Domingo, 4 de diciembre de 2011 | Hoy
DEBATES > EL LIBRO DE JORGE JINKIS SOBRE LA MEMORIA
Psicoanalista y ensayista, en Violencias de la memoria, una recopilación de artículos de una cohesión asombrosa, Jorge Jinkis indaga con respeto e inteligencia los discursos imperantes sobre la memoria, los testimonios, las políticas, la justicia y los derechos humanos, exponiendo sus matices, sus puntos ciegos y sus exclusiones a la luz de esa gran herramienta de la intimidad tan nombrada como poco usada en el campo intelectual argentino: el psicoanálisis.
Por María Moreno
Violencias de la memoria, de Jorge Jinkis, como gran parte de los libros de ensayos, constituye una recopilación de artículos de ocasión que han salido antes en revistas que nacen de la amistad y de su maestría –en este caso, Conjetural y Diatriba–; devenidos capítulos arman un cuerpo de una coherencia tal que parecen no haber precedido nunca por separado al formato actual.
Son intervenciones sobre la memoria, la verdad y la violencia en torno de lo que operativamente se llama historia reciente o lo que, con más irreverencia, una gran escritora e hija de desaparecidos, Mariana Eva Pérez, autobautizada “la Princesa Montonera”, llama “el temita”: serían artículos de primera necesidad si lograran la forma breve para poder aparecer en los diarios, en donde a menudo la restricción y el plazo no son el límite sino la oportunidad de una palabra que no siga la doxa opinante y limite los habituales reduccionismos o cartillas ideológicas. Porque en el entramado de esas páginas fuertes hay algo así como pequeñas causeries o epifanías políticas creadas de acuerdo con una etimología que Jinkis prefiere de la palabra “discusión”: sacudir algo especialmente con amigos. Hasta se me ocurre un título para su conjunto también sacado de sus páginas: “Textos provocados”. Alguna vez, y ahora lo escracho, Jorge Jinkis me confesó no saber hacer para un diario lo que, de hecho, él parece no saber que hace fuera de lugar, es decir el lugar que él quiere (las revistas en donde se piensa con otros hasta que las ideas difuminan la autoría y se comparten las referencias y los términos en los que se discute) y, a riesgo de correr el ridículo señalándole a un psicoanalista actos sintomáticos, me atrevo a decir que esos textos pertenecientes a otros mayores pero autónomos tienen ya el tamaño de una columna de opinión. Los hay en tono de comedia como el que imagina un bestiario argentino en el que figuran desde la Hiena Castro hasta el Peludo Irigoyen, otros están hechos a la manera de una investigación irrefutable como el que recopila la inversión simétrica en ciertas conmemoraciones “como el 2 de Abril –cito–, Día de Reafirmación de los Derechos sobre las Islas Malvinas en lugar del de una operación militar sin estrategia y con saldo trágico para nuestros soldados” o “el 24 de Marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia y no el del golpe que sabemos”. En la página 29 de la introducción que llama “Inclemencias”, Jorge Jinkis (gloso) define de manera ejemplar cómo sería deseable inmiscuirse –este verbo no hace familia con ningún sustantivo, es un verbo de acción– en asuntos que nos conciernen a todos, no para hablar de o sobre algo, ni en nombre de nada o de nadie, ni con un saber enamorado de sí y por eso capaz de convertir el acontecimiento en una de sus ilustraciones, ni reduciéndose a los reclamos éticos que frecuentan la conciencia, es decir para hablar sorprendido por la contingencia, sólo por querer esa inscripción contingente. Yo agregaría (en un periódico) eso que le reclamo a Jinkis, sabiendo que no lo haría como analista, pero sin que el psicoanálisis falte y menos como experto, o desde las páginas de la sección Psicología.
Digresión: ¿por qué en ninguno de los intelectuales en medios la referencia es el psicoanálisis, en un país sobre el que se ironiza como el principal apestado? Para Jinkis, los términos rectores testimonio y memoria se definen más allá de la voluntad: “El testimonio también testimonia de las lagunas, de los quiebres y fracturas, de los cortes y de las discontinuidades a las que los historiadores (pero no sólo ellos) llaman revoluciones, catástrofes sociales, matanzas”. “Si la transmisión de un hecho del pasado sufre una censura, se transmite esa censura como marca, como agujero, como mancha, como tachadura. La memoria es también memoria de los atentados que sufre”. Es que una memoria sin inconsciente es una memoria como de un poema escolar cuyo sentido se recuerda menos que su machaconería, y es a menudo lo que los ensayistas de la memoria ejercen con mayor o menos sutileza. El consenso –palabra que Jorge Jinkis no quiere– que informa la memoria bajo la volanta de derechos humanos considera con justeza al testimonio más allá de su rendimiento judicial, pero se lo rinde, en cambio, a una verdad fáctica extraída por el periodista investigador o el historiador positivista. Como si el acontecimiento traumático fuera un cuadro fijo al que habría que descubrirle, tras sus capas superficiales, el pentimento como original. En un libro valioso, Testimonio en resistencia de Philippe Mesnard, se cita una intervención de Shoshana Feldman y Doris Laub sobre un testimonio en el que una sobreviviente de Birknau se equivoca sobra la cantidad de chimeneas que explotaron durante la revuelta del 4 de octubre de 1944. Escriben que el testimonio de esa mujer no es sobre la cantidad de chimeneas que explotaron sino de otra cosa más crucial: la realidad de un acontecimiento inimaginable.
