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La peste negra arrasó con Europa en el siglo XIV: se estima que se llevó entre un 30 y un 60 por ciento de la población del Viejo Mundo sólo en ese siglo y que apareció varias veces más hasta que se retiró, en el siglo XIX. Hace dos años, en un perverso bis, se llevó una víctima más: Malcolm Casadaban, profesor de genética y biología celular.

Esta enfermedad, que todavía anda dando vueltas por el mundo pero que ya se la sabe curar, se debe a la bacteria Yersinia pestis. Atajada a tiempo, se trata con antibióticos, pero desbocada se vuelve feroz: terriblemente contagiosa y, si alcanza los pulmones, mortal dentro de las veinticuatro horas.

Malcolm Casadaban estaba trabajando con esa bacteria cuando cayó enfermo. A nadie se le ocurrió que pudiera ser la peste, ya que los investigadores trabajan con versiones genéticamente debilitadas de la bacteria. En este caso puntual, la Yersinia no podía extraer hierro de los glóbulos rojos y por ende no podía prosperar.

Sin embargo el doctor Casadaban fue internado y a los cinco días había muerto. Según reporta la revista Bloomberg, los resultados de laboratorio determinaron la causa del deceso y entonces la Universidad de Chicago, donde él trabajaba, entró en estado de alerta total.

La bacteria debilitada con la que trabajaba el doctor no podía procurarse hierro pero quiso la suerte que el finado padeciera hemocromatosis: es una enfermedad que causa una acumulación de hierro en la sangre. La bacteria no podía entrar en los glóbulos rojos para buscar su alimento pero lo podía encontrar flotando en la sangre, en un macabro buffet.

Terminó siendo una venganza generacional; la enfermedad que tenía Casadaban es mucho más probable en los descendientes de europeos ya que los sobrevivientes de la gran epidemia se lo deben a esta enfermedad: la hemocromatosis en esos casos cambiaba el hierro de lugar y la bacteria no podía encontrarlo. Lo que en el siglo XIV les salvó la vida, en el siglo XXI fue la clave de una desgracia.