Domingo, 20 de mayo de 2007 | Hoy
MUSICA, MI PEQUEÑA MUERTE
Debutaron de la manera más insospechada: sacando un disco antes de tocar en vivo y como banda de sonido de la película Como un avión estrellado. Ahora sacan El cazador, un disco de canciones crueles y tristes. Dejan atrás los sufrimientos de la adolescencia para encarar el resto de la vida.
Por Mercedes Halfon
“La primera palabra fue Cave –dice Julián Perla–. Dijimos Nick Cave y nos hicimos amigos.” La palabra fue pronunciada por Julián en un curso de sonido y estaba dirigida a Norman Mac Loughlin, por entonces integrante de los Jackson Souvenir. Por su parte, Nicolás Merlino y Germán Perla también se conocieron en un ambiente musical, pero más teen, es decir un recital: “Fue el festival alternativo 2001, teníamos dieciséis años más o menos”, cuentan. Una vez producidos sendos encuentros, dos adolescentes en edad escolar y dos jóvenes que estudiaban sonido y decían Nick Cave, se había formado Mi Pequeña Muerte. Y es algo de esa proporción, de esa conjunción de fuerzas, lo que distingue su música.
Claro que pasaron bastantes cosas entre ese momento y la flamante salida de su segundo y conmovedor disco El cazador. Germán Perla, por ejemplo, hermano de Julián, al principio ni siquiera sabía tocar la batería: “Cuando empezó todo Julián tenía sus canciones, y me dijo que me iba a enseñar a tocar. Fui un día a su casa, me hizo pasar al lavadero, que era donde estaba la batería, me sentó y me dijo: ‘Los palos se agarran así’, cerró la puerta y se fue –explica–. Cada tanto entraba al lavadero y me hacía alguna indicación, y así fui aprendiendo”.
Estos ensayos se daban en San Martín, de donde son oriundos los hermanos Perla y es desde ese conurbano que emergió Hospital, el primer disco de la banda. Un conjunto de canciones crudas que vieron su primera versión en la portaestudio que Julián tenía en su casa, luego volvieron a ser grabadas ya con la ingeniería (humana) de Norman, y finalmente fueron editadas, pero siempre conservando el voluntario –o no– sonido “low fi”.
Lo raro de MPM es su empecinamiento en tener un disco, aun antes de ser siquiera una banda que tocaba sus temas en vivo o tenía algún tipo de fan. El sueño infantil y bonaerense de tener disco propio se concretó, pero lejos de quedar en el mero capricho fetichista, una vez que Hospital estuvo en la calle ellos salieron atrás, a tocarlo. Y no les fue tan mal. Algunos de esos temas terminaron siendo parte de la banda de sonido de Como un avión estrellado de Ezequiel Acuña, donde también se los ve en una escena. Los cuatro rubiecitos (uno canoso, pero bueno...) como unos Hanson del oeste, que hablan de suicidio, de pastillas, de chicas que se van, de depresión. Como si la película hubiera puesto en imagen lo que el disco ya parecía decir con su sonido: climas invernales, nubarrones, una adolescencia torturada, fiereza en estado potencial.
Entre Hospital y El cazador el recorrido es el de una flecha que avanza veloz en línea recta hacia adelante. Es decir, la misma tapa de El cazador. De las melodías introspectivas y monocromáticas de Hospital se pasó a canciones que siguen siendo con guitarras, pero envueltas en teclados y arreglos de voces superpuestas, cambios de ritmos, palmas, letras que van de la fábula a la crónica; un espesor musical que temáticamente consiste en “salir afuera”. Son más los temas y las formas de abordar esos temas, la tensión entre letra y música. El cazador es un aventurero, es cruel y es triste, no siente lástima por nadie, ni siquiera por él.
Este segundo disco fue grabado en el estudio que los MPM se armaron en Palermo, ya lejos de San Martín natal y dentro del lugar más raro del mundo: una pollería. Es que en aras de la independencia, hace unos años los hermanos Perla alquilaron un local y pusieron Sr. Pollo. Julián dice: “Trabajamos ahí porque todavía no podemos vivir de la música y de algo hay que trabajar. Ahora tenemos el estudio atrás y es Sr. Pollo lo que nos lo permite. Sería imposible si no pagar un alquiler solo para el estudio. Igual, pudimos armarlo después de dos años y medio de trabajo, por razones económicas y también porque teníamos miedo de tener problemas con los vecinos. Pero al final no, de hecho hay dos estudios que lindan con el nuestro, uno es del baterista de Sergio Denis”.
Si hubo un malentendido con MPM, que consiste en pegotearlos con una escena sensiblera e indie, seguramente partió del sonido de su primer disco, pero al saber que se grabó en una casa o prácticamente en un cuarto adolescente, todo comienza a cobrar otro sentido. Aparece San Martín como lugar de origen, Sr. Pollo como la forma de ganarse la vida, un grupo de duras referencias musicales que ellos admiten sin dudar: “Hay una tendencia a ver MPM como una banda sensible y alternativa. Y nosotros somos mucho más clásicos en nuestros gustos, nos gusta el reagge de Bob Marley, Los Beatles, Leonard Cohen. Del rock nacional la verdad es que no escuchamos Jaime Sin Tierra”, aclara Julián.
Incluso el nombre del grupo está lejos del trasnochado romanticismo que podría sugerir la petite morte: “No nos daban ganas de esos nombres modernos de una palabra sola tipo Versus, ponele. Nos gustaba más un nombre largo, épico, una estética más ricotera que queríamos recuperar”.
El cazador (editado por Si supieras discos) se consigue en disquerías.
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