Domingo, 20 de mayo de 2007 | Hoy
VALE DECIR
Inglaterra afronta un problema de tamaños considerables. O de talles grandes, para decirlo con mayor precisión. Básicamente, la población está engordando, y estos nuevos gordos —como el resto— están muriendo. Muchos eligen la cremación en lugar del entierro, y unos cuantos de esos muchos no caben —literalmente— en los hornos crematorios estándar que suele haber en los cementerios del país. El tema tiene preocupado al gobierno inglés, que ya ha debido ordenar la construcción de cientos de hornos con bocas más grandes. Obviamente, el problema afecta también a la fabricación de ataúdes.
Pete Doherty, el ex cantante de Libertines y Babyshambles y novio de Kate Moss, amplió su campo de acción y ahora no sólo se dedica a la música sino que también pinta. La galería londinense Bankrobber (traducible como “Ladrón de bancos”) inauguró esta semana Bloodworks (Trabajos de sangre), una muestra con 14 cuadros e impresiones de su autoría. La peculiaridad es que las obras están hechas usando lápiz, tinta y... sangre, propia y ajena. Para Michael Chambati-Woodhead, director de la galería, pintar con su sangre expresa la intensidad con la que Doherty hace todo. Los lienzos rondan los 70 mil euros y las impresiones están valuadas entre 1400 y 29 mil euros. En las obras en cuestión se encuentra un collage con jeringas, varios paisajes, un autorretrato y una crucifixión, algunas de las cuales serán parte de The Books of Albion: The Collected Writings of Pete Doherty, los diarios del cantante que serán publicados el mes próximo en Inglaterra.
No hay lugar como el hogar, decía Dorothy en El mago de Oz; y el hogar, se sabe, está donde está el corazón. Por lo tanto, no es para andar sorprendiéndose tanto con el caso del convicto que escapó de la prisión y luego pidió a las autoridades que lo dejaran volver a entrar porque... extrañaba a sus ex compañeros. Es todo verdad, ocurrió en Bulgaria y le pasó a un hombre llamado Vassil Ivanov, de 37 años. Se fugó durante la Pascua de 2005, pero la libertad resultó ser una carga abrumadora para él. “Ya no lo toleraba. Había estado adentro nueve años y ya no me podía volver a acostumbrar a la vida afuera”, dijo. “Como hombre libre soy una persona miserable.” Las autoridades de la prisión Stara Zagora lo admitieron nuevamente, pero sólo para completar los dos años restantes de su condena de 11, y quizá —de yapa, más que de castigo— algún tiempo más por tomárselas sin permiso.
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