VALE DECIR
Los australianos son célebres por sus borracheras homéricas. Lo que se descubrió recientemente es que cuando se llenan la panza de esa cerveza tan blanda tienen un reflejo de alta tecnología: hablar por el celular. La compañía de telefonía móvil Virgin detectó un intenso pico de actividad los sábados tarde a la noche y encaró un estudio de la situación. Resultados: el 95 por ciento de sus clientes que se emborrachan los sábados a la noche eventualmente sacan el teléfono del bolsillo y se ponen a llamar. Un tercio llama a esposas, novias y amantes; otro al o a la ex y el resto llama “a cualquiera”, categoría que abarca amigos, enemigos y jefes.
La Virgin detectó todo un mercado nuevo cuando los encuestadores comprobaron el tendal de noviazgos rotos, carreras arruinadas y empleos perdidos por culpa de los llamados etílicos. Ahora la compañía australiana ofrece un servicio de bloqueo de números especial para los sábados. Activándolo, el teléfono recién podrá volver a marcar ciertos números elegidos a las seis de la mañana del domingo, hora en que supuestamente el cliente ya duerme la mona.
El último grito alemán en reality shows –género del que los hijos de Goethe resultaron ser particularmente entusiastas– no propone contemplar en vivo y en directo cómo languidece encerrada una pandilla de veinteañeros ociosos. Propone una verdadera competencia de aptitudes; más precisamente: la carrera en busca del espermatozoide más veloz. La “materia seminal” –por llamar de alguna manera más o menos amable a los concursantes– será atraída hacia la línea de llegada mediante una suerte de cebo químico similar al que segregan los óvulos. El objetivo: hallar al más viril de los varones germanos. La Carrera de Esperma (como fue bautizado el certamen) se librará entre doce hombres –entre ellos dos celebridades– que serán seguidos por las cámaras del programa a partir del momento en que se dirijan a hacer sus respectivas donaciones al banco de semen. El material congelado será transportado al estudio en Colonia, donde los bichitos deberán apurarse todo lo que puedan por su honor, por el de su productor y también por un premio mayor, ante un jurado compuesto por un ginecólogo y un urólogo, entre otros especialistas. No faltaron las voces que acusan al programa de ser poco ético, “ya que al final ninguno de los huevos será fertilizado”. Borris Brandt, jefe de la división alemana de Endemol –la compañía de producción que detenta los derechos del formato Big Brother–, salió a responderles públicamente: “El premio principal es un Porsche, no un bebé”.
Hace unas semanas repasamos el prontuario belicoso del australiano Russell Crowe, su larga lista de peleas con actores, directores, productores de cine y TV, organizadores de entregas de galardones, periodistas y borrachines de bares al paso. Pero lo que hasta ahora sólo parecía el tic de un pendenciero serial tomó otro color esta semana, cuando cobró estado público la envergadura de algunos enemigos inesperados. Hace unos cuatro años, reveló el propio Crowe a la prensa, poco antes de ganar el Oscar por Gladiador, el actor fue alertado por agentes del FBI acerca de un plan de Al Qaida destinado a “hacer desaparecer a algunos norteamericanos ‘icónicos’ como parte de una estrategia de desestabilización cultural” (sic). A raíz de la alerta, Crowe –que asegura que ésa fue una de las primeras veces que oyó el nombre Al Qaida– asistió con custodia especial a la première londinense de Prueba de vida, por la que, antes que un kamikaze de Al Qaida, bien podrían haber intentado cargárselo un comando de las FARC o cualquier espectador más o menos exigente.
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