PáGINA 3
Lo que sé
POR EDWARD TELLER
Me enorgullece que me llamen el padre de la Bomba H. Era algo necesario. De no haber sido yo, Rusia habría sido el primer país en desarrollar la Bomba H. Hoy los norteamericanos estaríamos hablando ruso.
No me arrepiento para nada de haberme pasado la vida trabajando con armas. Me fue bien. Creo que al fabricar la Bomba H contribuí a ganar la Guerra Fría sin derramar sangre. No me gusta la falsa modestia.
Hoy tenemos más armas nucleares que las que necesitamos.
Como ser humano, sentí mucho lo del 11 de septiembre. Como individuo político, agradezco a Dios que hayan matado a seis mil personas antes que al presidente.
Para algunos, todo lo que tiene que ver con la guerra está mal. Pero también está ese dicho latino: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Lo que me enoja es el peligro. Me enoja ver que algo se acerca y no saber qué hacer.
En la guerra se permiten cosas que en otras circunstancias están prohibidas.
Yo estuve el 16 de julio en la primera prueba de Nuevo México. Estaba a veinte millas del lugar, tirado en la arena, con la cara vuelta -ilícitamente– hacia la bomba. Me puse protector solar y unos anteojos muy oscuros. Una luz brilló a la distancia. El área luminosa se expandió, más hacia los costados que hacia arriba, y luego empezó a subir, y en un minuto llegó a la atmósfera –alguien con imaginación habría podido decir que parecía un signo de interrogación–, y el sonido llegó medio minuto después que la explosión. Éramos unos veinte tirados en la arena. Eran las 6 de la mañana. Cuando volví a casa, me metí otra vez en la cama, pero no pude dormir. Tenía prohibido contarle a mi mujer, así que no se lo conté. Ella me contó lo que se había enterado por los noticieros: que un depósito de municiones había explotado y no había habido heridos. Supongo que lo sabía todo, y yo lo sabía, pero nunca nos lo dijimos.
Oppenheimer estaba en contra de la bomba de hidrógeno. Decía que estábamos fabricando al dios de la destrucción. Para mí era algo absolutamente necesario. En las audiencias me presionaban para que contestara si Oppenheimer era comunista. Dije que era un hombre complicado y que yo no siempre entendía lo que hacía, y que me sentía más a salvo si no estaba atado a él. Yo era uno más entre los testigos. A raíz de eso él perdió el alto nivel de seguridad que protegía su accionar. Yo no lo catalogué como un comunista. Ciertamente no lo hice. Eso lo dijeron otros. Soy lo contrario de un agitador belicista. He tratado de protegernos.
El presidente Kennedy me citó en la Casa Blanca. Mientras me despedía, me preguntó: “Después de 1945, hubo unos años en que nosotros tuvimos un arma nuclear y los soviéticos, no. ¿Por qué no la utilizamos?”. La pregunta me escandalizó. Mi respuesta fue: “Creo que nunca hay que ser el primero en usar armas atómicas, bajo ninguna circunstancia”. Eso fue lo que le dije al presidente.
Le conté a Ronald Reagan mi idea de un sistema de defensa misilística. Le gustó.
¿Hasta qué punto un sistema de defensa misilística funciona bien? No lo sé, pero estoy absolutamente seguro de que si no trabajamos en él, no funcionará.
Las primeras bombas atómicas tenían cerca de treinta mil toneladas de TNT. Las bombas que hoy tenemos almacenadas son diez veces más grandes, y podrían serlo mil veces más sin ningún problema. Las bombas más grandes no son mejores. El tipo de armas que tenemos hoy harán estallar la atmósfera hasta el espacio exterior. Cuanto más grande la explosión, más rápido se hace estallar la atmósfera.
Los desechos nucleares no existen; sólo existen materiales nucleares que todavía no sabemos cómo usar. Hace poco soñé con Heisenberg, que fue mi profesor. En mi sueño era joven y estaba en la cima de su poder intelectual. Jugábamos al ping-pong. Solíamos jugar todos los martes por la noche. Yo le ganaba. Él se iba a Japón y cuando volvía, conseguía ganarme.
Tarzán es la última película que recuerdo haber visto. No vi Apocalypse Now. Tampoco Doctor Insólito, pero tengo entendido que es una sátira. Un personaje lanza una bomba sobre la tierra y está encantado de hacerlo. Les aseguro que yo no estaría encantado.
La radiación ha sido sobredimensionada por los medios.
Como el no creyente que soy, me gustaría preguntarle al Papa: ¿por qué no hicieron que el Dios de la Biblia fuera un poco más creíble? ¿Por qué tuvieron que ser tan literales y decir que Dios creó el mundo en seis días? Yo me avendría a aceptar una cierta noción de Dios. ¿Por qué diablos Dios no dijo: “Este mundo es maravilloso, todo lo que se ve es admirable, y todavía hay muchas otras cosas asombrosas que no habéis visto. ¡Y yo las hice todas!”.
En cuanto a Hiroshima, hay cosas de las que me arrepiento. Tendríamos que haber lanzado las bombas no sobre Hiroshima sino sobre la bahía de Tokio. Diez millones de japoneses hubieran visto la explosión y nadie habría salido herido. Si los japoneses hubieran tenido esa visión, habríamos terminado la guerra sin una matanza. O podríamos haber tirado la bomba atómica sobre Tokio a una altura de entre veinte y treinta mil pies, a las 8 de la noche, para que la vieran y sintieran el shock. Hirohito hubiera visto la bomba y se habría rendido.
Edward Teller, inventor de la Bomba H, húngaro de nacimiento, formado en Alemania, refugiado en Estados Unidos en 1935, y ciudadano norteamericano por elección desde 1941, murió el martes 9 de septiembre a los 95 años. Estas fueron las respuestas que dio hace poco a la revista Esquire para su sección “Lo que sé”.