Domingo, 14 de marzo de 2010 | Hoy
SALí
Chau Campeón: La mejor bondiola del universo en una parrillita lunfarda.
Está a una cuadra del Abasto, más cerca de aquel mercado casi olvidado al que le cantaba Luca Prodan que del Shopping que congrega Baficis, familias en el patio de comidas y personas corriendo violentas los días de rebajas. Está casi escondida, y si “chica pasa con temor” no la ve. Pero “no tengas miedo, no”. En Lavalle, la calle con árboles y tomates podridos por el sol, ahí se esconde la parrilla Chau Campeón. Vale la pena encontrarla.
La descripción breve y austera sería: para comer rico, barato y al paso, tiene una barra en la que muchos vecinos hacen el “de dorapa” y tres o cuatro mesitas afuera para los que corren con suerte, o para las familias de la zona que se acercan o, también, para los borrachines amigables de los alrededores. Ese es el público estable.
Sin haber probado la bondiola que sale de aquella parrilla, nadie puede decir que sabe efectivamente lo que es una verdadera bondiola. El sánguche, generoso, sale $15 y llena cualquier vacío. Hablando de ídem, vale mencionar que el vacío al plato del lugar es un manjar digno de la realeza. Todo se puede acompañar con papas fritas de esas tan porteñas que casi ya no existen (blanditas por dentro, doradas y crocantes por fuera). Atención: lo que llaman la “porción grande de fritas” no exagera, sino que describe. Con respecto a la ensalada, hay que decir que van mucho más allá de la criolla y manejan un amplio rango de opciones.
Las bebidas, todas (vino, cerveza, gaseosa), son “por ley” en botella grande y por supuesto que se puede pedir el clásico de las parrillas como choripán y morcipán, pero que acá, señoras y señores, saben aún mejor que en cualquier otro lado.
A la pequeña elite que desde hace años mantenía oculta esta joya, hay que pedirle disculpas desde estas líneas por develar el secreto mejor guardado de Abastonce. Y a los nuevos que se aventuren, se les implora reverencia y respeto, pero con un sincero deseo: buen provecho.
Chau Campeón queda en Lavalle 3064 y suele estar abierto de lunes a sábado de nueve de la noche a dos de la madrugada, aproximadamente. Delivery al 4864-1644
La mezcla perfecta
Bar Grau: Entre cantina clásica y bodegón con onda, tan peruano como porteño.
El almirante Miguel Grau fue un heroico y destacado patriota peruano. En Lima hay calles, plazas y hospitales con su nombre y, en casi cada ciudad del mundo en donde haya un peruano radicado, suele haber un “Bar Grau”. Hay uno en Barcelona, por ejemplo, y otro medio escondido en la calle Jean Jaurès, justo ahí con un pie en Once y otro en Almagro.
Así, mix absoluto. Con este nombre patrio peruano y emplazado a pocas cuadras del Abasto, el Bar Grau sirve comida muy argentina en porciones generosas y con precios más que razonables. Platos repletos de los que se hacen vianda para llevar, que van desde milanesa con papas fritas, bife de lomo con papas, vacío al horno con ensalada hasta un sinfín de minutas. Lo más caro de la carta (escrita con tiza sobre las paredes pizarra que suben un metro desde el suelo) sale $17. La cerveza es de litro; las gaseosas, grandes, y la máquina de café está siempre encendida.
Aunque está a la vuelta de la Ciudad Cultural Konex (congregador oficial de público en el barrio de lunes a lunes), parece que el Bar Grau aún no fue del todo descubierto porque casi siempre hay lugar. Celso, uno de los dueños, cocina, atiende y levanta las mesas, entrega los deliveries, abre y cierra el local, saluda a los amigos que pasan, charla con la clientela y prende la tele sólo cuando hay partidos de fútbol (si no, pone alguna radio amena, de esas FM retro con éxitos de ayer en la que los locutores hablan poco).
Hay muchas cosas hermosas en el Bar Grau, como por ejemplo su decoración sobria, pero lo que más lo destaca estéticamente es una suerte de luz mágica que entra cerca de las seis de la tarde por las dos ventanas que dan a la calle. Si consiguen alguna de las dos mesas con esa vista, es casi obligatorio hacerse una foto.
