Domingo, 10 de abril de 2011 | Hoy
VALE DECIR
Si hubiera sido cualquier otra persona, la cosa seguramente hubiera quedado en nada, un crimen sin resolver. Pero Irzen Octa, ciudadano de Indonesia, era el secretario general de un pequeño partido político y la semana pasada fue a un Citibank de Jakarta para pagar la cuenta de su tarjeta de crédito.
Además de pagar, Octa quería quejarse de que le habían inflado su resumen de cuenta; él aseguraba que debía cinco mil dólares, pero el banco le reclamaba casi el doble.
Según el diario local The Jakarta Post, el cajero que atendió a Octa no podía resolver el tema, así que lo derivaron a otro empleado que, junto con dos cobradores, lo llevó al quinto piso para proseguir con el tema.
Las tarjetas de crédito en Indonesia no tienen ningún tipo de regulación estatal. Se las ofrecen a cualquiera, en todas partes, y luego cuando alguien no paga aparecen los cobradores. Los honorarios corren a cargo del deudor y estos muchachos no tienen problema en hostigar telefónicamente o invadir propiedad privada: todo vale.
Pero con Irzen Octa se les fue la mano: lo encontraron muerto en una habitación del quinto piso. La autopsia determinó que la causa del deceso fue daño cerebral; además la policía reportó haber hallado rastros de sangre en las paredes y en las cortinas del sitio de su muerte.
“Dijeron que golpearon la mesa, patearon una silla y le tocaron los hombros”, contó el jefe de policía –que interrogó a los cobradores– en diálogo con The Jakarta Globe, otro diario local. Existe la teoría de que la acalorada charla causó la muerte de Octa por un aneurisma, pero eso no explica la sangre en las paredes y en las cortinas.
Si hubiera sido cualquier otra persona, no hubiera pasado nada. Pero como era un político, tuvo repercusiones en el Congreso: varios legisladores devolvieron sus tarjetas de crédito al Citibank y ahora las portadas de los diarios, día tras día, claman por una inmediata regulación de las agresivas prácticas de cobranzas.
Por supuesto que Citibank sacó un comunicado en donde lamenta la terrible muerte, explica que sus empleados adhieren a los códigos de conducta de la profesión y se ofrece a ayudar con la investigación policial. Nadie esperaba nada menos, de la misma forma que, sabiendo de lo que son capaces los bancos, cuesta creer que la casa central de Citibank desconociera hasta dónde llegaban sus empleados de Indonesia con tal de cobrar.
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