Domingo, 28 de julio de 2002 | Hoy
PáGINA 3
Por Rodrigo Fresán,
Desde Barcelona
uno Medio siglo desde que la Jefe Espiritual de la Nación entrara en la eternidad –o algo así– es mucho tiempo pero, parece, nunca demasiado. Esta mujer se sigue muriendo, como atrapada y atrapándonos en un loop que se muerde la cola, como si hubieran sampleado su último aliento, como si nos obligara una y otra vez a morirnos con ella. Supongo que los que allí estuvieron lo recuerdan a la perfección: la voz en la radio informándoles en una noche de invierno que también ellos –tristes o eufóricos– eran parte del acontecimiento histórico. Supongo que fue uno de esos momentos inolvidables –como la llegada del hombre a la Luna o la caída del Muro de Berlín– en que la órbita del mundo parece alterarse porque todos contienen el aliento, porque nadie se atreve a respirar cuando alguien así ha dejado de respirar para siempre para que, a partir de entonces, los vivos respiren ella, siempre.
dos Resulta tentador creer que todos los argentinos padecemos desde hace cincuenta años la maldición de esta mujer. Es bien sabido que en vida la movían un ansia de venganza digna del Conde de Montecristo y un odio generado en una sufrida infancia de novela de Dickens. Así, esta mujer quería que la amaran y quería que la odiaran. Así, esta mujer se hizo odiar por muchos a partir del amor de muchísimos. ¿Qué pensar entonces de la furia de faraona maldita que puede llegar a sentir su efigie nómade e inmortal después de todo lo que le ha pasado, lo que le hicieron pasar? Resulta también apropiado pensar que hay algo de mal karma en esa momia luminosa supuestamente atrapada –¿por qué no dudarlo? ¿No la habrán vendido para que engalane el museo privado de algún magnate loco?– bajo una losa de acero en las profundidades de un cementerio paquete donde el metro cuadrado cotiza a precio de penthouse. Resulta lógico –si pensamos y ordenamos una trama estilo gótico-argentino– que todo comenzó a pudrirse a partir de la lucha por ese cadáver que no se pudre y que parece flotar sobre la memoria o la falta de memoria de nuestro país.
tres La muerte de Perón –y su cuerpo embalsamado y sin esas manos inmensas con las que bendecía a las masas desde ese balcón que estaba de antes pero que inventó él– es otra cosa. Si el crepúsculo de esta mujer es puro Poe, la noche que se le vino a Perón es Roger Corman. Una muerte divertida pero de bajo presupuesto. Perón se moría por vivir, mientras que esta mujer vivió para morirse en el momento justo, dejar un cadáver demasiado bien parecido y, por si esto fuera poco, resistente a los embates del tiempo. Esta mujer puso el cuerpo en vida y pone el cuerpo en muerte. Esta mujer nunca envejeció y no envejece ahora, ni siquiera en esta Argentina decrépita y senil. Esta mujer no arruga en este país en retirada porque se sabe dueña de un capital indevaluable y capaz de saltar todo corralito: la potencia de su leyenda. Pocas historias verdaderas mejor preparadas para la ficción. Esta mujer es más personaje que persona y puede funcionar como bandera de guerra, como abanderada de los pobres, como millonario capricho de Madonna. Parte de su peligro y vigor reside en su capacidad para simbolizar casi cualquier cosa según desde dónde se la mire. El problema es que nadie puede verla, pero todos la imaginan. Se sabe que es muy fácil acceder a la divinidad: alcanza con desaparecer.
cuatro
Y quizás ahí esté la clave. Esta mujer es una desaparecida
más. Esta mujer está escondida, invisible pero cierta en la bóveda
de su gloria blindada. De cuando en cuando –no creo que a ella le parezca
suficiente– algún cuento, novela o película la trae a la
superficie y la arranca de esa condena necrófila a la que la ha sometido
el territorio más necrófilode todos. Sí, la Argentina vive
a través de sus muertos y es probable que todos seamos víctimas
del mal karma que nos regaló esta mujer de mirada fulminante y rodete
tirante y voz quebrada por la emoción de saberse agonizante e inmortal
al mismo tiempo.
¿Seguro que estás ahí? ¿No será ya hora de
mostrarte como se muestra a Lenin o a Ramsés y desanudar así tu
maleficio? Quizá de eso se trate todo: de mostrarte. Nada te gustaba
más que te contemplaran, ¿no? Aunque sea pagando entrada, a beneficio
de lo que te parezca. Entonces, por fin, verte volver y ser millones. Mirarte
de cerca un rato largo. Y después, ya era hora, ya pasaron cincuenta
años, a otra cosa, a vivir, a evitar a esta mujer de una buena vez por
todas, dejar de llorar por ella, Argentina, por favor, ¿sí?
Cuál fue el secreto de...
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