Domingo, 21 de marzo de 2010 | Hoy
ALEX CHILTON (1950-2010)
Por Mariana Enriquez
La mayoría de las veces, cuando se habla de bandas seminales y secretos mejor guardados y grupos de culto y las mejores canciones que nadie escuchó jamás, se está exagerando, y cuando uno se acerca a esas supuestas gemas resulta que se siente decepcionado, que apenas se encuentra con lindas canciones glorificadas. Hay algunas excepciones, muy pocas. Pero si hay que mencionar una sola, ésa es Big Star. Y si hay que mencionar el nombre de un hombre que mereció lo mejor y tuvo que conformarse con muy poco –o con ese raro honor de ser un favorito de los dioses del indie que luego se convierten en superestrellas como REM o Wilco– es el de Alex Chilton. Estrella adolescente en los ’60 con The Box Tops, grupo de soul blanco que abandonó a los 20 años durante un show cuando furioso dejó el escenario, Chilton formó Big Star en Memphis, Tennessee, su ciudad natal, a principios de los ’70: el grupo duró apenas cuatro años y tres discos; hoy es uno de los más reverenciados por la crítica, casi una contraseña para entrar al templo de los entendidos (“la quintaesencia del trío de power pop”, “uno de los grupos más influyentes de la historia del rock” y cosas por el estilo). Entonces, Big Star vendió poquísimos discos, no tuvo buena distribución y para 1974, cuando editaron su segundo álbum, dos de sus integrantes ya se habían ido del grupo, después de peleas a las piñas (y con destornilladores, y bajo la influencia de múltiples sustancias). Los discos terminaron siendo #1 Record (1972), Radio City (1974) y Third/ Sister Lovers (1978). Escucharlos hoy causa una pavorosa melancolía. “The Ballad of El Goodo”, segunda canción del primer disco de Big Star –escrita por Chilton y Chris Bell, como todas– es tan hermosa que el mundo debiera haberlo conocido más, mucho más. Es injusto que haya sido un pequeño descubrimiento de un puñado de jóvenes avispados y con buen oído: esta canción se merecía ser presentada con fanfarrias en el programa más popular de la radio una noche de verano y servir de banda de sonido a la cerveza en el auto estacionado, al atardecer en el sillón, a la soledad de la habitación en la madrugada. O “Thirteen”: dejame acompañarte a casa desde la escuela, empieza, habla de conseguir entradas para un baile, de que la chica le pida al padre que no lo moleste, del rock’n’roll que está para quedarse... Es toda la adolescencia en dos minutos y medio. Alguien le quiso hacer justicia a Big Star hace poco, e incluyó “In The Street” como la canción de apertura de la sitcom That 70’s Show, y después aparecieron en la banda de sonido de Adventureland con “I’m In Love With a Girl”, otra maravilla, dulce sin el innecesario pegote de The Beach Boys (esto dicho con un perdón a los fans, pero es así). Todas las anteriores son canciones de esas que resumen alegría y tristeza de una manera que sólo las grandes canciones pop pueden hacer: por eso las entendieron también bandas como The Bangles (versionaron “September Gurls”) o The Replacements (le dedicaron una canción llamada “Alex Chilton”), que saben rockear pero también saben, y cómo, cuándo es el momento de rendirse a la luz del pop.
Sin embargo, ya en el tercer disco de Big Star, con Alex Chilton en control total, se notaba una oscuridad importante: el mejor ejemplo es “Holocaust”, una canción tanto o más escalofriante que cualquier desdicha del Berlin de Lou Reed. Alex Chilton solista era una bestia diferente de Big Star. Un tipo extraño y amable que parecía escamotear su enorme talento para la melodía extraordinaria para internarse en el rockabilly o covers de “Volare” (¡en italiano, con aires de jazz!); aunque cuando se decidía a hacer una canción irresistible le salía “Free Again”: tremenda. Su carrera en los ’80 es tan dispar y loca que es mejor escuchar los resultados en eventuales compilados, porque seguirlo es muy difícil: cambios de sellos, cambios de estilos, discos en vivo, versiones, experimentos. Chilton confesaba que nunca había escuchado su canción en That 70’s Show (la versión es de Cheap Trick) y que le gustaba ir de un lado a otro en todo sentido, especialmente cuando transcurría por sus períodos oscuros, que eran bastantes. En uno de ellos, por ejemplo, dejó todo y se puso a trabajar de lavaplatos; cuando su nombre estuvo en boca de REM, Primal Scream, Replacements, reapareció, pero como versionador de clásicos del r&b; además, editaba EPs porque “eran más fáciles”. En los últimos años, Chilton vivía en Nueva Orleáns –estaba en su casa cuando el huracán Katrina–, y tocaba con nuevas formaciones/homenaje de Box Tops y Big Star además de sus shows solistas e incursiones en el jazz. Murió la semana pasada de un infarto. Ahora van a venir todos los tributos, de esos que nunca le faltaron en vida. Pero quizás el mejor homenaje sea escuchar “September Gurls” una y otra vez, como si el disco fuera nuevo, como si fuera necesario gastar la púa, rascar cada surco del vinilo tratando de encontrar el misterio de la hermosura de ese fragmento de otoño que se desvanece en el aire.
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