Domingo, 28 de julio de 2002 | Hoy
PERSONAJES
Descubrió seres extraterrestres. Encontró gnomos maléficos. Trajinó casas embrujadas. Siguió la pista de misteriosos narcos. Estuvo en los allanamientos más espectaculares. Y encima escribía los guiones y montaba las escenografías de estas historias que conmocionaron los noticieros de los 80. ¿José De Zer? No: Carlos “Chango” Torres, el inefable camarógrafo que por primera vez cuenta cómo fueron aquellos años de gloria en que De Zer reinaba y “Nuevediario” arrasaba en el rating.
LA MONTAÑA
MAGICA
A comienzos de 1985 De Zer y el Chango llegaron a Carlos Paz para cubrir la
temporada de verano, como cada año. A José le encantaba la noche
y Chango lo seguía. Las entrevistas habituales iban desde Susana Giménez
hasta Carmen Barbieri, pasando por todo el teatro de revistas. Hasta que una
mañana, mientras tomaba un café en el centro, De Zer descubrió
en el diario local una noticia: Uia... mirá: una mancha,
le dijo al Chango. Era una foto de unos pastizales quemados que parecían
la huella de un plato volador. Podemos ir a verlo, ¿no?,
dijo. Era la punta del iceberg que no terminaría de derretirse hasta
hoy. Fuimos al lugar, encontramos la marca y José dijo: ¿Cómo
la podemos encarar?. Nos sentamos y armamos un pequeño libreto
para pensar lo que teníamos que hacer.
¿Inventaron todo?
La mancha era real. Pero todo lo demás era pura ficción.
Una mancha es una mancha, pero no se encuentra una mancha así todos los
días. Así que nos fuimos al camino. Como era verano, había
un montón de cascarudos muertos y secos. Agarramos algunos y los tiramos
en la ruta. Entonces me dijo: Voy a entrar y decir Hay bichos disecados.
Esa semana los televisores estallaron. Nuevediario midió
45 puntos de rating anunciando posible vida extraterrestre en un cerro cordobés
hasta entonces ignoto: el Uritorco. A De Zer no le importaba romper ese incómodo
límite que suele haber entre ficción y realidad. Pero había
un problema: el día después. ¿Y mañana qué
hacemos?, recuerda el Chango que le preguntó De Zer. Fueron a ver
a un vaqueano que los llevó a unas cuevas desconocidas por el público.
Cuando entramos José dijo: ¿Ché, qué
podemos hacer acá? Vamos a hacer que haya vida extraterrestre.
Al Chango todavía se le suelta una sonrisa cuando se recuerda pintando
dibujos en el techo de la cueva. Después, dice, tomaron unas piedritas,
se las llevaron al hotel y durante una noche entera se dedicaron a dibujarlas
como muñequitos con esmalte para uña. Al otro día
volvimos y enterramos las piedritas con un palito para no perderlos. Entonces,
sucedió la escena: De Zer llegaba a la cueva con una antorcha que provocaba
una inmensa humareda y señalaba: ¡Unos jeroglifos extraños,
miren!. De repente descubría: ¡Acá hay una piedra
que está caliente todavía!, y cuando la destapaba aparecía
la vida extraterrestre: muñequitos recién hechos por el Chango.
Cuando el dúo aterrizó en Capilla del Monte nadie los quería:
Nos cuestionaban la viveza criolla. Hasta que los pobladores comprendieron
el negocio. Después nos adoraban porque hicieron fortunas con nosotros:
abrieron hoteles, casas de comida, hasta alambraron la montaña y ahora
cobran para subir. La noticia de vida extraterrestre en el cerro Uritorco
cruzaba fronteras inimaginadas. Cada vez que volvíamos a Buenos
Aires el director del noticiero nos mandaba de vuelta porque manteníamos
un encendido increíble. Hasta que un día nos intimó: Tienen
que acampar arriba del cerro. De Zer y el Chango eran valientes
pero no tanto como para enfrentar el frío de una cumbre. Entonces, cranearon
un plan: Mandé al vaqueano con una camioneta para que armara una
carpa con tres extras en la cumbre. Yo me fui a La Falda, alquilé una
avioneta y le dejé un handy a José, que no se movió de
la base del cerro. Cuando yo aparecí con la avioneta, él comenzó
a relatar: Saludamos al avión de apoyo de Nuevediario desde
la cumbre del Uritorco que ha llegado para cuidarnos. Vamos a pernoctar en busca
de los extraterrestres. Mientras tanto, yo filmaba a los tres vaqueanos que
saludaban desde la cumbre. De Zer y el Chango armaron su carpa en el fondo
del hotel que tenía la misma pajabrava del cerro. En la madrugada
comenzamos a gritar, prendimos un reflector, salimos de la carpa y José
señaló Allá se ven las luces. Era una zona del campo
de Los Terrones donde cruza la ruta por una cuesta creando la ilusión
de naves alocadas. Nunca llegamos a la punta del cerro.
