PáGINA 3
› Por Rodrigo Fresán
DOS Tiene algo de perfecto el hecho de volver –de pasar– por unos pocos días a esa bombardeada Buenos Aires y encontrarte como si nada hubiera pasado, como si hubieran pasado tantas cosas, con las paredes de Figueroa Alcorta cubiertas por la mirada roja de Charly García. Ojos de video-tape escarlata que te miran fijo debajo de unas letras donde se lee Influencia. Me acuerdo –creo recordar– que los discos de Charly García suelen salir los sábados. (Por lo menos estoy seguro, sí, de haber comprado La hija de la lágrima durante una fiebre de un sábado por la mañana.) Y así entramos en una disquería de un shopping que no estaba la última vez que pasé por ahí y que probablemente no vaya a estar ahí la próxima vez que pase. Y, ah, la devaluación y el lujo de un “déme tres” por primera vez en la vida. Y más de un irritable se va a irritar cuando lea esto, pero –Influencia García– me importa un carajo. Y así, hago patria: uno para un amigo que me acompaña, otro para un amigo en Barcelona, y otro para mí. Así están las cosas y así está Charly García y así está Influencia: buenísimo. Y los tres nos quedamos muy contentos mientras otros compran dulce de leche, camperas de cuero, departamentos y todo eso. Pero el mejor souvenir –para adentro o para afuera– es un compact de Charly García, recuerden, escuchen.
TRES Influencia y Charly García suenan diferente en Buenos Aires que en Barcelona. En Buenos Aires –escuché Influencia por primera vez el domingo pasado en un auto camino a La Boca–, Charly García tiene el urgente sonido de lo-que-está-pasando: canciones que son casi subtítulos de una película enloquecida en la que se entienden algunas cosas y otras no. La Gran Película Argentina que nadie va a nominar al Oscar. Días después, en Barcelona, Charly García y su Influencia ya han adquirido ese barniz de tango apocalíptico que suelen tener siempre él y su música. Aquí y allá, Charly García es y sigue siendo uno de los pocos argentinos a los que se puede seguir escuchando con atención y confianza por más que salte del apocalipsis sónico Say No More (esa estática que son los latidos de un país para cardíacos del espanto) a la dulzura melódica de Seru Giran y su épica de post-beatle. Un Charly García y otro Charly García aparecen en Influencia y, una vez más –voluntaria o involuntariamente– sus canciones se pueden mirar a contraluz como si se oyeran radiografías del aquí y del ahora pero, también, de los que fuimos. Aquel “Encuentro con el Diablo” en noches castrenses afanado en su momento a Lynyrd Skynyrd ahora se ha convertido en este auto-cover donde “Encuentro con el Diablo” suena como el demonio al mediodía, ominoso, demócrata, música de fondo para cualquier asalto a camión con vacas mientras oíd el ruido de rotas cacerolas. Y, entre uno y otro, el mismo tipo flaco y alto de siempre, y el mismo bigote de siempre. Uno más en la tierra y uno más bajo el sol. El tipo que se tira del piso nueve de un edificio alto y flaco para enseguida contarnos y explicarnos lo que es sentirse primero “vacío” y después “mojado”, y siempre “con miedo”.
CUATRO Charly García es, sí, el Charly García que todos llevamos adentro y en estos tiempos terribles agradezcamos la suerte, el placer y el privilegio de tenerlo entre nosotros, pareciera, para siempre. Indestructible e irreductible. Como uno de aquellos camioncitos Duravit, ¿se acuerdan? Charly García como nuestro mesías verosímil y comprobable durante todos estos años en los que Charly García funcionó y sigue funcionando como hombre/síntoma y performer de nuestro inconsciente colectivo: Charly García salta, grita, se flagela, pierde dientes y conserva la sonrisa. Charly García como nuestro vicio. Y a diferencia de tantos viciosos, de todos esos a los que nos enganchamos para descubrir que eran droga de la mala –cortada e impura–, Charly García primero escucha la pregunta y recién después responde. Charly García en la tapa de la Rolling Stone argentina y mensual con una remera donde se lee “Kick Me” sabiendo que el que patea el tablero es siempre él. Charly García en una entrevista en el semanario Veintitrés donde, a los anzuelos de los signos de interrogación acerca de “cacerolazos y asambleas” –en una ciudad donde ahora todos parecen seducidos por la épica de sentirse a la vez parte vencedora de la Historia y maldecidos por descubrirse parte vencida de la misma historia de siempre–, responde: “Como te dije, estoy en un momento de inspiración y muy consciente de lo que hago, muy profesional, y eso te mete en un mundo distinto. Cada uno hace su vida. Y yo en el ramo político, con lo que ya pasó en las viejas épocas, creo haber cumplido mi cuota de patriota. Chau”.
CINCO En estos días, Charly García parece haber descubierto que “Chau” es Su Palabra. La dijo para responder desde detrás del podio de uno de esos premios “a toda la carrera” sin siquiera detenerse para agradecer a los desagradecidos de siempre. “Chau” es, sí, una palabra cómoda, funcional, redonda y sin fondo en la que entran tantas cosas en cuatro letras. Para Charly García, Chau equivale a Love y a Fuck al mismo tiempo. Lo mejor de ambos mundos. Hippie y punk. Acuariano y cancerígeno. Oído absoluto de quien –como canta en “El amor espera”– “está cansado de escuchar siempre las mismas pelotudas pavadas”. Tal vez “El amor espera” sea el mejor momento y más influyente momento de un Influencia cargado de inmensos instantes. Allí, lo que empieza con furia casi hardcore de golpe adquiere el estado de un mantra casi angelical donde se nos habla y se nos canta que “somos como peces que están fuera del mar”, que “fuimos tantas veces hacia el mismo lugar”, que “todo el mundo quiere, todo el mundo quiere olvidar”. Esa parte de esa canción suena casi como un regalo, como si Charly García dijera: “Si tienen ganas, olvídense de todo por un rato; total, para acordarme de todo estoy yo, como de costumbre, una vez más”.
SEIS
Volver por cuatro días locos a Buenos Aires equivale, sí,
a escuchar en muchas bocas la misma pregunta. Una pregunta terrible y difícil.
Una de esas preguntas modelo “¿me repite la pregunta?”. Una
de esas preguntas sangrantes en las que duele hundir la hoja verdadera de un
cuchillo sincero o mentir el parche falso de una curita que se despega enseguida.
La pregunta es: “¿Cómo nos ves?” o –mínima
variación– “¿Cómo ves esto?”. Responder
entonces, adentro y afuera, en todas partes, aquí o allá, con
el mejor elogio posible, con la más afinada de las maldiciones, ser sincero
y, claro, oscuro. Responder, una vez más, decidida y definitivamente
influenciado. Responder: “Como un muy buen disco de Charly García”.
Lo que, se sabe, no es poca cosa.
Chau.
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