Dom 06.05.2012
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VALE DECIR

La bondad cuesta caro... al bondadoso

Debbie Stevens, norteamericana de 47 años, madre de dos y divorciada, fue despedida de su trabajo cuando su salud comenzó a flaquear después de haber donado un riñón. A su jefa. La historia comenzó en enero de 2009, cuando la mujer de Long Island entró a trabajar en una franquicia de la empresa Atlantic Automotive Group, donde conoció a su superior Jackie Brucia, de 61 años.

Después de un año y medio ejerciendo para la firma, Stevens renunció y se mudó a Florida pero, en septiembre de 2010, regresó a Long Island y pasó a saludar a sus antiguos compañeros. Allí encontró a una Brucia desahuciada por sus problemas de salud, y, entonces, la buenuda y conmovida Debbie le dijo que, si no encontraba un donante, ella se ofrecía a darle una mano. O, en este caso, un riñón.

Cuando meses más tarde, Stevens volvió definitivamente a Long Island y recuperó su antiguo trabajo, su jefa la llamó a la oficina y le preguntó si su oferta seguía en pie. Al parecer, su donante había sido denegado y necesitaba ayuda. La cuarentona accedió inmediatamente y, aunque no era compatible, los doctores le dijeron que –si donaba su órgano– pondría a Brucia en un lugar preferencial a la hora de las donaciones. Entonces se sometió a la intervención y comenzaron los problemas.

Después de la intervención –llevaba a cabo el pasado 10 de agosto–, el post operatorio de Debbie fue complicado, generándole fuertes dolores en ambas piernas. Eso, sin embargo, no fue excusa suficiente para la oficina, que comenzó a presionarla para que regresara a sus quehaceres. Así lo hizo, el 6 de septiembre. Pero el 9 el malestar la obligó a faltar al trabajo y Brucia le pegó un llamadito. Aunque la propia jefa aún no se había reincorporado y seguía haciendo reposo, le recriminaba su ausencia. “Tus compañeros van a pensar que recibís trato especial”, le habría dicho. Discusiones más, discusiones menos, la degradaron de posición y la mandaron a otra sucursal, una a la que se referían como “Siberia” por estar en un barrio problemático. Estresada, con ataques de ansiedad y un sentimiento de “traición”, la otrora donante se asesoró legalmente y envió una carta a la empresa. Entonces, sin más, la echaron. Ahora, la mujer de Long Island ha decidido denunciar a su jefa y su abogado, Leonard Leeds, supone que la compensación podría ser millonaria. Aunque para que haya verdadera justicia, la jefa debería devolverle a Debbie su riñón.

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