Domingo, 26 de febrero de 2006 | Hoy
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Por CHARLES NICHOLLS
En el Departamento de Manuscritos de la British Library se encuentra una hoja en la que Leonardo Da Vinci escribió unas notas sobre geometría. Se trata de uno de sus últimos escritos: probablemente data de 1518, el año en que murió. El papel tiene un tono grisáceo, pero la tinta se conserva bien. Hay algunos diagramas y, junto a ellos, un bloque de texto muy ordenado, escrito en su habitual “escritura especular” (de derecha a izquierda). No es, a primera vista, uno de los manuscritos más interesantes de Leonardo, excepto para los aficionados a la geometría del Renacimiento. Pero merece una mayor atención porque al final ofrece una sorpresa. En el último cuarto de la página, el texto se interrumpe con un brusco “etcétera”. La última línea parece un fragmento de un teorema –la mano apenas ha vacilado–, pero lo que realmente dice es perche la minestra si fredda. Leonardo ha dejado de escribir “porque la sopa se enfría”.
Hay otras alusiones a detalles domésticos en los manuscritos de Leonardo, pero ésta es la que más me gusta. No es que nos diga mucho: que tomara un cuenco de sopa templada un día de 1518 apenas puede considerarse un dato biográfico importante. Lo que lo convierte en algo especial es el elemento de sorpresa, de espontaneidad. Entre las áridas abstracciones de sus estudios de geometría se ha introducido este momento de humanidad sencilla y cotidiana. Vemos a un anciano sentado a la mesa, escribiendo con atención. En otra habitación vemos un cuenco de sopa, humeando intensamente. Probablemente es una sopa de verduras, porque en la última etapa de su vida Leonardo se hizo vegetariano, y probablemente también la había cocinado su criada, Mathurine, a la cual dejaría pronto en su testamento una “capa de fino paño negro forrada de piel” en premio a sus “buenos servicios”. ¿Es ella la que llama a Leonardo para decirle que la sopa se enfría? El continúa escribiendo unos momentos –el tiempo que tarda en escribir perche la minestra si fredda–, y luego deja la pluma.
Hay en esto una sombra de presagio. Que sepamos, nunca reanudó esas notas, de forma que esa interrupción parece augurar esa otra interrupción definitiva que no tardaría en llegar. Podríamos titular esta página de aspecto no especialmente llamativo “el último teorema de Leonardo”, un proyecto inacabado más. La gran empresa de investigación y exposición a la que ha dedicado su vida se cierra con esta broma intrascendente, esta frase jocosa acerca del imperativo de la cena.
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