Domingo, 21 de marzo de 2010 | Hoy
VALE DECIR
En West Cape May, una pequeña comunidad de los Estados Unidos, acechan tejedores nocturnos. Con el apodo de Salty Knits y a cobijo de las sombras, este grupo se dedica a cubrir el pueblo con pequeños pulóveres tejidos a mano.
“No sabemos quiénes son”, contó la alcaldesa Pam Kaithern al diario local The Press of Atlantic City. “Técnicamente no pueden hacer lo que están haciendo. La policía está haciendo preguntas, pero es divertido, es un misterio.”
Los habitantes del pueblo se van a dormir y al otro día, de golpe, aparecen nuevas instalaciones de Salty Knits. Arboles, señales de tránsito, el cable del auricular de un teléfono público; cualquier cosa puede amanecer arropada en una bufanda de lana, de vivos colores.
Desde su página web, los tejedores seriales anuncian que son gente que se cansó de hacer “saquitos para gatitos” y que nada va a detenerlos.
En otras épocas, la revolución pasaba por prenderles fuego a los bancos, destrozar autos, tratar de cambiar el sistema. Hoy en día, de tan descremado y paranoico todo, alcanza con hacer pulóveres para armar revuelo.
Llamame que tengo resaca
Japón está a la vanguardia de los teléfonos celulares. A años luz del resto del mundo, allí tienen los aparatos más sofisticados y los usuarios más expertos. Donde las conexiones de otros países se arrastran, en Japón vuelan.
Sin embargo, a veces la tecnología se vuelve tan avanzada que cruza la línea de la tontera. Matsumi Suzuki, director del Laboratorio de Ringtones de Japón, ha creado los “ringtones terapéuticos”: melodías que prometen aliviar todo tipo de malestares, desde el insomnio crónico hasta una resaca feroz.
Hay un ringtone que mejora la piel; otro, dedicado a amas de casa, que induce una subida de energía y adrenalina para que hagan sus tareas. Hay tonos para dormir y tonos para mantenerse despierto; aquéllos se parecen a una canción de cuna, estos últimos se parecen a un ritmo bailable.
Un vocero de Index, la compañía que vende estos milagrosos sonidos, contó al diario The Times que si bien hay una escasez de pruebas de campo, “el número de descargas indica que deben estar funcionando, en cierto punto”.
Sí, en cierto punto funciona: quizá no provoque el efecto anunciado en los clientes, pero sí provoca el efecto deseado para la compañía. ¿Quién dijo que no se puede ser moderno, new age y un estafador al mismo tiempo?
Cero pesos
Una pobre señora de las afueras de Chennai, en India, se pasó un año y medio tratando de conseguir el título de propiedad de un terreno. Lo necesitaba como garantía de un préstamo para mandar a su nieta a la universidad.
El funcionario estatal que tenía que realizar el trámite se negaba a colaborar salvo que ella le diera alguna ayudita: el famoso “algo para el café”. Como la señora estaba bien por debajo de la línea de pobreza, carecía de medios para agilizar el trámite.
Hasta que un día ella le extendió al funcionario un billete de cero rupias que recientemente había caído en su poder. Todo cambió: el funcionario se puso de pie, le ofreció un asiento a la señora y le sirvió una tacita de té; finalmente llevó a cabo su deber y le dio el título de propiedad al que ella tenía derecho, sin pedir nada a cambio.
Los billetes de cero rupias son una iniciativa del grupo indio 5th Pillar (Quinta Columna), una organización dedicada a la lucha contra la corrupción. Según cuenta su presidente, Anand Vijay, la idea se le ocurrió a un profesor indio de física, de la Universidad de Maryland, quien durante sus viajes por India se dio cuenta de lo difundida que estaba la corrupción y quiso hacer algo en contra de ello. Entonces se hizo unos billetes de cero rupias y empezó a entregarlos cada vez que alguien le pedía un soborno.
Anand Vijay, encantado con la propuesta, imprimió veinticinco mil de esos billetes y los repartió entre la gente. Tuvo tanto éxito y tanta demanda que, al día de hoy, lleva impresos más de un millón, porque se usan y porque funcionan.
No es un cuento de hadas ni es un súbito cambio moral de los funcionarios: el billete tiene éxito, según Anand, porque la gente solía tolerar la corrupción en forma pasiva. Ahora, al pagar cero rupias, muestran que están cansados y esto asusta a los funcionarios. La corrupción está penada con la cárcel y no les conviene que haya una investigación o una denuncia.
Cara de vinilo
Todo empezó con una funda de un disco de McCartney, cuando el DJ Carl Morris estaba pasándola bien en un bar de Gales con unos amigos. La idea era genial de tan tonta: sacarse fotos con la funda de algún vinilo, de forma de completar la imagen del disco. Así nació Sleeveface (“Cara de funda”), un sitio web lleno de fotos de falsos Morrisey, aspirantes a Bob Dylan, imitadoras de Madonna.
En el sitio (sleeveface.com) hasta se puede encontrar un video que explica cómo sacar las mejores fotos. El éxito fue tal, las contribuciones de los lectores fueron tantas, que hasta sacaron un libro (se consigue en Amazon). Radar publicó algunas hace un tiempo, pero los logros se siguen acumulando, y bien vale revisitarlos.
Si bien en algunas fotos han utilizado CD, es mucho más fácil con el vinilo. Así, Sleeveface termina siendo un movimiento artístico y nostálgico a la vez: una forma de sacarse fotos con los discos, como si fueran viejos parientes, para tener alguna forma de recordarlos cuando ya no estén.
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