VIVOS O MUERTOS
La música es un río que fluye
Sacaron sólo tres discos en más de veinte años, y borraron un cuarto porque “era muy bueno, pero iba a ser digerido en apenas seis semanas”. Lejos de considerarse diletantes ociosos, viven los años entre álbumes como privaciones durante los que desaparecen para trabajar. Tranquilamente puede decirse que rechazaron fama, dinero y televisión en busca de la perfección musical. Poco y nada se sabe de ellos. Pero los cientos de fans desperdigados por el mundo no pierden las esperanzas y esperan el tiempo necesario hasta el próximo disco de The Blue Nile.
Por Rodrigo Fresán
Y es un río que fluye muy pero muy lento. Y –advertencia: ésta es una oración larga como río– no importa; porque ésa era exactamente la idea cuando, en 1981, tres escoceses de Glasgow (Paul Buchanan, Paul Joseph Moore y Robert Bell, más Nigel Thomas, que los acompañó en los muy poco frecuentes –sólo tres hasta la fecha– tours de la banda) se zambulleron en el nombre de un río sagrado (a cuyas márgenes dedicó el historiador Alan Moorhead el libro The Blue Nile: clásico de la no-ficción exploratoria a la hora de remontar las vidas de aquellos victorianos que se lanzaron a la búsqueda de las fuentes de donde brotaba toda esa agua) y se propusieron conseguir averiguar exactamente lo mismo. Averiguar de dónde viene y a dónde va. Y todo parece indicar que lo consiguieron. Pero, sí, muy lentamente.
UNA CAMINATA POR LOS TEJADOS
Al principio no tenían nombre y sólo tenían un single casero –I Love This Life– que entusiasmó a la discográfica RSO justo antes de la quiebra. Después encontraron un nombre que, explicó Buchanan –vocero, voz cantante y principal compositor–, “tuviera que ver con algo más grande y mejor que nosotros, algo más allá de nuestra experiencia personal”. Y no demoraron en ser descubiertos por segunda y definitiva vez, y fluir a su propio ritmo.
Y dejemos de lado esporádicos proyectos más o menos solistas, la música para películas, los sublimes lados B y rarezas que podrían ya mismo configurar otro LP. Tan sólo tres discos propiamente dichos –más otro que grabaron y borraron porque, Buchanan dixit, “sonaba fantástico, pero a las seis semanas habría sido asimilado por completo... y hay pocas cosas más liberadoras que descartar algo en lo que te dejaste la vida”– alcanzan y sobran para garantizarle a The Blue Nile un sitio limpio y preferencial en nuestras cada vez más contaminadas memorias musicales. Tres discos separados por demasiados años y un cuarto que, dicen, aparecerá sin que nadie lo espere –pero todos lo sueñan– cualquier día de estos. Sí, The Blue Nile ha editado sólo tres discos entre 1981 y el 2003 que no han sido relanzados ni remezclados ni engordados con bonus-tracks tal vez porque así como están ya son tres intocables obras maestras: A Walk across the Rooftops (1984, mi favorito, donde se alzan Tinseltown in the Rain, Stay, la formidable Heatwave y la tomwaitsiana Easter Parade, que regrabaron para un single con su amiga Rickie Lee Jones); Hats (1989, su hora más dorada para la mayoría de los fans y, sí, aquí está, The Downtown Lights versionado por Rod Stewart y Annie Lennox); y Peace at Last (1996, al que los fundamentalistas acusan de contener “sólo cuatro canciones perfectas” pero, a la hora del recuento, todos señalan canciones diferentes, por supuesto; y las mías son Happiness, Sentimental Man, Family Life y Soon).
Y la pregunta del misterio es qué es lo que diferenció y sigue diferenciando a The Blue Nile del torrente de bandas sintetizadas y sintéticas surgidas durante los ochenta. Una posible respuesta es que mientras la mayoría de esas bandas vivía para el momento (y así quedaron para siempre fijadas en el irrompible ámbar fashion de esos días dark y de esas noches light), The Blue Nile ya se movía con una atemporalidad refleja más propia de los sesenta sabiendo que, a la hora de la Historia, es más importante el eco y el poder residual que el efímero Big Bang de una portada de revista snob que hoy te ama para así poder odiarte mañana. En otras palabras: aquí y ahora, The Blue Nile es todo aquello que siempre quiso ser y jamás será Tears For Fears. Así, los que entonces escuchamos y hoy seguimos escuchando a The Blue Nile –mucho más ambient que techno; mucho más soul que pop– no lo hacemos con los ojos cerrados de la nostalgia sino con las pupilas bien abiertas ante el prodigio de recuperar sonidos que no pasan de moda. Porque –lo mismo ocurre con otros obsesivos artistas de la lentitud como Peter Gabriel, Leonard Cohen, Kate Bush y esa versión neomundista y agria de la ancestral dulzura de The Blue Nile que es Steely Dan– los sonidos de The Blue Nile son los sonidos de una tendencia, de una pasión, que empieza y termina ahí mismo.