EL JADEO
Y EL JALEO
José De Zer había adquirido, con el tiempo, un latiguillo y un
vicio que hacían que todo el embuste terminara pareciendo cierto: el
latiguillo era decir Seguime Chango cada vez que fuera posible.
El vicio era respirar fuerte cerca del micrófono para dar una sensación
de agitación, de cansancio, de fatiga. Era, probablemente, lo más
cierto de José De Zer. El cansancio era producto del café,
del valium y del cigarrillo. Tomaba valium para tranquilizarse (había
tenido un accidente de autos a fines de los 60, haciendo una nota para Gente
en Comodoro Rivadavia y le habían puesto platino en los brazos), casi
no comía, ni bebía. Se agitaba a morir. Pero todo lo hacíamos
con placer. Realmente nos fascinaba estar a medianoche en un pueblito planificando
el día después, cuenta.
Otra historia que forma parte del corolario de noticias guarras es la de los
gnomos que habían aparecido en La Plata. Al poco tiempo de la noticia
del Uritorco, Nuevediario recibió el llamado de un parapsicólogo:
decía tener fotos de un fenómeno. Horacio Larrosa, director de
aquel Nuevediario, le pasó el caso a De Zer.
El dúo viajó a La Plata. El hombre los hizo entrar a su casa y
les mostró: Miren esto.
Eran dos fotos de un pozo cuadrado y de cemento. En una había una especie
de duende que miraba a cámara. En la segunda, el muñequito estaba
de costado, como queriendo meterse en el pasto. ¿Cómo pasó
esto?, preguntó De Zer. Yo venía caminando con la
cámara colgada y en eso sentí una atracción magnética
desde el campo. Caminé hacia él y la cámara se disparó
sola. Cuando me moví un poco se disparó otra vez. Yo no vi nada,
pero cuando revelé el rollo salió esto, relató el
parapsicólogo. El Chango miró las imágenes y dijo: Podemos
contar la historia, pero no podemos mostrar estas fotos. No son creíbles.
De Zer le pidió un número de teléfono donde ubicarlo y
volvieron al canal. Ahí, una vez más, armaron el plan. Organizaron
una expedición para altas horas de la noche siguiente. Llevarían
péndulos cerca del pozo para observar qué tipo de atracción
magnética había por la zona. Ya en el lugar comenzamos a
caminar. Para crear más tensión le pedí al hombre que apagara
la luz y filmé el péndulo que se veía a través de
la linterna. Caminamos dos pasos, se perdió la linterna y el tipo se
cayó accidentalmente dentro del pozo. Entonces comenzó a gritar
Me atrapa. Me lleva. El pozo me traga. Mientras tanto, De Zer decía Hay
una atracción magnética y entre todos hacíamos como que
trabábamos de sacarlo. Desde entonces y, por varias semanas, peregrinó
por el magnético pozo todo tipo de gente.
El mundo
según Nuevediario
Nuevediario había inventado un mundo por aquellos años
caracterizado por dos cosas: la sangre y la ficción. Sin embargo, el
Chango estuvo en varias realidades bastante sangrientas: cubrió el motín
de Monte Chingolo: Ahí me tuve que tapar con un muerto para que
no me maten, recuerda. Y junto a De Zer filmó durante tres días
los acontecimientos de La Tablada: José nunca me dejó en
ningún momento. Cuando no había demasiado que filmar o cuando
las cámaras llegaban tarde, De Zer y el Chango inventaban o repetían
los operativos con el consentimiento expreso de Gendarmería o la policía.
Armábamos los bandos de los buenos y los malos. Hacíamos
salir a los presos encapuchados de nuevo, o los mismos policías hacían
de extras. Reconstruíamos los tiroteos y persecuciones de delincuentes.
Los policías hacían de delincuentes, tiraban tiros, se caían,
los esposaban y se los llevaban. La gente me preguntaba: ¿cómo
puede ser que hayamos filmado eso? Nosotros sólo respondíamos:
estábamos ahí.
