“El Encuentro hace pasar sobre el sujeto amoroso la estupefacción de un azar sobrenatural: el amor pertenece al orden dionisíaco del golpe de dados”, anotaba Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Y la descripción bien le calza al trabajo del fotógrafo Matt Weber, un neoyorquino que durante las últimas tres décadas y media se ha dedicado a la laboriosa tarea de capturar la vida diaria de la Gran Manzana, prestando especial atención a los besos anónimos, esa casualidad metafísica. En el subte, la playa o bajo un farol, el artista –que reúne el amplio espectro en su libro Urban Prisoner– los tiene a todos. ¿Intima observación o simple voyeurismo?, se debaten unos cuantos ante las pasionales imágenes que el norteamericano comenzó a fotografiar en 1978 cuando, siendo taxista, veía las postales tras el volante y sentía el imperativo deseo de apropiárselas. Deseo que transmite su romántica serie, llena de besuqueo y algún que otro manotazo (y no justamente de ahogado).