VALE DECIR
No es precisamente sorprendente que —una vez finiquitada la Primera Guerra Mundial, la más destructiva hasta aquel momento de la historia— cantidad de soldados tuvieran que lidiar con estrés postraumático y depresión. Lo que sí es sorprendente es que la estela hubiese alcanzado a una urbe entera y que, promediando la década del 30, los propios medios locales y residentes comenzasen a llamarla “La Ciudad de los Suicidios”. Ocurre que, por aquellos años, una “epidemia” de muertes autoinfligidas comenzó a acaecer en Budapest, capital de Hungría; a punto tal que, siendo el ahogamiento el método preferido de los melancólicos, botes policíacos se apostaban en las cercanías de puentes clave, intentando impedir intentos o socorrer a quienes dieran el salto final. Sin más, el 17 de octubre de 1937, el periódico Sunday Times Perth publicaba que “barcos patrulleros han estacionado a lo largo de la frontera para rescatar a ciudadanos que buscan consuelo en las oscuras aguas del Danubio”.
Por supuesto, tan extraño fenómeno generó extrañas hipótesis, y prontamente hubo dedos señalando que la culpable de la mortífera ola era una canción: la entonces popular “Gloomy Sunday” (también conocida como “la canción húngara del suicidio”), compuesta en 1933 por Rezsõ Seress; el músico —no tan curiosamente— acabó colgándose en el ‘68, un domingo, claro está. Así y todo, quizá lo más extraño de todo haya sido la solución que encontró el gobierno de turno para detener el horror: crear el surrealista “Club de la Sonrisa”, digno, sí, de La dimensión desconocida. Escuelita que buscaba mejorar la atmósfera de Budapest logrando que las personas no sólo sonrieran más; debían, a su vez, sonreír mejor.
Tal como explica el medio previamente citado, “el club comenzó como una broma entre el Profesor Jeno y el hipnotizador Binczo, pero —de algún modo— se puso de moda. Los organizadores tienen ahora un colegio regular y garantizan enseñar distintos tipos de sonrisas: la de Roosevelt, la de Mona Lisa, la de Clak Gable, Dick Powell, Loretta Young, entre otras variedades, puntuadas acorde a sus niveles de dificultad”. Empero, según puede verse en las imágenes (recientemente compartidas por el sitio io9.com), los “docs” usaban otras didácticas metodologías, como plantar en la cara de los alumnos, cintas con sonrisa incorporada, acaso esperando que el efecto ósmosis diera sus frutos. Dice la leyenda que funcionó. Aunque cabe suponer que muchos prefirieron mantener a raya cierta pulsión de muerte, todo con tal de no tener que usar tan ridícula máscara.
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