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Domingo, 4 de diciembre de 2011

FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: DIEGO FRENKEL Y “HEAVEN”, DE TALKING HEADS

Una plegaria pagana

 Por Diego Frenkel

Me veo frente a la difícil encrucijada de elegir una canción, de tener hoy una favorita, entre miles, infinitas canciones que renacen cada vez que las escucho. ¿Qué es una canción? Entre otras cosas, un recorte en el tiempo, un tiempo dentro de otro. Un año luz, en tres, cuatro minutos. ¿Qué elijo? ¿Una de Spinetta? ¿Lennon? ¿Violeta Parra? ¿Cash, Dylan, Thom Yorke, Virus, PJ Harvey, Anthony and The Johnsons, Massive? Hoy elijo, para destacar entre el vasto universo de sonoridad y poesía, la canción que nombra lo vasto, lo enorme (lo abismal) y lo indeterminado: “Heaven” (“Cielo”), de los Talking Heads.

La escuché por primera vez en el vinilo de mi amigo Ricardo Holcer, el director de teatro, en su departamento, donde nos juntábamos frecuentemente después de los shows de mi banda Clap a escuchar música hasta las 6, 7 de la mañana. Aquél era un lugar de muchos descubrimientos y, si bien yo ya conocía a los Talking Heads, recuerdo la emoción de esa canción en el medio de la noche, y representando fuertemente un estado de ánimo general de todos los concurrentes. Casi siempre lo primero que me emociona de las canciones es la música, en especial si es en un idioma que no es el propio. Pero ante una canción de tanto contenido místico y filosófico como “Heaven”, uno no puede obviar ciertos párrafos que conmueven tanto como la melodía, como pasa en el estribillo.

“El cielo es un lugar donde nunca pasa nada”, reza Byrne en el estribillo de la canción, en la que Heaven es un bar, un club de rock, poblado de seres solitarios, donde la canción es siempre la misma y la banda no cesa de tocarla, y captura una época, una generación que, envuelta en la vacuidad del presente y la desilusión de todos los ideales, no hace otra cosa que repetir como un mantra salvador esta melodía que llega hasta los huesos, que quiebra el nodo del alma y expande la conciencia. Quienes nacimos a mediados de los ’60 (o antes incluso), fuimos parte de un mundo que se sustentaba en ideales durante la infancia y cierta parte de la adolescencia, fundamentado en la ilusión de un cambio. Parte de esos cambios fueron una realidad –la revolución sexual, la liberación femenina– y tuvieron una apertura inevitable en el mundo artístico hacia un mundo menos rígido. También hubo una revolución tecnológica basada en la posibilidad de que el hombre saliera de la Tierra, lo que generó mucha inspiración, y la idea de que el mundo no se terminaba en nosotros mismos. Para mí, la canción posee un contenido interesantemente ambiguo, que tiene que ver con que la letra dice por un lado que el cielo es un lugar donde nunca pasa nada, como diciendo que las cosas que suceden, suceden en esta vida y en esta Tierra; pero a su vez el contenido musical de la canción tiene una sonoridad casi religiosa, y de este modo lo que hace es algo así como procesar una nueva forma de fe, no tradicional. Y, sin abandonar este sentimiento, sostiene esa tensión entre un escepticismo de época, el golpe a los ideales –hacia fines de los ’80, esa generación que en la Argentina estaba saliendo de la dictadura; en Inglaterra era post-thatcherismo; en EE.UU., post-Reagan– y una fe interna. En esa época en que yo lo estaba escuchando por primera vez, que fue muchos años después de la composición del tema, es cuando en el mundo empezaba a instalarse el pensamiento neoliberal, ultramaterialista, y es una época de gran contenido dark en muchas bandas, una influencia muy fuerte para toda mi generación.

Lo más simple, lo fortuito y lo trascendente, en pocos y sencillos acordes y una plegaria pagana, atea, para la posteridad.

Confesión: de chico soñaba con ser escritor, y la música llegó a mí por accidente, en mi accidentada vida; y, como para gran parte de esta generación que describe la canción, la música fue el resultado de la urgencia, un salvavidas que se volvió pasión, sentido y labor.


Diego Frenkel sigue presentando en la Ciudad de Buenos Aires su disco electroacústico El día después. Lo acompañan en la presentación Florencio Finkel (voz y bajo), Lucy Patane (guitarra y voz), Pedro Bulgakov (batería, percusión, tablas), Victoria Carambat (voces) y Poli Sallustro (piano y coros). El sábado 10 de diciembre a las 22 en Boris Club de Jazz, Gorriti 5568. Entradas: $ 60, a la venta a través de www.tuentrada.com o en boletería.

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Jerry Harrison (izquierda) y David Byrne en agosto de 1978, en el Jay’s Longhorn Bar, Minneapolis.
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