Domingo, 30 de enero de 2011 | Hoy
VALE DECIR
Nació el 26 de septiembre de 1914 y si bien le pusieron François Henri LaLanne, toda su vida la gente lo llamó como lo bautizó su hermano: Jack. Su padre murió de un ataque cardíaco a los 50 años; su madre entonces le dedicó toda su atención y lo malcrió durante gran parte de su adolescencia.
Jack tenía toda clase de problemas: le iba mal en el colegio, usaba anteojos, tenía acné, dolores de cabeza, era débil y delgado hasta los huesos. A los 15 años, su madre lo llevó a una conferencia sobre nutrición dictada por el famoso nutricionista Paul Bragg. Ese fue el día en que la vida de Jack empezó a cambiar.
LaLanne dejó los dulces, el café y el té para siempre. Empezó a comer sano y a hacer ejercicio con la pasión de un atleta olímpico. Fue toda una transformación: hasta dejó de usar anteojos.
Abrió su primer gimnasio en 1936 y fue pionero en el uso de máquinas con pesas para hacer ejercicio. “La gente pensaba que yo era un charlatán, un loco”, contaba él. “Los doctores estaban en mi contra: decían que hacer ejercicio con pesas iba a causar infartos y que los hombres perdieran su potencia sexual.”
En 1951, años antes de Jane Fonda, LaLanne empezó con un show de televisión en San Francisco que poco después, en 1959, se volvió nacional. Lo daban tan temprano que su única audiencia, al principio, eran los niños, a quienes urgía para que despertaran a los adultos y los pusieran a hacer ejercicio con ellos.
En 1954, a sus cuarenta años, empezó a realizar grandes hazañas para llamar la atención acerca de su prédica sobre el estilo de vida; hizo un record mundial tras otro, nadando grandes distancias, a veces con las manos esposadas y otras veces, incluso, remolcando botes. Su última gran hazaña la realizó a los 70 años, en 1984, cuando esposado, encadenado y arrastrando setenta botes de remo –uno de ellos con varios invitados– nadó casi dos kilómetros. ¡Con setenta años!
La edad nunca lo detuvo hasta que finalmente lo detuvo: el domingo pasado, con 96 años, Jack LaLanne pasó a mejor vida. Se hizo famoso también por su ingenio y resulta imposible no citar una de sus frases: “No puedo morirme, ¡arruinaría mi imagen!”.
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