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Domingo, 19 de octubre de 2003

LIBROS

Los demonios

A manera de embajada de eso que el “New York Times” ha dado en llamar “el nuevo boom de la literatura colombiana”, Mario Mendoza estuvo en Buenos Aires junto a otros tres camaradas (Enrique Serrano, Santiago Gamboa y Efraím Medina Reyes) para presentar sus novelas. La suya –Satanás– se destaca particularmente por la impactante historia que esconde detrás: la de su amistad con Campo Elías Delgado, el estudiante de Letras que había combatido dos veces en Vietnam y que terminó masacrando a 29 personas en un solo día en Bogotá.

POR CLAUDIO ZEIGER

Hay libros que tienen una historia detrás. Es el caso de Satanás de Mario Mendoza, un escritor colombiano que estuvo por estos días de visita en la Argentina junto a otros colegas (Enrique Serrano, Santiago Gamboa y Efraím Medina Reyes) y que con este libro ganó el premio Biblioteca Breve en el 2002. Por cierto, el título del libro impresiona de entrada. ¿Trata realmente de la presencia del maligno en este valle de lágrimas? ¿O más específicamente de su reinado de tinieblas en la ciudad de Bogotá, donde transcurren unas historias entrecruzadas y violentas? El propio autor hará una interpretación para dar a entender por qué Satanás viene a decir algo de la condición humana, pero no nos adelantemos. La historia detrás de bambalinas es lo suficientemente inquietante como para contarla paso a paso.
En 1986, Mario Mendoza estaba a punto de graduarse en Letras en la Universidad Javeriana de Bogotá. Realizaba su tesis sobre la duplicidad en los aquelarres medievales ligados a la primera novela de Carlos Fuentes, Aura. En ese momento un profesor le presentó a otro estudiante, un hombre de aproximadamente 40 años, que realizaba su tesis sobre el tema del doble en Dr. Jekyll y Mr. Hyde. La bibliografía común, los gustos literarios también comunes y ciertos rasgos de su personalidad que Mendoza creía que lo habían atraído al otro como un espejo –retraimiento, timidez, refugio en la lectura– los acercó. Este hombre se llamaba Campo Elías Delgado. Mendoza refiere que por ese tiempo fueron compañeros aunque no llegaron a ser amigos del todo porque en verdad Campo Elías no era hombre de tener amigos.
La tarde del 4 de diciembre de 1986, Campo Elías Delgado fue a buscar a Mendoza a la universidad, pero él no estaba allí. Ese día, cuando fue a buscarlo, ya había matado a su madre, a una chica que estudiaba inglés con él y a la madre de la chica, y se dirigía raudamente hacia lo más profundo de esa noche que culminaría con un asesinato en masa en un restaurante llamado Pozzeto. Después de la matanza, Campo Elías Delgado se suicidó. Antes de hacerlo había asesinado a 29 personas a lo largo de once horas. Luego se supo que este apasionado de Stevenson y Poe había vivido en los Estados Unidos y había estado dos veces en Vietnam. Había sido combatiente e inclusive fue condecorado por su actuación en la guerra, llegando a integrar el grupo de elite de los Boinas Verdes. Todos estos datos, una vez difundidos por los medios de prensa, terminaron redondeando una interpretación más o menos tranquilizadora, si cabe, de los tristes sucesos. Al fin y al cabo el tipo estaba loco. Era el clásico loco de la guerra y porque había estado en Vietnam había cometido la masacre de Pozzeto.
Mario Mendoza es autor de tres novelas que podrían considerarse “negras”: La ciudad de los umbrales, Scorpio City y Relato de un asesino (que aunque parezca por el título, no está inspirada en este episodio) y cuenta que desde 1986 había fracasado dos veces en su intento de novelar esa matanza que lo rozó tan de cerca. Ya desde entonces no le terminaba de cerrar esa explicación más bien mecánica de los acontecimientos, y buscar una explicación más compleja fue parte de la necesidad de escribir un libro sobre el tema que no se agotara en explorar la personalidad alterada del asesino.
“Campo Elías cumplía con algunas características que son de manual de psiquiatría. Era un misógino compulsivo, una persona con serios problemas en el plano sexual. Había estado en dos oportunidades en Vietnam, pero no creo que éste haya sido el desencadenante. La clave la dio Luis Carlos Restrepo, un psiquiatra colombiano que ahora se ha vuelto muy conocido porque es la persona encargada por el presidente Alvaro Uribe para coordinar el proceso de paz entre las distintas partes en conflicto. En una nota que escribió sobre la matanza de Pozzeto, él dijo que Campo Elías no mató esa noche porque había estado en Vietnam sino lo contrario: eligió ir a Vietnam porque ya era un asesino. Para mí eso fue una bomba en el cerebro, una revelación. Habíamos sido compañeros en el último semestre dela carrera y habíamos estado trabajando en monografías similares. Él trabajaba el tema del doble en Jekyll y Hyde, y el día de la matanza llevaba el libro encima. Restrepo dijo que la clave de los asesinatos estaba en ese libro y no en Vietnam. Habíamos intercambiado información y libros y habíamos tenido maravillosas conversaciones sobre literatura. Y de pronto lo veo como protagonista de la matanza en las páginas de los diarios.”
¿Cuál fue tu reacción en ese momento?
–Entre un crimen y otro fue a la universidad y preguntó por mí. No me encontró porque yo ya estaba trabajando la tesis en mi casa. Creo que él me reveló una faceta de mí mismo. Me eligió como compañero quizá porque vio en mí rasgos característicos de sí mismo. Yo era un tipo muy introspectivo, callado, marginal, y para mí fue un detonante saber que por el camino por el que iba podía terminar en una angustia, una desesperación de esa clase. Son esos personajes que vemos retratados en la historia de la literatura, como Mersault de El extranjero de Camus. Campo Elías Delgado pertenecía a esta estirpe y yo creo que iba hacia allí. Intenté escribir la novela dos veces pero fracasé. Creo que en Satanás pude lograrlo primero por la distancia del tiempo y de haber escrito antes otros libros, y además porque dejé de concentrar todo en la figura de Campo Elías y pude crear otros personajes que le dieron un relieve y una estructura al libro.

