Domingo, 12 de agosto de 2012 | Hoy
VALE DECIR
El mes pasado, el granjero Roger Pion, del estado de Vermont, Estados Unidos, hizo lo que cualquier hijo de vecino haría tras ser detenido por resistencia a la autoridad y tenencia ilícita de marihuana. Después del inconveniente legal, el hombre de 34 años decidió no fumarse la bronca, regresó al hogar, encendió su tractor y, al volante, volvió a la estación de policía del condado de Orleans. Se dirigió hacia el estacionamiento de la comisaría y, con una meta entre ceja y ceja, procedió a dar luz verde a la venganza, aplastando siete patrulleros.
Con la suerte de su lado, Pion pudo terminar la masacre automovilística sin interrupciones: los agentes de seguridad nunca escucharon el bullicio. Ocurre que, para paliar el calor, los uniformados tenían el aire acondicionado a tope y el ruido del artefacto les impidió oír los destrozos. Recién se enteraron de lo que acaecía a sus autos cuando un vecino llamó de urgencia al 911. “Era un tractor enorme, rojo, de unas 15 toneladas”, ofreció el testigo Ken Wells a la prensa.
El resto de la crónica, un gag. Porque cuando los policías finalmente salieron de las oficinas y vieron lo que había ocurrido, el loco de Roger se alejaba por la calle, sin que nadie lo detuviese. “No teníamos manera de perseguirlo”, reportó el oficial Philip Brooks sobre el granjero que, ahora, enfrenta catorce cargos, delito mayor con agravante de ataque a la Policía, entre ellos.
Al menos, nadie salió herido. Salvo las billeteras del condado, que deberán reponer una flota de 300 mil dólares. “No sólo se derrumbaron los techos y capós; las radios están en ruinas, los detectores y radares, las jaulas de los coches, los rifles y escopetas que estaban en los baúles...”, enumeró el sheriff Kirk Martin. Una inesperada pérdida para las fuerzas que combaten el consumo.
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