Otro lugar común es el de afirmar la complicidad colectiva de la población con el terrorismo de Estado. En “Sterben Sie?”, Jinkis discute esa afirmación que a menudo suele enunciarse en primera persona del plural para anular diferencias mientras reclama los beneficios de una confesión sin consecuencias.
Jorge Jinkis pregunta si la prosecución sonámbula de la vida cotidiana puede llamarse complicidad. Quien como él, que no podría hablar sin psicoanálisis y por eso considera político su inmiscuirse, puede desconocer la capacidad de no querer saber, de negar lo que se tiene ante las narices –si no estuviéramos hablando de cosas serias, incluso graves, diría que no hace falta el psicoanálisis para saber sobre no querer saber, basta, por ejemplo, con ser cornuda o cornudo–. La complicidad, escribe, no fue resistencia, pero tampoco asentimiento. Y apunta: “La acusación masiva de complicidad con el terrorismo de Estado sigue la lógica de ese Estado, guiado por un principio de identidad (occidental y cristiano) que volvió indiferenciados a los sujetos e innumerables a los muertos”.
Jinkis saluda la resistencia de intelectuales, artistas, científicos (la palabra “resistencia” parece ser precaria al dejar ligado a quien la ejerce al intento de arrasamiento que se ejerce sobre él, se podría hablar en cambio de verdadera invención e imaginación). También nos recuerda que el testimonio no es individual: hay en él otras voces, textos, marcas, ni olvido ni memoria obedecen a la voluntad, el olvido puede acontecer inadvertidamente y el recuerdo actuar en silencio o irrumpir sin ser llamado, es decir, no son del todo “nuestros”.
En Europa y luego en la Argentina existen museos de la memoria levantados en ex campos de concentración. La pregunta más audaz la lanza Jinkis en un capítulo titulado “La memoria en el museo” (uno de los pocos textos inéditos antes de la aparición del libro): “Por qué razón los lugares en donde se acogen los testimonios se los clasifica y tal vez forman parte de una pedagogía de la catástrofe; son esos mismos sitios los que tienen valor documental. ¿No se estaría escribiendo sobre letras, borroneándolas? Se puede seguir el encadenamiento de antagonismos históricos que permite hallar bajo una Iglesia Católica los restos de una mezquita o una sinagoga, a su vez, quizá, construidas sobre templos visigodos o románticos. Una sobre otra en el mismo lugar, la función de la tachadura se emparienta con el entierro. Sin reducir a ello la escritura, ¿es inevitable reproducir ese gesto?”.
Sabiendo que hace una construcción imaginaria, Jinkis dice (“digo con la delicadez de un ‘no’ dirigido a gente amiga”, aclara) que los campos, como loci de memoria, se mantengan tal cual fueron hallados para que entre allí el tiempo y realice las ruinas de esos abismos de nuestra historia. Otra pregunta audaz que se recorta en Violencias de la memoria irrumpe en la interpretación de que el sobreviviente a menudo se suicida, cumplido el testimonio, como si venciera una prórroga de una cita con los que no lograron sobrevivir. Esta pregunta que demuele a la escritura como sublimación –es el sobreviviente Robert Antelme quien la repudió altivamente como tal– es: “¿Quién puede decir si el suicidio interrumpió el relato o aquél sobrevino cuando se alcanzó la imposibilidad de interrumpirlo?”. Durante años he entrevistado a sobrevivientes, englobando quizás imprudentemente en esta palabra no sólo a los que pasaron por los campos sino a ex presos políticos y exiliados. Si la escritura del testimonio no puede ser sublimación, tampoco sería “neurótica” (luego de haber declarado ante los tribunales) la imposibilidad de escribir sobre la experiencia vivida que inquieta a muchos de ellos o sus vacilaciones apenas despejadas en uno u otro artículo escrito con angustia ante la urgencia de un pronunciamiento político, mientras difieren el libro que dicen planear: ellos saben que, de empezar no podrían, tal vez, parar nunca, que se puede resguardar la vida sobrevivida eludiendo la obra que, se sueña, contendría la totalidad de sus testimonios, a menudo tramados en polémicas necesarias.
Si Jorge Jinkis pusiera sus causeries o epifanías políticas en el lugar contaminado de un diario, podría sacudir, es decir discutir con más destinatarios: aquellos que sienten que sus palabras los han sacudido, aunque tengan que buscarlas en los diarios que también repudian como él, palabras como “consenso”, “amnistía”, perdón”, “reconciliación”. De todos modos seguro que sabría –ésta es una paráfrasis de una frase de Jacques Cocteau– alcanzar, por sobre la cabeza imaginada del lector masivo, el corazón de los amigos con los que hace revistas: Eduardo Grüner, Luis Gusman, Juan Ritvo, Sara Glasman, que él llene los puntos suspensivos...
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