PáGINA 3
Al rojo vivo
Por Leonardo Moledo
Expedición en rojo, obra a estrenarse próximamente. Describe la primera expedición a Marte en el año 2025, con la nave Encounter, que se estrella contra la superficie, dejando un único superviviente, Paul Visniak, quien resulta así ser el primer humano en pisar, vivo, la superficie marciana. En este fragmento, el discurso final de Visniak.
Paul Visniak: (...) sólo pedidos de auxilio y jadeos de agonía, y en pocos minutos, todos muertos. Aquí alrededor, los cuerpos espantosamente mutilados.
(Pausa)
Sólo he quedado yo.
(Sale al exterior)
Yo, el primer humano que ha logrado sobrevivir en Marte. (Pausa) Solo, en la superficie de otro mundo, el que va a morir. No hay nadie más. La suave brisa marciana roza levemente mi traje de astronauta, el primero que ha tocado en cien mil siglos. (Pausa) No hay nadie. El ser humano más próximo está a cien millones de kilómetros.
(Pausa)
En este planeta, que tanto anhelamos, y que poblamos de grandes civilizaciones, que llenamos de fantasías extravagantes, y al que al fin llegamos, estoy solo, yo, el que va a morir. La Vía Láctea brilla terrible para mí con un fulgor fúnebre. ¡Y qué silencio! (Pausa, diez segundos de silencio absoluto) El silencio del espacio en un planeta muerto, en el que ningún sonido se transporta. Que el silencio diga lo que tiene que decir.
No se ve la Tierra en el cielo marciano, la Tierra, aquel planeta que me
resulta lejano ya, nuestro hogar ancestral que recorrimos durante más de un millón de años, hasta que, ¡oh soberbios!, quisimos emprender el viaje a las estrellas. Y llegamos a Marte, y yo estoy solo. He llegado y estoy tan solo como puede estar un hombre cuando va a morir.
(Pausa)
Porque en el momento de tu muerte estás solo.
Hasta unos instantes te atendieron y te acariciaron, trataron de introducir en tu cuerpo líquidos y medicamentos que te mantuvieran vivo unos minutos más, que sostuvieran por un rato el hálito vital. Rostros conocidos y queridos se inclinaron sobre vos, y te besaron, sus manos apretaron las tuyas, pero ahora todo se vuelve borroso, porque el que se va a morir sos vos, y ellos seguirán viviendo. De pronto, todos son extraños, lejanos, diferentes, y vos estás solo, absolutamente solo ante la muerte, ante la nada inexorable que te empieza a atravesar. Ellos están vivos y vos te estás muriendo. No puede haber mayor barrera, no existe una distancia mayor, no se puede concebir mayor diferencia. Ya no hablarás con nadie, y ya nadie te dirá nada.
El espacio es como la muerte. (Pausa, silencio) Recorro unos pocos metros en la más completa oscuridad. La temperatura exterior es de 80 grados bajo cero; se enfrían rápidamente los restos de la nave. Los cadáveres se desparraman alrededor y no existe una alimaña que venga a alimentarse de ellos. Todo está destruido, y las reservas de oxígeno desaparecieron.
¡Oxígeno!
Me queda oxígeno para apenas unas horas y mis pedidos de socorro a la Tierra serán inútiles; nadie puede ayudarme a cien millones de kilómetros.
(Luz muy débil)
Pero... amanece.
(Pausa; el escenario vira hacia una luz pálida y rojiza, luego imagen pálida del Sol, casi difuminado)
Amanece sobre Marte. Nuestra estrella se levanta, más pálida que en la Tierra. La veo alzarse por última vez. ¡Oh, dulce Sol, Ra, Enlil, Febo,Apolo, que tienes arco de plata, que mandas en Argos y reinas en Ténedos poderosamente! ¿Por qué no castigas a los aqueos y no les haces pagar mis lágrimas con tus flechas? ¡Llama a tu hermano Ares, el dios de la guerra, amo y señor de este planeta donde he sido abandonado! ¿Por qué tu nave, que recorre el cielo guiada por pegasos alados, no viene ahora a rescatarme?