De aquel delirio realizado por De Zer y el Chango, la lucha contra el narcotráfico,
en el norte argentino, está bien grabada en la retina de los televidentes
de los 80. Ese trabajo tuvo vida propia: Hicimos prácticamente
una película sobre los narcotraficantes. La misma Gendarmería
realizó tiempo después un concurso cinematográfico sobre
ficción y puso nuestro trabajo a competir con otros dos. El nuestro ganó
la Medalla de Oro, dice el Chango del premio que todavía conserva.
SIGA ESA
VACA
La prensa nacional ha descubierto en las últimas semanas un tema-pantalla
ideal para hablar de cualquier cosa sin decir nada: las vacas mutiladas.
¿Usted cree en los extraterrestres?
Nunca vi ninguno, pero creo en ellos. Porque dentro de esa magia que inventábamos
con José a veces veíamos cosas inexplicables. Como la vez que
vimos un grupo de árboles que parecían en buen estado aunque estaban
completamente disecados; el perro atado a uno de esos árboles había
quedado chiquitito y lo vino a buscar la NASA y se lo llevó.
¿Cómo cubriría José el tema de las vacas mutiladas?
José hubiera encontrado vacas hasta en el Obelisco. Hubiéramos
hecho una película. Usaríamos vacas propias, no vamos a esperar
a que se muera una vaca...
La ética es una mala costumbre que el Chango nunca asimiló. Mirá
se pone sincero en ciertos casos uno hacía cosas que cuando
las pensás decís Está mal. Pero nosotros nunca sentimos
estar haciendo mal porque son historias que en realidad no hacen daño
a nadie. Hacés ficción, igual que un mago. Después de las
notas, la gente se apasionaba y comentaba mucho. En aquella época
el Chango nunca aceptó en público que lo que hacía era
parte de una gran mentira. Cuando algún amigo o vecino le preguntaba
si existía aquello que había salido por la tele, él siempre
tenía una respuesta: ¿Cómo no va a existir? ¿Vos
me decís que te estoy mintiendo? Eran polenta las luces, no tenés
idea de lo que eran.
¿Se sentía poderoso?
No, porque nunca nos pusimos a pensar que éramos famosos. Con José
nos hemos divertido a más no poder. Pero puedo decir que he aprendido
a comer junto a presidentes con cubiertos de plata y tomar vino de una lata
de cartón en medio de una villa.
El fin del Chango en la tele llegó en 1997, cuando la palomita pasó
a ser Azul. El canal quedó en manos de un grupo australiano que terminó
haciendo un muy mal negocio. Nuevediario había dejado de
existir tres años antes. Echaron a 28 camarógrafos, a todos
los que tenían más de 25 años de laburo. Con lo que yo
ganaba tomaron dos chicos contratados. El Chango volvió a ser Carlos
Torres, regresó a sus pagos y se puso una remisería en la zona
sur que anda bastante bien. Por el momento, prefiere no volver a
la tele. Después de la de Viale, recibió una invitación
de Rumores, que va por Azul: Les agradecí, pero no
puedo ir: después de 32 años me despidieron como un número
más. Era uno de los pocos que quedaban de la época en que Nuevediario
todavía ganaba los Martín Fierro.
Cuando falleció De Zer, ¿qué sintió?
Bronca. A José lo mató la misma televisión. La televisión
se come a la gente. Hoy sos Gardel y mañana, si no apareciste, no sos
nadie. ¿Sabés por qué se acuerdan del Chango? Porque no
apareció nunca. Como nunca lo conocieron, está la espina.
¿Qué fue De Zer para usted?
Un ídolo.
Al final de la charla, cansado de tanto hablar, el Chango se levanta del único
café que ya terminó de tomar hace rato en un bar de Adrogué.
Extiende una mano y la aprieta con fuerza mientras mira a los ojos para establecer
ese lazo de confianza al que tan acostumbrado lo tenía su compañero.
Gracias por acordarse de mí, dice. Antes de salir, este cronista
se siente tentado de decírselo, de sacarse el gusto sólo para
ver qué sucede, de espetarle un seguime sólo para probar qué
se siente pedírselo. Pero Chango acaba de salir por la puerta del bar
sin dar tiempo a nada, como persiguiendo el fantasma de su amigo José
que le viene diciendo desde hace rato: Seguime Chango, seguime.
Cuál fue el secreto de...
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