Domingo, 4 de abril de 2010 | Hoy
Por Leonardo Moledo
Bueno, por fin arrancó el Superacelerador, y temibles haces de protones, acelerados al límite –99,9 por ciento de la velocidad de la luz–, chocaron entre sí, alcanzando energías que imitan o recuerdan las que reinaron en el universo a poco del Big Bang: ese misterioso punto singular en el que nacieron la materia, el espacio y el tiempo simultáneamente...
En realidad hubo bastante confusión (nadie dijo nunca que se alcanzaban las energías del Big Bang) en una inflación mediática que a su vez desató torrentes de leyendas y denominaciones, “La máquina de Dios”, los miniagujeros negros que devorarían al universo y algunas otras que no recuerdo ahora. De todas maneras, se ha logrado alcanzar la energía más alta que se consiguió hasta ahora sobre la Tierra, y es probable, aunque siempre es peligroso hacer este tipo de predicciones supernovas, para obtener niveles más grandes de energía habrá que recurrir al espacio exterior: choques de galaxias, agujeros negros y esas fruslerías.
Pero el hecho es que el Superacelerador arrancó, y que las energías son tan enormes que tal vez logren hacer salir al bosón de Higgs de su escondite teórico y mostrarse a la luz del día.
Con lo cual se completaría el así llamado “Modelo Standard”, que reúne al puñado (un buen puñado, digamos) de partículas elementales que forman toda la materia existente: seis quarks, seis leptones y los bosones que transportan fuerzas (queda el misterio de la materia oscura, si es que existe, tanto la materia como el misterio).
El asunto es que el Superacelerador de Hadrones es, probablemente, el experimento científico más grande (y más caro) que se halla emprendido jamás (no sé realmente si el Proyecto Apolo lo alcanza) y uno de los más ambiciosos, escudriñar la materia hasta el fondo, pescar y atrapar la partícula que falta para exhibir de una vez por todas de qué está hecha la materia: entre otras cosas, el escurridizo bosón de Higgs tendría la extrañísima propiedad de conferir masa al resto de la partículas, y por ende al universo.
Qué lejos quedan los experimentos sobre los que se asentó la ciencia moderna: el árbol de Van Helmont, el pobre telescopio de Galileo, el primitivo barómetro de Torricelli, las bobinas de Faraday, e incluso los experimentos caseros sobre la radiactividad de Becquerel y los Curie. La ciencia actual (la Big Science) es siempre grandiosa: siempre arañando límites con uñas que cuestan miles de millones.
Y que explican las leyendas y los nombres que rodean mediáticamente esta historia: la partícula divina, la máquina de Dios (injusta por donde se la mire, ya que Dios no entiende nada de física y de ciencia moderna en general: ni una sola vez se deslizan en los libros sagrados palabras como átomo, ADN –que en la Biblia hubiera sido muy útil para evitar confusiones– o bosón. La pobre deidad moderna debe estar muy preocupada con los problemas de pedofilia que plagan su iglesia como para ponerse a leer un libro de física nuclear).
Otro de los cuentos que escuché por ahí es que el experimento podría producir miniagujeros negros, que se devorarían al propio acelerador como aperitivo y al resto del universo como plato principal (parece que no se puede vivir sin un apocalipsis cercano: el invierno nuclear, el Y2K, después el verano producido por el cambio climático y así).
Pero de todas las leyendas, la que más me gustó es ésta: que al alcanzarse energías semejantes al Big Bang, se produjera un Big Bang de forma efectiva, un Big Bang contante y sonante que diera lugar a un universo. Aunque naturalmente disparatada, esta versión captura la imaginación y la sensación de los ciclos cósmicos: al fin y al cabo, en muchas versiones de la teoría, el Big Bang fue una pequeña oscilación de la Nada, que en vez de reintegrarse al NO Ser y dejar de existir, se escapó y dio lugar al universo. Y así, uno podría pensar, que una vez empezado un Big Bang, se origina un universo que tarde o temprano da origen a la vida, y que la vida da origen a la inteligencia, y que la inteligencia da origen a la curiosidad, ésta a la ciencia, y la ciencia, naturalmente, a construir un Superacelerador de Hadrones, donde se origina un nuevo Big Bang. Tiene esto un tufillo a Stanislav Lem qué impresiona, pero es curioso pensarlo, ¿no?
Y encima no hay de qué preocuparse.
Si el bosón aparece, bien, se completará el modelo standard.
Pero ojalá que no aparezca: las cosas serían mucho más interesantes.
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