Así, sobre un mundo poblado por temerosas criaturas que apenas osaban alzarse y erguirse, te elevaste por primera vez, trayéndoles alivio tras la larga y peligrosa noche.
Y te adoraron, porque les devolvías la savia de la vida y la seguridad, porque apartabas lenta, dulcemente, lo normal de lo terrible, lo bueno de lo malo, la figura nítida del fondo confuso y borroso del destino. Así te alzaste sobre las generaciones que fueron de la madera a la piedra y de la piedra al metal, en un mundo atravesado por el delicado oxígeno, que para mí ahora valdría más que las piedras preciosas y que puede medir por horas, minutos, el precioso reloj del oxígeno que corre implacablemente hasta que su última molécula se extinga en mis pulmones y yo me extinga también en este mundo rojo y desierto, que sin embargo llenamos de seres absurdos, de ciudades, de canales, de mitos alocados que sólo vivían en nuestra imaginación, leyendas, palabras llenas de sonido y de furia y que no significaban nada.
(Amanecer marciano)
(Se detiene. Mira alrededor. Extiende los brazos. Duda 10 segundos)
Pero... pero... ¿qué es lo que veo?
¡Los canales!
Por todas partes, los canales...
¡Marte está cubierto por una densa, vasta red de canales por donde circula el agua más pura que pueda imaginarse, y hay muelles de amianto con amarraderos de piedra, donde quedan aún estacionadas barcas de fuegos movidas por sutiles mecanismos electrónicos! Y alrededor de los canales, densas redes de vegetación, aparatosos árboles de formas estrambóticas, que ya se arrastran sobre el suelo rojo, ya se elevan en la atmósfera sutil y, en sus bordes, el esplendor en la hierba anaranjada, y la gloria en cada flor que se apoya en construcciones abandonadas, cubiertas de jeroglíficos y escrituras que hasta los dioses serían incapaces de descifrar. A lo lejos una Cara, un rostro mira hacia el espacio, una deidad olvidada, esfinge de tiempos remotos, cuando las grandes ciudades marcianas se levantaban contra el cielo pálido.
¡Todo era verdad!
¡Desde los polos marcianos desciende el agua pura que los antiguos habitantes de este planeta trajeron para fertilizar sus desiertos y dar lugar a terribles civilizaciones guerreras y pacíficas culturas humanistas, cuyos habitantes se movían en imprecisas máquinas que, sin alas, se elevaban en el aire! Restos borrosos de grandes factorías, con paredes de luz, donde los platillos volantes se construían para partir hacia toda la Galaxia, desde Cydonia, la gran ciudad marciana, con sus rampas de piedra que bajaban al Canal, y altas torres de tungsteno y metal donde habitaban los grandes sabios de Vasroom.
¡Todo era verdad!
¿Alguien vendrá detrás de mí? ¿Alguien verá mis pasos marcados en la tierra marciana, la tierra de Vas- room? ¿Qué quedará de mí? (Mira un instrumento) Mi oxígeno se termina. Quedan algunos minutos. ¿Vendrán en mi ayuda el dios Ares, los antiguos sabios de Vasroom, los pájaros de piedra, las fieras de metal, los tenues hilos moleculares con que la vida florece en todo el universo? ¿No somos acaso un único organismo, disperso aquí y allá, a través del polvo cósmico, a través de miríadas y miríadas de años luz? Abismos crueles del espacio, ciudades de Vasroom, antiguos sortilegios. Conjuros en un idioma imposible. An emi, vasroom, seth.
(Pausa)
Se acaba. Es el final. Pero tal vez... Tal vez pueda sacarme el casco y respirar el tenue aire marciano, como los antiguos habitantes de Vasroom.
Y, si sigo vivo, si no muero, seré el primer humano en recorrer la superficie de Marte.
¿Conseguiré respirar? Me va la vida en ello.
¿Conseguiré respirar?
(Se quita el casco lentamente. Respira profundamente
una y otra vez)
Vivo. (Pausa) Respiro. (Pausa)
Soy el primer marciano.
Hemos llegado, finalmente, a Marte.