Domingo, 27 de octubre de 2013 | Hoy
FAN › UNA ARTISTA PLáSTICA ELIGE SU OBRA FAVORITA: LAURA SPIVAK Y LA VENTANITA, DE MARGARITA GALETAR
Por Laura Spivak
Conocí la obra de Margarita en el año 2000, en una muestra que se llamó “Margarita Galetar contada por su hija Liliana Porter”, en el Espacio de Arte de la Fundación Andreani.
No me acuerdo con exactitud qué fue lo que me gustó tanto en ese momento. Seguramente tuvo que ver con la fascinación por el grabado, por las marcas del agua en el papel, la tinta, el gofrado (hacía un año que venía especializándome y desarrollando obra gráfica, totalmente imbuida en la materia).
En mi última mudanza, en medio del caos, guardando libros en cajas (y cajas y cajas), volví a encontrarme con el catálogo de esa muestra, que había logrado sobrevivir, desde entonces, a los múltiples cambios de casas que fui transitando por esos años. Fue un encuentro revelador, empático. Pero esta vez lo que me conmovió no fue sólo la belleza de sus grabados y dibujos, sino también lo que Margarita cuenta en sus obras. Su postura ante el arte y ante la vida, si es que ambas cosas pueden interpretarse por separado.
En ese catálogo, su hijo Luis cuenta que Margarita construía su arte con el material de cada día. Que su arte no se limitaba al taller. Que el taller era la vida y su oficio la belleza. Que no había diferencia para su creatividad, entre poner la mesa o darle ritmo y color a una serranilla. Que su casa era una casa taller, una fábrica de momentos lindos, que permanece en la memoria como un jardín en verano.
De entre todas sus obras (dibujos, grabados, poemas, libros ilustrados, cartas) La ventanita es una de mis favoritas. En ella aparecen muchos elementos que se repiten a lo largo de toda su producción: palomas, soles, barcos... y la casita. Casita a través de la cual, según su hija Liliana, probablemente intentara reconstruir simbólicamente la casa de su infancia, borrada por el fuego, donde murieron su padre y su hermana María.
La obra es honesta, transparente. Quizá por eso los soles tienen caras y las palomas, a pesar de estar de perfil, miran de frente. Es fresca y afectuosa. Te da la bienvenida y te invita a curiosear por la ventana, despojando las contracturas impuestas a las que estamos sometidos diariamente. Se percibe el registro del otro, en un claro deseo de comunicarse. Será por eso que es un grabado. Porque sus posibilidades de reproducción le permiten expandirse y compartirse. Será por eso también que su obra está diseminada por múltiples lugares y en manos de mucha gente.
Con aparente ingenuidad de soles y palomitas, en esta obra y en muchas otras, Margarita se planta con fortaleza y profundidad frente a los grandes temas, y destaca la importancia de la belleza, entendida como fundamental y necesaria para la vida. Y la felicidad, en su sentido más amplio y filosófico. No la felicidad boba, abundante. Sino la que se encuentra tanto en los pequeños actos cotidianos, en los pequeños gestos, como en la decisión de haber elegido transitar la vida honestamente libre.
Dice Margarita: “Mi obra humilde y sencilla (...) es una manera de comunicarme con mis semejantes. Una manera de decirles que los amo, porque creo en la vida, en el amor, creo en el hombre y en la superación de toda angustia y desesperanza... Porque creo... que siempre hay un nuevo día esperándonos. Un nuevo día para la juventud que sueña, lucha y muere por el derecho a su pedazo de felicidad. Y entonces una ventana está abierta”
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