Al sureste de Francia, en la ciudad de Grenoble –a menudo referenciada como “la capital de los Alpes franceses”–, una iniciativa promete combatir la sobredosis digital con uñas y dientes (o, en honor a la exactitud, con cedillas y acentos circunflejos). Con la explícita intención de que la distracción de los locales en tiempos muertos no recaiga en sus respectivos smartphones, el alcalde de la mentada urbe –Eric Piolle, del partido Europe Écologie Les Verts- dispuso máquinas dispensadoras que expenden… relatos. Tal como suena: con tan solo apretar un botón, el artilugio imprime un cuento corto por cero centavos de euro, amén de incentivar la lectura a la vieja usanza (léase, en papel). Son ocho los dispositivos que, a modo prueba, han situado en puntos clave: el ayuntamiento, la oficina de turismo, bibliotecas, centros sociales… Dando, además, otro peculiar giro a la iniciativa: dar al usuario la posibilidad de elegir qué tiempo de lectura desea. De presionar “1 minuto”, la maquinola imprime un texto que se lea en dicho lapso; lo mismo con 3 o 5 minutos, alcanzando la cinta hasta 1 metro 20 de historia (el ancho, siempre igual: 8 cm, cual recibo).

“La idea surgió de observar máquinas de golosinas y bebidas; nos preguntamos si sería posible hacer lo mismo ofreciendo buena literatura para ocupar los ratos de espera”, explica Christophe Sibieude, cofundador de la firma editorial ShortÉdition, responsable de los prototipos. Respecto a qué tipo de textos son dispensados, aclaran los creadores que se trata de pequeñas obras de autores ignotos, elegidos online. “Los afortunados escritores que han sido seleccionados reciben entre 5 y 10 euros por impresión. Lo cual acaba siendo beneficioso para todos: los lectores no pagan un céntimo, pero los artistas son compensados con cada publicación”, advierte la prensa francesa sobre esta dulce propuesta, que no dispara chocolates pero sí cultura. De rápido consumo, de más está aclarar.