La delegación asiática de PETA (Gente por el Trato Ético a los Animales) lanzó recientemente una -efectiva, enfática y viralizada- campaña que, de tan gráfica y visceral, bien podría pasar por una broma de reality show gore. Con tripas -falsas- y hemoglobina -falsa- al servicio de una causa noble, dicho sea de paso: que las personas reaccionen ante la crueldad animal que involucra la confección de ciertos productos premium; léase, bolsos, zapatos, billeteras, guantes, carteras de “exótico cuero” (cocodrilos, lagartos, serpientes, etc). Con tal fin entre ceja y ceja, la organización abrió entonces un local minimalista llamado The Leather Work en un shopping de Tailandia. Local que, en apariencia, vendía los susodichos productos, dispuestos ellos mononamente sobre delicada estantería blanca. Empero, el shock de los/as potenciales compradores/as sacudió nomás inspeccionar detenidamente los bienes en exhibición: en el interior o reverso, según el ítem en cuestión, el desprevenido público se topó con corazones latientes, intestinos en movimiento, piel con remanentes de ficcional ADN, entre otras bondades de la reproducción hiperrealista. Para colmo, las pobres que, sin echar previo vistazo, se probaron guantes y botas salieron con las extremidades empapadas del simbólico líquido rojizo. Al menos, a juzgar por la generalizada reacción -de revulsión, claro- se lo pensarán cinco o seis veces antes de gastar sus morlacos en accesorios y paqueterías hechas a base de tortura a bicharracos. O, al menos, lo harán cerca de agua y jabón.