SALí
› Por Cecilia Boullosa
Delia: de abuelas y de Shakespeare
Delia Bacon fue la primera persona que, en el siglo XIX, intentó probar que Shakespeare nunca existió y que las 37 obras de teatro que se le atribuyen fueron escritas en realidad por un colectivo de políticos y filósofos de los tiempos isabelinos. Contemporánea de Whitman, Emerson y de Hawthorne –quienes oportunamente la calificaron como una de las mujeres más brillantes y elocuentes de su tiempo–, perdió el juicio y la razón defendiendo su polémica teoría. “Se me había ocurrido bautizar Delia a este espacio porque es el nombre de mi abuela, y cuando descubrí la historia de esta otra Delia me decidí por completo”, cuenta Cristian Rojas, a cargo del restaurante que funciona desde hace seis meses dentro de El Extranjero, a su vez una de las salas más nuevas de la escena independiente, con apenas un año de vida.
Rojas, con experiencia en hoteles boutique y actor él mismo, se las ingenió para montar un ambiente cuidado con mucho de su impronta y una estética teatral e invitante: jarrones con flores frescas en cada mesa, velas, cuadros y fotos de escritores y dramaturgos (Beckett, Cortázar, Camus), espejos, una biblioteca de libre consulta y partes de escenografías, como unos inquietantes bebotes apoyados en estantes, son algunos de los subrayados de esta atmósfera. El café llega en vaso de vidrio y con trufa de cortesía, el azúcar en azucarera antigua en lugar de sobrecitos.
Uno de los aciertos más simpáticos de Delia es que los platos especiales que se sirven cada noche son recetas sugeridas por actores, directores y gente del teatro, que van rotando cada tanto. Algunos de los que ya pasaron, por ejemplo, son Rafael Spregelburd (propuso pollo thai al curry rojo y también una carbonada criolla), Maruja Bustamente (ñoquis de remolacha), María Onetto (risotto con funghi), Celina Font (torta mousse de chocolate y Baileys), Ricky Pashskus, Agustín Mendilaharzu y varios más. Más allá de estas opciones, hay meriendas, hora feliz extendida –de 8 de la noche al cierre– con tragos bien clásicos como Negroni o Bombay y tónica, y tapas, sánguches gourmet, focaccias, ensaladas y sopas calientes y frías. De esta carta, estacional, uno de los platos con más salida es el emparedado de lomito, cebollas asadas, tomates secos, queso sardo en escamas y rúcula en pan árabe ($ 40). Siempre hay opciones vegetarianas.
El resto del plantel anfitrión se completa con Romina Jerés, chef autodidacta y también maquilladora y vestuarista, y una camarera, que además es actriz. Un circuito que empieza y culmina en el teatro.
Delia (cocina en movimiento) queda en Valentín Gómez 3378. Teléfono: 3965-6543. Horario de atención: jueves a domingo, de 18 a 2. Cena con reserva.
Lucinda, bar y fonda del nuevo Boedo
A unas cuadras del San Juan y Boedo nuevo, lleno de flamantes teatros, cafés, librerías y vida cultural, se encuentra Lucinda, cruza de bar y de fonda con mucho encanto, alegre ambiente y sustanciosos platos. Gran parte de su magnetismo reside en que está ubicado junto a Timbre 4, el “espacio-teatro-escuela-compañía” que, con Claudio Tolcachir a la cabeza, fue en buena parte responsable de este resurgir de Boedo. La historia es archiconocida, pero vale un pequeño resumen: hace diez años, Tolcachir fundó un teatro en el living de su PH junto a un grupo de amigos; allí nacieron obras como Jamón, Jamón y La omisión de la familia Coleman. Pronto, el boca a boca hizo su magia y la gente se empezó a acumular en el pasillo. De ahí a las denuncias por “prostitución” y “venta de drogas” de un vecino alarmista y la necesidad de buscar un lugar donde mudar el teatro. Finalmente, en 2010 abrió sus puertas la nueva sede sobre la calle México, donde antes funcionaba una fábrica de sillas y muebles para oficina.
