, un productor de cine, en Annie Hall.
El álbum final de Simon & Garfunkel (un final cantado en “The Only Living Boy in New York”, en “So Long Frank Lloyd Wright” y, claro, en “Why Don’t You Write Me”) fue un éxito sin precedentes: 10 semanas al tope de Billboard y, en Inglaterra, el disco más vendido durante 231 días seguidos. La nueva edición, además de un folleto rico en fotografías, muy buenas notas de Michael Hill y Anthony DeCurtis y una muy buena remasterización, ofrece un dvd que incluye dos documentales sobre el dúo, Songs of America, emitido por la televisión en 1969 y desaparecido desde entonces, y The Harmony Game, acerca de la factura de Bridge Over Troubled Water, con entrevistas actuales a Simon, a Art Garfunkel y al productor del disco, Roy Halee. Y el último disco de Simon, “una recapitulación de mi carrera”, según él, empieza, en las notas incluidas en el folleto, con una exegesis a cargo de Elvis Costello, y acaba, como las buenas novelas (norte) americanas con una profusa lista de agradecimientos, entre otros a B. B. King, por haberle hablado de las grabaciones del Golden Gate Jubilee Quartet realizadas a fines de la década de 1930, durante una conversación que mantuvieron en el backstage del concierto por el 25 aniversario del Hall de la Fama del Rock’n Roll, y “a mi amigo Philip Glass, que parece saber cómo encontrar la armonía que olvido poner en mis canciones”. Producido por Phil Ramone, por allí han pasado la historia de un ex soldado en Vietnam que recuerda, o se recuerda, algo que podría ser su vida o un guión para alguna obra, cuestiones de fe (y de falta de fe), las grandes preguntas y las pequeñas respuestas. Quien se pregunta y quien tiene la sabiduría de no siempre encontrar la palabra exacta para contestar es el mismo que alguna vez habló de los sonidos del silencio o de Mrs Robinson o de ese hombre miserable que se compara con un boxeador vencido que permanece de pie. Es uno de los compositores e intérpretes de canciones más lúcidos, sutiles, conmovedores y exactos en su expresividad que puedan imaginarse, todavía hoy, después de tantos años.
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