Domingo, 21 de marzo de 2010 | Hoy
DVD > WES ANDERSON FILMA A ROALD DAHL
El director que llevó la familia disfuncional, la estética retro y la sensibilidad delicada hasta la impostación a la cima de la moda, parece haberse cansado de sí mismo, de sus trucos y de sus zonas seguras. Y nada mejor, para el director de Los excéntricos Tenenbaum y La vida acuática, que una historia ajena por la que sentir afinidad y respeto. Así, la adaptación animada del Fantástico Mr. Fox del gran escritor infantil Roald Dahl devolvió a Wes Anderson a su mejor nota.
Por María Gainza
Hasta hace poco la obra cinematográfica de Wes Anderson parecía ilustrar una máxima de las pasarelas: “La moda es aquello que pasa de moda”. Un primer trío de películas (Bottle Rocket, Rushmore, Los excéntricos Tenenbaum) habían elevado al director al olimpo de los nuevos directores cool de Hollywood; las dos siguientes (La vida acuática y The Darjeeling Limited) habían comenzado a bajarlo de su pedestal. Estas últimas parecían anunciar que a Wes Anderson no les costaba mucho hacer una película de Wes Anderson: sólo tenía que seguir la receta, pulir un esteticismo extremo y elegir un soundtrack que lo único que lograba era que uno pensara, ¿dónde podré comprarme el cd?
Es indiscutible que Anderson –que había sido llamado el “nuevo Scorsese” por el mismo Scorsese en un artículo en The New Yorker– era alguien que había traído al cine una nueva sensibilidad: actuaciones controladas, diálogos astringentes en medio de decorados anacrónicos, un vestuario retro que hacía de un jogging blanco algo con onda. Su pop vintage era de tal belleza que uno tenía la sensación de estar visitando un departamento impecable y preguntarse todo el tiempo dónde apoyar el vaso. Sus películas resonaban en especial en un segmento de la población: el de los jóvenes bohemios y burgueses que reconocían en el director las ironías románticas de su modo de vida artístico y consumista. Pero aunque las superficies brillaban, en sus últimas películas se percibían signos de fatiga: la gracia había dejado lugar al capricho, la inventiva había retrocedido a favor del manierismo y la melancolía. Era por demás elocuente que su mejor obra de los últimos tiempos fuera un comercial de American Express que homenajeaba a La noche americana de Truffaut.
Ahora, vista en retrospectiva, la solución era obvia. Lo que necesitaba Anderson era salirse un poco de su cabeza. Filmar el guión de otro, explorar una sensibilidad ajena pero no extraña a la suya. Cansado de ser el mismo, Anderson volcó su carro de manzanas y llevó al cine el Fantástico Mr. Fox, una novela para niños de 1970 escrita por Roald Dahl.
En el Fantástico Mr. Fox, Anderson ha dado por fin con la nota. En su adaptación del libro sobre un zorro que intenta adaptarse, Anderson utilizó la vieja técnica del stop-motion (usada en películas como King Kong de 1933 y, más recientemente, en Coraline), creando muñequitos que deben ser puestos frente a un decorado, movidos a mano de a milímetros y fotografiados cuadro a cuadro en cada pose. La sucesión simula movimiento. No podría haber elegido una técnica más ardua, pero Anderson la eligió deliberadamente por sobre la pulcra y todopoderosa tecnología digital de Pixar. Sus animales con su apariencia home-made parecen salidos de una película del checo Jan Svankmajer. Y la sensación de realidad es deliciosa: las pieles tiemblan como frente a un ventilador, son pieles reales con peso y gravedad; las puntadas en la camisa blanca del señor Fox se deshilachan; la vieja mesa del comedor es tan real y gastada como la de cualquier casa de vecino. Sumado a un esplendor otoñal que atraviesa la película –una gama de marrones, naranjas y amarillos tan cálidos como un panal de abejas–, dan ganas de salir corriendo detrás del zorrito. Sólo que eso significaría seguirlo en una aventura arriesgada, ya que el señor Fox está a punto de romper su promesa.
