Domingo, 28 de septiembre de 2003 | Hoy
VALE DECIR
Me
gusta ser mujer
No le fue del todo mal con un proyecto bastante personal como fue Frida y ahora
acaba de estrenar Érase una vez en México (la tercera parte de
El Mariachi, de Robert Rodríguez), así que la chica está
envalentonada y le dio por hablar fuerte y claro en Hollywood. Salma Hayek habló,
entonces, acerca de por qué sigue soltera a los 37 años de edad:
ella dice que quiere sentar cabeza y formar una familia; que su mamá
siempre le pregunta ¿cuándo te vas a casar?; y que ella le responde
una y otra vez lo mismo: que todavía no se casó porque todavía
no conoció “a un tipo con más pelotas que yo”. Cuatro
veces estuvo Salma al borde del matrimonio: “Lo que me preocupa es que
la mayor parte de los hombres sean tan débiles. Por eso actúan
como si no les importara y se hacen los machos; porque son frágiles por
dentro. Pero le temen tanto a la confrontación... Y debido a esto construyen
sus vidas de tal manera que deben lidiar con sentimientos lo menos posible.
Y a mí los hombres femeninos me parecen increíblemente sexy, pero
la mayoría son incapaces de ponerse en contacto con su costado femenino;
no tienen el valor para confrontar esa parte de su alma. ¿De qué
voy a hablar con un hombre que no sabe qué se siente ser mujer?”.
No
te reconozco, muñeca
Sindy es, o mejor dicho, solía ser, la respuesta británica a la
Barbie. Bueno, ya no más. Sus fabricantes han decidido convertirla en
una quinceañera, para lo cual han tomado la absurda decisión de
hacerle perder curvas a su cuerpo –justo ahora que cumple cuarenta años
en el mercado– y achicarle las tetas. También cambiará los
tacos por zapatillas. Todas estas transformaciones ocurren ahora como si finalmente
se hubieran decidido a hacerles caso a las protestas de las feministas... de
treinta y cinco años atrás. Denise Dean, directora de “diseño
y desarrollo” de los fabricantes New Moons argumentó que era hora
“de que las muñecas se parecieran a las chicas que las compran.
Perdió el busto y sus largas piernas, y le hemos cambiado la cara. Está
totalmente irreconocible”. Como muchas de las madres de las chicas después
de tanta cirugía.
Golpe
a golpe
Es chino, tiene veintiocho años y ya está verdaderamente cansado
de laburar. No es un vago ni empezó necesariamente a trabajar en su infancia,
sino que se consiguió un puesto más vale desgastante: el de punching
bag humano. Por el equivalente a unos seis dólares, uno puede surtirlo
a golpes a lo largo de dos minutos, lo cual lo ha convertido en el gran remedio
para nerviosos y estresados en los bares, discos y otras salidas nocturnas de
la zona de Chengdu. El tipo nunca contesta los golpes y afirma saber que está
“proveyendo de un servicio valioso para aquellos que sufren tensiones
relacionadas con el trabajo”. Parece que el asunto viene resultando muy
popular y que cuando el tipo vuelve a su casa todos los días después
del trabajo, apoya su portafolios en el piso, le da un beso a su mujer y suspira:
“Estoy molido”.
Hacerse
los vivos
El domingo pasado Clarín presentó la nueva versión de la
revista Viva, y uno de sus platos fuertes fue la sección “Debate”.
Con ánimo de recoger un tema de candente actualidad, se presentó
lo que la revista parece considerar un auténtico “dilema argentino”:
¿Vale la pena ser decente?, interroga desde el título la revista
del gran diario argentino. “La pregunta es antipática para el dichoso
ser nacional –afirma Viva– pero en la Argentina de hoy se vuelve
casi inevitable. Aquí, algunas respuestas.” ¿Cómo
“algunas” respuestas? ¿Acaso la respuesta no es una? ¿Acaso
en la Argentina de otros años no valía la pena? Qué dilema.
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