Soy Legión
En efecto, la novela ya está bastante avanzada cuando aparece la sombría figura del ex combatiente de Vietnam escribiendo un diario personal que muestra su desajuste básico con el mundo, la olla a presión en la que vive sumergido, sus problemas familiares y sexuales. Pero antes, varias historias entrecruzadas han capturado la atención del lector.
María, vendedora de café en un mercado, lleva una vida miserable cuando dos jóvenes conocidos le proponen convertirse en anzuelo humano. Debe seducir empresarios en bares y discotecas y ponerles un hipnótico en la bebida para que ellos posteriormente le saquen la clave bancaria y lo desvalijen. Un cura se verá acosado por los secretos de confesión de un asesino y una joven que parece poseída y al mismo tiempo lo seduce. Un pintor empieza a profetizar enfermedades y desgracias cuando pinta un retrato. Las historias tramadas por Mendoza en esta novela tienen un enorme poder perturbador. Y, todas juntas, ponen los pelos de punta. El gran logro literario de Satanás no radica sólo en el modo en que va entrelazando la ficción y la realidad. La crudeza estética con que la lleva a cabo es vital para lograr su cometido.
Mendoza actualiza los preceptos de un naturalismo determinista, sin salida, como si el realismo testimonial fuera insuficiente para dar cuenta de tanta violencia insensata. No explora causas sociales ni hereditarias sino más bien fuerzas sin control desatadas en la ciudad violenta.
“Tengo una obsesión por la observación y el detalle muy propia del naturalismo”, acepta. “La novela comienza con una cámara cinematográfica que baja por unas calles de un mercado y se mete por entre las frutas y las verduras, se pega a una mujer, la joven María, y llevará a los lectores por un viaje de texturas, colores, sabores. Viene del naturalismo francés más que del realismo ruso o de alguna forma de hiperrealismo.”
El título del libro, la presencia de un personaje sacerdote mezclado con exorcismos y un clima generalizado de que el mal irracional ha invadido la ciudad, son todos factores que han llevado a varios críticos de Colombia a asociar este libro con la religión y la metafísica. Sin renegar del todo de una interpretación de esa índole, Mendoza da unas pistas de su objetivo al escribir esta historia y sorprende con una fuerte impronta psicoanalítica.
“El sentido del libro tiene que ver con la multiplicidad de la conciencia. Nosotros nos hemos tragado la historia de que yo soy yo y quetenemos una identidad como una estructura psíquica monolítica e inamovible. La filosofía contemporánea vienen explorando lo que podríamos considerar más bien una multitud que nos habita, una multiplicidad, un cúmulo de fuerzas, vectores psíquicos que pugnan por salir. En este sentido yo no soy yo, soy varios. El título Satanás no tiene tanto que ver con lo metafísico o religioso sino con algo que lo puse en el epígrafe y está en Marcos 5,9. En un momento, Jesús se encuentra con un poseso a la salida de un cementerio, y Jesús le pregunta quién es y Satanás responde esa frase que le ha dado tanto temor a la Iglesia y a la cultura occidental. Responde: Yo soy legión. Soy varios. Soy jauría, cardumen, manada. Nosotros, desde Freud, ya no somos nosotros. Somos, mínimo, dos. Freud fue la manera de abrir una de las primeras puertas hacia el misterio. Abrimos la puerta de la conciencia y encontramos una fiesta. Somos esa multiplicidad. La novela es una investigación sobre las fuerzas psíquicas que pugnan en todos los personajes por salir al exterior.”

