Con cargado maquillaje, look adolescente, jeans tiro bajo y un par de zapatillas a la moda, una mujer francesa de 52 años se apersonó en un examen preuniversitario haciéndose pasar por su hija Laetitia. El juego de las diferencias duró un suspiro: aunque la tramposa señora —identificada como Caroline— llegó al aula sin levantar sospechas, un supervisor con ojos de águila —o simplemente sentido común— notó el cambiazo y alertó a las autoridades sobre el descarado intento. El hombre recordaba a la joven Laetitia de la semana anterior, cuando se había presentado a dar una prueba de Filosofía en el liceo Bossuet-Nôtre Dame, en París.

Para confirmar el pálpito, chequeó las tarjetas de identificación de los estudiantes presentes y, al notar que estaba en lo cierto, avisó al director de la institución quien, a su vez, alertó a la policía local. Sin embargo, como Caroline ya estaba zambullida en su rol de alumna ejemplar y completaba el examen junto al resto de sus “compañeros”, las autoridades decidieron no detenerla al instante para no perturbar la concentración del resto del grupo. La falsa colegiala, entonces, escribió y escribió durante tres horas en vano. “Intervenir en el examen podría haber molestado a los otros candidatos, y haber creado una razón para cancelar la prueba para todos”, explicó un representante de la escuela a Le Parisien.

Según otro miembro del personal, cuatro agentes de policía —vestidos de civil— llegaron a la escuela y, más tarde, escoltaron a la impostora desde el pasillo. La madre confesó entonces la estafa y las evidentes razones para perpetrarla: mejorar el promedio de su hija. La intentona, sin embargo, les salió cara: la hija no podrá rendir ningún examen de ingreso universitario durante cinco años y la madre enfrenta una pena de tres años de prisión por fraude y una multa de 9 mil euros. Pero... ¿quién le quita el orgullo a la cincuentona Caroline de haber podido pasar por su hija veinteañera Laetitia entre sus posible compañeras al menos durante las tres horas que duró el examen?