VALE DECIR
Dos
pájaros de un tiro
Son jóvenes ingleses y por lo tanto saben que los aguarda un destino
de borrachera. ¿Así que, por qué no ir preparándose
para los mejores años de sus vidas? La iniciativa es de una firma alcohólica,
la Hardys, que le ha encomendado a un grupo de estudiantes del St. Martin’s
el diseño de una botella de vino con un televisorcito incorporado, con
notas sobre gusto y consejos en pantalla. El prototipo debería estar
listo para el 150º aniversario de la compañía, como un modelo
de aquello en lo que podría convertirse un envase de este tipo en los
próximos 150 años. Y con el propósito de más largo
aliento de –como después de todo, es difícil imaginar un
producto más útil para el mercado– iniciar una revolución
entre las envasadoras. Un cortometraje en la pantallita mostraría, según
se detalló en una presentación, cómo se cultiva y estaciona
la bebida, seguido por una serie de consejos sobre cómo debe acompañarse.
Su presentación oficial será en la Feria Internacional del Vino
en Burdeos, dentro de un par de días, y finalmente quedará demostrado
que el único buen momento para ver la tele es cuando uno está
totalmente al (o en) pedo.
El
precio de medio huevo
Es chino y tiene 19 años y muchas ambiciones. La primera de todas: hacerse
rico mientras aún sea joven. Y no se le ha ocurrido mejor manera para
lograr su objetivo (tal vez no se le haya ocurrido ninguna otra manera) que
subastando un riñón, un ojo y un testículo, todo propio,
es de suponerse, y todo al mejor postor. Zhou, el guardia de seguridad que ha
ideado ese pequeño gran negocio personal, ya publicó varios avisos
pero aún no ha cerrado trato con nadie. Claro, no va a ser cosa de actuar
impulsivamente, habrá pensado. El mínimo por el combo testículo-riñón
es de unos 11 dólares, y aproximadamente la mitad por el globo ocular,
según un diario del Sur de China. Cuando los artículos finalmente
hayan encontrado su comprador, el mundo podrá saber cuánto era
que valía ese medio huevo que uno paga por las cosas que cuestan un huevo
y medio; si todo sale bien, debería ser algo así como un riñón
y un ojo de la cara.
La
mujer de la máscara de oro
Todo sea por el amor. Nicole Jones, inglesa, 26 años, tiene un amor en
su vida, pero está preocupada: no sabe si es para siempre. Lo que sí
sabe, como todo el mundo, es que la belleza no, y teme que cuando las carnes
empiecen a caer, su marido ya no la quiera más. Por lo tanto, la chica
–cuya belleza es, por supuesto, un valor discutible– ha decidido
tomar cartas en el asunto, asegurando su rostro en unos 150.000 dólares.
Todo comenzó, en realidad, cuando su esposo le dijo, supuestamente en
broma, que cuando se pusiera vieja la abandonaría. La póliza estipula
que si ella se pone fea, la aseguradora deberá desembolsar la suma acordada.
¿Cómo se determinará el nivel de pérdida de lindura
y lozanía de la muchacha? Sencillo: con un jurado compuesto por diez
constructores –es decir, diez profesionales de la misma actividad que
desempeña ella. “Cuando lo conocí era el tipo de hombre
al que le gustan las mujeres lindas”, se excusó la Jones, “pero
ahora he tenido un bebé y mi figura se desmejoró un poco. Él
odió mi embarazo”. Ante la perspectiva de afearse para cobrar el
dinero, la chica aseguró que lo ideal es precisamente lo contrario: no
tener que recibir esa suma jamás en su vida. El chiste le cuesta algo
más de 300dólares al año, y ella se lo ha ofrecido como
regalo de cumpleaños a su marido.
Canapies
caseros
Hay horas del día en las que es desaconsejable estar totalmente colocado,
dicen los entendidos. Vaya uno a saber cuáles son esas horas, pero definitivamente
una es la hora en que un austríaco que logró llamar verdaderamente
la atención esta semana decidió “elevar” sus sentidos
aspirando gas butano. Cuando la ambulancia llegó a su casa, el sujeto
se había rebanado los deditos de los pies, los estaba friendo y los ponía
entre rodajas de pan. Como resultó ser un buen anfitrión, les
ofreció un sandwich a los enfermeros: “Tiene gusto a pollo –los
tentó–. ¿No quieren probarlos? Quedan algunos”. La
policía dice que, al parecer, al tipo –de 35 años de edad–
le agarró hambre cuando el gas ya había hecho su efecto, y que
la hermana, que fue quien llamó a la ambulancia, lo encontró cuando
ya había comenzado a cocinar sus bocaditos. Los paramédicos llegaron
cuando ya casi no quedaba nada para comer, así que nadie los culpó
por falta de cortesía de caer sin saladitos o alguna cerveza. Un vocero
del servicio de urgencias convocado llegó a decir que “lo que quedaba
estaba demasiado tostado”, aunque no aclaró si lo lamentaba porque
ya no tenía arreglo o porque no le gustan los snacks demasiado quemados.
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