Bar Grau queda en Jean Jaurès 273 y está abierto todos los días desde
las nueve de la mañana hasta la una, aproximadamente.
Expertise en pollos
Carlitos: El restaurante peruano con karaoke que se ganó el corazón del barrio.
En el límite difuso que separa Almagro de Once y algunos llaman “Balvanera”, en realidad está el Bronx porteño (al que localmente se conoce como “Abastonce”), que mezcla en un radio de pocas cuadras a judíos ortodoxos con coreanos, japoneses, árabes, africanos, dominicanos, paraguayos, porteños y peruanos, entre otros. Justo ahí, se ubica el corazón de Lima en Buenos Aires y, por supuesto, hay un restaurante que es el Aleph de todas estas cosas: Carlitos, que ofrece “lo mejor en pollos a la brasa para degustar en su mesa”. Y cumple.
“Ecléctico” es el mejor adjetivo para describir al público del lugar. Lo más familiar de la comunidad peruana, exultantes travestis, trabajadores de la zona, albañiles y oficinistas, estrellas en decadencia, fetiches de la noche porteña y chicos arties que descubrieron los buenos precios.
Se come opíparamente por 25 pesos por persona como mucho y, porque casi siempre sobra, se estila pedir vianda para llevarse los deliciosos restos. Al mediodía hay una oferta más que tentadora que incluye entrada, primer plato, bebida y postre por $12. Aunque suele estar repleto, siempre hay lugar y, además, hacen deliveries. La especialidad de la casa, por supuesto, es el pollo, y una pollada familiar alcanza como para mamá, papá, tres hijos y hasta abuelos. De entrada, son muy recomendables las papas a la huancaína, un plato típico.
Sonoro y colorido, por el restaurant pasan sin cesar, mesa a mesa, vendedores ofreciendo lo que sea: golosinas peruanas, cedés, juguetes y etcéteras eternos. Pero lo que de verdad vale la pena ver es la máquina de karaoke, que funciona a las mil maravillas, aunque, en general, pocos se animan a salir a cantar sobre las pistas.
Carlitos queda en avenida Corrientes 3070 y está abierto todos los días menos los miércoles,
desde las 13 hasta la una de la madrugada, aproximadamente.
El bar abrió hace un año y ya congrega multitudes. Es favorito de muchos por variadas razones: los vecinos van porque “no es caro”, los turistas van porque “es típico”, los estudiantes van porque hay “buena onda”. Y ahí se juntan todos. Se llama Sanata y está justo en la esquina de Sarmiento y Bustamante.
Llama la atención desde lejos, porque todo su frente es un mural tanguero. Cartas de truco y la cara de Gardel sólo para empezar decoran las paredes de adentro y de afuera. Estacionada en la puerta, además, está la combi también pintada de David, el dueño, que hasta hace un año era el imprentero de la cuadra y ahora, además, es el anfitrión de este local que, entre otros emprendimientos bohemios, organiza milonga todos los domingos y le presta el escenario a cualquiera que quiera subirse a tocar. Vale aclarar que el público habitué, o sea los que se trepan a escena al random sobre las tablas que ofrecen sonido perfecto y hasta un piano blanco de media cola, son los alumnos del Conservatorio Superior de Música de la Ciudad de Buenos Aires Astor Piazzolla, que queda a una cuadra. Así que atención: se puede ir a tomar café o comer algo y, quizá, cruzarse con un excelso músico en pleno ataque de musas.
A la mañana está Moscato, el mozo que aunque le cuesta levantarse prefiere ese turno para tener la noche libre para tocar y, en general, ese el momento de jams, diarios y café. Para terminar el día, hay ofertas variadas como pizza para dos y cerveza de litro por $30 y varias jornadas con shows que, en vez de a la gorra, son al sobre (dejan uno sobre la mesa para que el público haga su aporte con discreción).
Sanata queda en Sarmiento 3501, esquina Bustamante, y está abierto de lunes a sábados de ocho de la mañana a tres de la madrugada, aproximadamente, y los domingos desde las nueve de la noche.
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