Catorce años zorro (o dos de los nuestros) después de prometerle a su esposa que ya no robaría gallinas, el señor Fox se ha establecido como un periodista de columnas (una profesión no mucho más respetable que la de ladrón de gallinas). Viste todo de corderoy con pantaloncitos ajustados y un poco cortos y chaqueta entallada (tan bonito que podría disparar una moda). Vive junto a su esposa, la amorosa señora Fox, una paisajista que pinta a lo Veronese, su inapropiado hijo y un habilidoso primo que viene a quedarse unos días y no se va más. El señor y la señora Fox llevan un matrimonio agridulce. Ella pide, él concede. Pero el señor Fox está atravesando una crisis de los cuarenta y anda inquieto. Y en contra del consejo del castor, compra un árbol, una vivienda ciertamente inapropiada para sus ingresos. Desde allí puede ver las tres granjas más poderosas de la comarca. Arrastrado por el deseo, disconforme con la conformidad burguesa, el señor Fox vuelve a las andanzas y los granjeros se la harán pagar. Mientras, su inadaptado hijo Ash compite contra su primo Kristofferson, un dotado para el deporte que puede zambullirse en un barril sin salpicar. Así, la de los Fox es una familia disfuncional con su neurosis y sus rivalidades entre parientes, no demasiado distinta al universo de los Tenenbaum. Familias que hacen de su rareza compartida una defensa contra el mundo exterior.
Anderson ha mantenido suficientes elementos de la historia original para no decepcionar a los amantes de Dahl: la precisión, la claridad y la falta de sentimentalismo de los libros de Dahl, su veta de crueldad y realismo están ahí, pero los ha fundido con su impecable atención al diseño. Anderson consume cultura visual y eso se traduce en la hiperestilización de cada cuadro. Hay un plano maravilloso en el interior de una mina con una cascada que cae por detrás y que hace que la luz plateada se refracte sobre la cara del señor Fox, que bien podría colgar en la National Portrait Gallery. Hay un lobo silencioso en una escena dislocada que tiene la fuerza mística de un cuadro de Caspar Friedrich. Y las amplias praderas otoñales donde corretea el señor Fox, tan americanas en su diseño, parecen salidas de un poster de Andrew Wyeth.
Cuando la película escala hacia la acción, toma de los géneros hollywoodenses, en especial de los spaghetti westerns de Sergio Leone (el director que mejor combinó un altísimo grado de estilización con una buena historia). La rata asesina de ojos entrecerrados recuerda a Clint Eastwood en medio de un bar maloliente a punto de descargar su pistola sobre su viejo enemigo. Y las maravillosas palabras gangsteriles del Mr. Fox resuenan mientras el agua se lleva el cuerpo de su rival: “Al final, sólo otra rata muerta en un tacho de basura detrás de un restaurante chino”.
En una tradición que comenzó en 1950 con Ben Hur, donde los brutales romanos eran interpretados por ingleses y los gentiles judíos por americanos, los talentosos animales del Fantástico Mr. Fox llevan voces americanas y los siniestros humanos, inglesas. La señora Fox, en la voz de Meryl Streep, tiene una suavidad algodonosa que estremece con cada suspiro. El señor Fox, en la voz de George Clooney, es astuto y canchero. Parece un tributo al mismo Clooney: encantador pero ingobernable, dependiente de su sonrisa y consciente de ello. Alguien que le advierte a su señora: “Soy un animal salvaje”. Léase: no soy de confiar, lo que parece un guiño a la reputación de depredador que Clooney alimenta. Pero no son todos chistes internos, las preguntas existenciales también asaltan al señor Fox: ¿por qué soy un zorro? (en lugar de un perro o un caballo), y ¿cómo puedo reconciliar mi naturaleza con mi deseo de agradar? Y también hay humor, simple y fresco, del tipo de Wallace y Gromit, que evoca una nostalgia por el riesgo y la aventura.
Hace poco, tras la muerte de J. D. Salinger, Anderson, un fanático confeso del escritor, recordó un pasaje de un cuento de F. Scott Fitzgerald: “Había contribuido a los eventos por los cuales otro niño había sido salvado del ejército de los amargos, los egoístas, los neuroasténicos y los infelices. No nos es dado conocer aquellos raros momentos en que una persona está abierta de par en par y que el más mínimo toque puede marchitarla o curarla. Un momento más tarde y ya no podemos tocarlos más en este mundo. No serán curados por nuestras drogas más eficaces ni lastimados con nuestras palabras más filosas”. Y dijo Anderson: “Más que nada en el mundo, más que todas las cosas en sus historias que me han inspirado y que he imitado y robado con toda mi habilidad, ESTO describe mi experiencia con los libros de J. D. Salinger”. ESTO describe también el poder curador de todo arte y lo que puede hacer sobre su público –joven o adulto– en momentos inesperados. Fantástico Mr. Fox es de este tipo de obras y nos muestra que si bien nuestras debilidades nos pueden paralizar, o aun peor, arrastrar colina abajo, también podemos triunfar a su pesar, o gracias a ellas.
Fantástico Mr. Fox salió directo en dvd.
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