Domingo, 4 de abril de 2010 | Hoy
VALE DECIR
Las fotocopiadoras son algo esencial de cualquier oficina, junto con el fax, la máquina de café y los compañeros chismosos. Pero las copiadoras último modelo, las que sacan de 35 a 60 copias por minuto, tienen hasta disco rígido y
son muy parecidas a una computadora.
Según cuenta un artículo del diario The Star de Toronto, Canadá, los usuarios en general no son conscientes de la cantidad de información que queda en ese disco rígido.
“En casi todas las máquinas que vi, los archivos, los números de teléfono, de fax, las direcciones de mail, estaban ahí almacenados”, cuenta Victor Beitner, un experto en seguridad. “Hay archivos de compañías de seguridad, de instalaciones médicas, compañías farmacéuticas, de toda clase.”
El problema es que hay empresas que, en vez de comprar las fotocopiadoras, recurren al leasing. Entonces las máquinas se reemplazan cada tanto, cuando sale un nuevo modelo, y la fotocopiadora obsoleta se va de la oficina cargada de información confidencial; una chismosa electrónica que lo sabe todo pero que no cuenta nada hasta que alguien sabe cómo hacer las preguntas correctas.
La ciudad de Beijing, capital de China y conocida como Pekín para los occidentales, sufre una crisis de basura. Según el diario The Guardian, esto se debe al crecimiento de la economía. Hay un crecimiento del 8 por ciento anual y la basura aumenta a la par.
Millones de personas ahora pueden darse el lujo de consumir en Starbucks, McDonald’s, KFC; son elementos de una cultura occidental, descartable, algo nuevo para la cultura china y que desborda a las autoridades sanitarias.
“Todos los basurales y todas las plantas de procesamiento de basura estarán llenas en cuatro años”, declara Wang Weiping, experto en el tema. “Es necesario reestructurar el sistema actual. No podemos usar más basurales. Es malgastar espacio.”
Trataron de construir más incineradores para deshacerse de los desperdicios, pero la oposición del público lo volvió imposible. Ya que no pueden quemar la basura y tampoco pueden esconderla, no les queda otra opción: cien cañones de perfume serán instalados en uno de los basurales más apestosos de Beijing. Estos artefactos de alta presión, de flamante tecnología alemana e italiana para esparcir la vieja técnica francesa, son capaces de lanzar docenas de litros por minuto, a una distancia de hasta cincuenta metros.
El mundo occidental les teme a los chinos, pero su cultura de consumo está sepultando a Beijing en una montaña de basura perfumada.
La neurociencia es la disciplina que estudia el comportamiento del cerebro y el sistema nervioso. Involucra diferentes especialidades como psicología, ciencias de la computación, matemáticas, física, filosofía y, por supuesto, medicina. Es una ciencia que acarrea incómodas preguntas: ¿la gente se deprime porque la vida es difícil o porque les falta zinc?
Rebecca Saxe, una doctora del MIT, escribió su tesis de doctorado en el 2003. Identificó una parte del cerebro —la juntura temporoparietal derecha, que se halla justo detrás y por arriba de la oreja, en la superficie del cerebro— como responsable a la hora de pensar en las intenciones de los demás. Utilizando resonancia magnética funcional, Saxe probó que esa zona se activa cuando alguien trata de ponerse en el lugar del otro.
El paso siguiente fue comprobar si se podía alterar la actividad en esta zona del cerebro. Utilizando algo llamado estimulación magnética transcraneal, los investigadores impidieron que esta zona se activara. Luego hicieron que los sujetos de prueba tuvieran que leer pequeños relatos y juzgar si las acciones de los personajes estaban bien o mal.
El escalofriante resultado fue que, cuando las personas estaban afectadas por ese campo magnético, varias perdían la capacidad de realizar juicios morales. “Una cosa es saber que la moralidad reside en el cerebro”, explica Liane Young, una científica del MIT, a Discovery News. “Otra cosa es desactivar esa parte del cerebro y cambiar la forma de pensar de la gente.”
Los campos magnéticos hicieron que la gente juzgara más los resultados que las intenciones. Si se puede hacer lo opuesto —que la gente se fije más en las intenciones— es algo que queda en las manos de estos investigadores.
Hace treinta años que India y Bangladesh se disputan una pequeña isla rocosa en el golfo de Bengala. Se llama la isla de New Moore y tiene tres kilómetros de largo por tres de ancho. No hay población ni hay construcción alguna, pero India envió soldados, allá por 1981, a ondear una bandera nacional.
Ambos países comparten un manglar llamado Sundarbans: es una gran jungla de árboles que crece en la desembocadura del Ganges, formando un delta de islas pequeñas como la mencionada New Moore. No se ponen de acuerdo ni en el nombre: en Bangladesh la llaman South Talpatti.
Hasta el año 2000, el nivel del mar subía 3 milímetros por año, pero en la última década el promedio se incrementó a 5 milímetros. Lo que la política internacional no pudo, lo consiguió el calentamiento global: fue suficiente para hacer desaparecer a la isla en disputa bajo las aguas, resolviendo el problema.
Según el cable de la agencia Associated Press, esto no quiere decir que no haya más problemas de límites entre los dos países. Simplemente que tienen una isla menos por la que pelearse.
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