En Lucinda aún sobreviven algunos objetos de esta antigua fábrica: una mesa de trabajo, dispuesta como comunal y varias sillas que se combinan de manera algo ecléctica con otras de diferentes estilos. La cocina está a la vista, pero como la mayoría de los platos (un 70 por ciento) son vegetarianos y se hornean, no hay problemas de olores y humaredas. Lo que sí hay, en mucha cantidad, son plantas, guirnaldas coloridas con tulipas de papel de arroz, música de varios iPods, alumnos, elencos actuales y futuros.
La puerta se abre a las 5 de la tarde y permanece así hasta bien entrada la madrugada. Los fines de semana, antes de las funciones, es difícil conseguir lugar, y como en el viejo PH donde nació todo, la gente se sigue acumulando en la entrada (no se aceptan reservas).
A cargo de Lucinda están Jonathan y Diego, dos amigos que se conocieron trabajando en restaurantes de Andorra, y también anduvieron por Menorca, Ibiza y París. La carta que pensaron cambia por temporada, pero casi siempre la inspiración es mediterránea. Entre las pizzas (para 2) se destaca la de panceta, hongos y cebolla, finita y crocante ($ 58) y entre las ensaladas, la de vegetales, con base de tortilla de choclo y batata, mix de verdes, tomates secos, hongos, nueces, parmesano y semillas ($ 40). Los platos del día versan entre soufflés, terrinas, pasteles (de aduki), guisos, milanesas de quinoa napolitana ($ 40) o woks con arroz yamaní ($ 44). También hay tapeos, sándwiches y quiches para los que llegan más sobre la hora de la función. Y para los que llegan sobre ruedas, bici parking en la puerta.
Lucinda queda en México 3554. Teléfono: 4931-9345. >Horario de atención: todos los días, de 17 al cierre.
La Carpintería: todo casero
La calles que rodean al Abasto son al teatro off lo que avenida Corrientes al comercial. Pero dentro de este semillero de salas, no son tantas las que albergan un buen bar o restaurante para quienes quieren hacer el combo cena-obra en el mismo espacio. Por suerte, La Carpintería es una de las excepciones. Bautizado con el mismo nombre de este teatro para 110 espectadores que se inauguró hace dos años donde antes funcionaba una carpintería, tiene una propuesta sencilla pero cumplidora, que ganó adeptos entre el público de la escena independiente y los vecinos del barrio.
Un domingo cualquiera, la puesta puede ser la siguiente: en una mesa, parte de un elenco lee un libreto; en otra, un grupo de amigas comparte una merienda; más allá, serpentea la fila para ver a María Merlino haciendo de Fanny Navarro en la convocante Qué me has hecho, vida mía. El salón, pintado de naranja y empapelado con los posters de todas las obras en cartel, es alegre y bullicioso en las previas. En un mesón se dispone la pastelería del día a la manera de un deli: coquitos (enormes), alfajores, muffins, brownies, pasta frola y bay biscuits (dos con un cortado, $ 19). Todo es caserísimo y obra de Makarena Ahumada, cocinera recibida en el IAG y con experiencia en el hotel Faena y en la cadena Piacere.
Más allá de la pastelería, que es uno de los fuertes, la carta abunda en minutas, ensaladas, brusquetas y picadas “donde comen dos, pican cuatro”. Un ejemplo: la que viene con queso ahumado, gouda, fontina, olivas verdes y negras, tomates secos (de nuevo, caserísimos), berenjenas escabechadas, dip de queso crema y pan, a $ 85. Entre los sándwiches, los más aplaudidos son el de salmón ahumado, tomates secos, rúcula y queso ($ 45) y el Quetabe ($ 28) con gouda y berenjenas en escabeche. Para los que no comen carne, también hay hamburguesas de pasta de garbanzos, choclo, morrón y arvejas.
A diferencia de otros restaurantes que están dentro de teatros, La Carpintería tiene un funcionamiento más autónomo, que se extiende más allá de los horarios cercanos a funciones. Abre desde el mediodía para el almuerzo –presencia mayoritaria de estudiantes de las universidades cercanas– y a la tarde se sirven meriendas campestres que incluyen mate, tostadas, bizcochitos de grasa y dulce de leche ($ 30). En resumen: un lugar con buena madera.
La Carpintería queda en Jean Jaurès 858. Teléfono: 4961-5092. Horario de atención: martes a jueves, de 13 a 20; viernes hasta las 23; sábados y domingos, de 17 a 22.
Fotos: Pablo Mehanna
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