Pollos, ratones y vacas han hecho las veces de conejillos de indias; no así las personas, temerosas de los riesgos. La idea, sin embargo, no parece molestarles a los franceses Marion Laval-Jeantet y Benoit Mangin, integrantes del colectivo Art Orienté Objet, que explora los límites del bioarte. En su última pieza, titulada May the Horse Live in Me (Deja que el caballo viva en mí), la dupla fue bien lejos y, queriendo explotar las barreras entre las especies, Marion se inyectó a sí misma... sangre de caballo.

Ni ella es suicida ni lo es su compañero de fórmula, un científico algo chiflado: durante meses la mujer preparó su cuerpo para recepcionar el plasma equino, supervisada por un laboratorio suizo, recibiendo pequeñas dosis de inmunoglobulinos del animal. Claro que no descuidaron la dosis performática del experimento: no sólo filmaron todo; cuando la aguja pergeñó la “comunión sanguínea”, Laval-Jeantet llevaba prótesis de pezuña y caminaba junto a su donante, dándole charla.

¿Cómo se sintió durante el proceso? “Hiperpoderosa, hipersensible e hipernerviosa. Era un superhumano; ése no era mi cuerpo normal. Tuve todas las sensaciones de un herbívoro y no pude dormir”, contó a Centre Press. El objetivo de la experiencia tuvo partida doble: además de llevar la imaginación lo más lejos posible, el dúo quiso alertar acerca de la desventurada biodiversidad. Porque, si algunos animales están en peligro ¿por qué no llevarlos dentro? Con esa idea en mente, pensaron inyectarse sangre de panda, pero los médicos aconsejaron caballo.

El bio art es una de las corrientes más modernas del arte contemporáneo. Surgida en los ‘90 en Estados Unidos, reúne artistas que trabajan con bacterias, tejidos u organismos vivos. La vida, para ellos, es una materia prima maleable. No por nada, una de sus primeras imágenes data del ‘95 y se trató del trasplante de una oreja humana... en un ratón. Para el surrealismo, un sueño hecho realidad.