Boom a la colombiana
La reciente visita de los escritores mencionados –Mendoza entre ellos– trajo a la Argentina noticias de lo que se viene manejando de un tiempo a esta parte en Colombia y España: la existencia de un “boom” de la literatura colombiana. O por lo menos una eclosión de obras y autores que ha llamado la atención de críticos de la literatura latinoamericana y, cómo no, del New York Times, donde se asoció a esta generación de autores con los tópicos más frecuentemente mencionados al hablar de Colombia (violencia política, narcotráfico, sicariato). A los nombres citados se suelen agregar los de Jorge Franco, Juan Pedro Vázquez y desde luego, mayor en edad pero pionero, Fernando Vallejo, el autor de La Virgen de los sicarios. En general se trata de un grupo de autores de estéticas muy diversas, pero con algunos elementos en común. Todos se manifiestan alejadísimos de Gabriel García Márquez y el realismo mágico, y en todo caso admiten un solo tema ineludible: la violencia.
¿Realmente percibís un movimiento semejante a un boom?
–Colombia tiene una crisis indudable a nivel político y social. Se han multiplicado exageradamente las fuerzas tanáticas. Los genocidios, las masacres, los niveles de violencia y secuestro a los que ha llegado Colombia son realmente insostenibles y delirantes. Se repite de gobierno en gobierno, de década en década, y esas fuerzas tanáticas vienen produciendo desplazamientos de campesinos en masa, verdaderas catástrofes sociales. Hay un gran apocalipsis social. Cuando se despliegan las fuerzas de muerte, se despliegan también las fuerzas de vida para poder equilibrar la balanza. Eros tiene que equilibrar para no sucumbir al desastre. Con la misma potencia con la que vamos a la cama y amamos, con esa misma potencia pintamos, bailamos, escribimos. Colombia tiene que equilibrar casi dentro de un esquema psicoanalítico las fuerzas de la guerra con las de la creación. Pasa algo, se llame o no un boom, con el cine, el arte. Pero pasaba en enclaves muy aislados, gente trabajando por separado. En el caso nuestro fuimos reunidos en un proyecto editorial conjunto. No es falso, no es marketing porque eso ya existía y lo que hacía falta era que lograra un grado de exposición, un relieve. Yo no tengo la menor duda de que la crisis argentina dará algo semejante. La hemos seguido muy de cerca y nos ha dolido mucho. Ante esas imágenes que veíamos en CNN uno no dejaba de sentir un apretón profundo en el estómago porque la Argentina ha sido, además, una patria literaria. No tengo dudas de que ese dolor y ese sufrimiento se verá no digo reflejada, pero seguro va a aparecer una expresión literaria que se debe estar cocinando en este mismo momento.

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