VALE DECIR
Asya Kozina (1984) es una joven artista rusa de San Petersburgo, ciento por ciento dedicada a sacar máximo provecho a las posibilidades expresivas del papel. A juzgar por los resultados, ha alcanzado una verdadera maestría en la manipulación del material que la desvive desde pequeña. Doblando, encastrando, solapando hojas hechas a base de pasta de fibras vegetales, la calidad de su obra habla por sí misma: desde pequeños edificios, cartas estilo Art Noveau, trajes festivos o caretas, hasta personajes, mariposas y animales, todo lo esculpe la muchacha, sin necesitar –por cierto– sumar una gota de color. Empero, solo las recientes semanas su trabajo se ha viralizado, amén de sitios especializados que destacan dos de sus más recientes series: la una, de vestidos de novia mongoles; la otra, de pelucas barrocas, típicamente usadas por damas y varones cual símbolo de estatus. Ambas en tamaño real, cuidada, delicada e imbricadamente diseñadas en –claro– papel. “Esto es arte por el arte mismo, sin sentido práctico, mero placer estético”, aclara ella, acaso pasando aviso a quienes solícitamente soliciten vestir sus piezas, ya sea en plan de novias extravagantes o nostálgicos aristócratas. “El papel me ayuda a resaltar las formas generales, a no obsesionarme con detalles innecesarios”. Dicho aquello, los detalles –necesarios– abundan; y Kozina ni siquiera se priva de componer un barco con mástil y vela, emperifollando la voluptuosa cabellera postiza de cierta dama. Evidentemente, mientras Asya tenga trincheta, nada más le falta.
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