SOMBREROS
“Estoy enamorado, estoy enamorado de un sentimiento”, canta Paul Buchanan sobre un tapiz de electrónica –“un bajo, una máquina de ritmos prestada, una guitarra, un órgano Farfisa, y un pequeño sintetizador con una sola nota”, explicó Buchanan– y no suena moderno sino eterno. Y he aquí otra particularidad: los versos que componen las canciones de The Blue Nile no están plagados de poesía críptica o de mensajes en código. Todo lo contrario: son de una simpleza que sólo se obtiene luego de mucho trabajo, de pulir ciertas ideas hasta alcanzar la médula. Así, la maravillosa voz crooner de Buchanan –una curiosa y perfecta mezcla de Frank Sinatra, Marvin Gaye y John Cale– para acompañar una música de arquitectura cuidadosamente planificada y que nos contiene. Canciones donde la voz somos nosotros y la música es todo aquello que nos rodea. Canciones como postales a las que nada nos cuesta escribirles la espalda y ponerles nuestra firma. La teoría de la práctica de The Blue Nile fue predicada así por Buchanan: “En algún momento empezamos a pensar que si combinábamos determinado sonido con determinado ritmo de fondo, podíamos evocar el paisaje de una montaña o de una pequeña ciudad... y esto nos pareció muy interesante: el aspecto visual de la música. Por ejemplo, el bajo de Robert en Walk across the Rooftops nos parecía... vertical, como si ascendiera zigzagueando por una de esas escaleras de incendios. La guitarra en Tinseltown in the Rain nos recordaba el ronroneo del tráfico que te llega a través del vidrio de una ventana cerrada. A partir de entonces nos propusimos eliminar todo aquello que al oyente le recordara, simplemente, a un bajo o a una guitarra. En Hats perfeccionamos este sistema. Y en Peace at Last fuimos todavía un poco más lejos. Las ‘vacaciones’ que nos tomamos entre álbum y álbum no son, como piensan muchos, un lujo. Son, en realidad, privaciones. Desaparecemos para trabajar. A la hora de escribir las canciones, nosotros las perfeccionamos hasta hacerles justicia. Hemos rechazado la fama, el dinero y la televisión: el éxito en general. Tal vez seamos un poco obsesivos; pero está en nuestra naturaleza. Mi ambición siempre ha sido la de crear algo especial para que cada nota, cada inflexión de la voz, cada verso, tenga un sentido. Y también sé que, de conseguirlo, tal vez no sea tan importante y no signifique gran cosa, porque mientras otros descubren cosas como la penicilina, yo me dedico a hacer música. Pero esto es lo que me ha tocado en la vida y esto es lo que amo y, cuando funciona, hace que todo valga la pena”.
Y, de acuerdo, todo esto puede sonar un poco solemne y pretencioso, pero recién se entiende cuando suena y se escucha a The Blue Nile. En resumen: música que dura y que permanece, música que no se gasta, música para pescar desde la orilla con máquinas que funcionan con tracción a pura sangre.
POR FIN LA PAZ
Y desde la salida de Peace at Last en 1996 –se comprueba fácil navegando y encallando en la red de páginas dedicadas a la banda en Internet– se han predecido inminentes avistamientos de The Blue Nile que no han resultado en gran cosa. Rumores, giras canceladas y, río arriba, siempre río arriba, el rumor de ese nuevo disco que baja sin prisa ni pausa y quién sabe cuándo atracará en nuestro puerto. Tal vez, quién sabe, haya que organizar una expedición y partir en su búsqueda.
La canción que cierra Peace at Last –la preciosa, hipnótica y crepuscular Soon– alude, y acaso se burla un poco, de la siempre inesperada inminencia del milagro y canta: “Pronto / pronto / ven pronto / Chanson Luna pronto/ cuando te estés cepillando el pelo / allí estaré yo / sí, pronto”. O.K.
De acuerdo.
Pero, por favor, ¿cuánto falta?