MODA
El dúo lisérgico
Se conocieron en el ‘98, celebrando Halloween en la discoteca Bunker. Manuel Brandaza lucía un kimono, medias de red, mallita J.P. Gaultier y borceguíes; Diego de Adúriz, traje de terciopelo azul y pelo al tono. De ese cruce entre un estudiante de indumentaria y otro de bellas artes nació un estilo y una marca, Brandaza de Adúriz, que simula una familia patricia o algún principado lisérgico.
POR VICTORIA LESCANO
Este año, Brandaza y de Adúriz cautivaron en las ediciones otoño-invierno y primavera-verano de los catwalks de la Rural: para la primera concibieron una pasarela con luz ambiente negra, perfecta para apreciar los circuitos de computadoras tramados con tachas y estampas flúo en pantalones y chaquetas; en la segunda asombraron con tramas doradas de cintas y alfileres sobre pantalones derivados de los uniformes de kendo. Y desfilaron –literalmente– un libro, el Fashion Now, último quién es quién de la moda internacional editado por Taschen en su presentación en Buenos Aires. También están próximos a abrir su local en pleno distrito drag de Palermo, en la esquina de Godoy Cruz y Costa Rica, integran el nuevo grupo de artistas que durante dieciocho meses trabajará cobijado conceptualmente por la Beca Kuitca y para el 11 de noviembre preparan una instalación que simulará en el Malba acciones de moda en el interior de una gran pecera.
Una recorrida por el manual de estilo Brandaza de Adúriz no puede omitir la colección La niña de los siete colores, cuya presentación incluyó modelos travestis inquietando el tránsito de Santa Fe y Callao con luz día o pases en la cima del monte Uritorco (Córdoba). Pero el colmo de la extravaganza se llamó Viva 23, apuesta lúdica y homenaje desde la astronomía y las matemáticas al número 23. Fue en diciembre 2002: 23 modelos protagonizaron el fashion show que comenzó en una montaña rusa, se paseó entre espejos de agua y culminó con una puesta de luz negra en la torre del Parque Interama, vecina a los monoblocks de Lugano 1 y 2. Las prendas, en su mayoría vestidos de organza y línea évaseé, incluían estampas de personajes de animé inciertos y proclamas tomadas de afiches callejeros de asociaciones de metafísica.
En síndrome de terror agudo, los propios autores debieron incorporarse a la trama de ese festival de moda casero cuando comprobaron que fallaban los intercomunicadores, de modo que terminaron corriendo sin pausa de un sector al otro. El clímax, cerca del amanecer, fue un Samba drum and bass comandado por el DJ Bad Boy Orange y un happening con desopilantes escenas de diseñadores de renombre cayéndose de bruces, cuyo registro audiovisual suele amenizar las noches de Brandon.
Diego y Manuel atienden en el flamante taller que montaron en la amplia sala de un ex jardín de infantes devenido centro cultural. Las ventanas aún conservan los vitraux hechos con papel glacé y crêpe, pero en la decoración se impone el tubo de luz negra que se ha convertido en el sello de todo laboratorio Brandaza. Y desgranan su credo y sus planes: “Pensamos en recrear en la ropa los efectos del Tren Fantasma del Italpark. Queremos que las prendas se salgan de la tipología vestido y vayan en otra dirección. Planeamos llegar a construir prendas sin máquina de coser, unirlas con otras herramientas y hacerlas cobrar vida, tal vez, en la pasarela. La búsqueda pasa también por llevar las piezas de cotillón a la ropa. ¿Ves este delantal blanco con muñequitos unidos por alfileres? Para nosotros es un manto electrónico: es como si los muñequitos jugaran y hablaran entre sí. Algo raro pasa con estos personajes que aparecen en nuestra ropa y parecieran respirar por sí solos. En el backstage de los desfiles muchos nos piden pedacitos para llevárselos”. Los diseñadores tienen ya un story board con los bocetos de Siempre seré tu amigo, la colección verano 2003/04: consisten en figurines de chicos con pantalones cortos, bonetes de cotillón y t-shirts con ojos de cascabeles que en el papel fueron bautizados Giselle, Kate, Erin o Shalom en honor a las supermodelos Bunchen, O’Conor, Moss y Harlow.
Otra característica del método de diseño Brandaza consiste en aplicar los dibujos de temática animé, hechos a mano alzada, para luego proyectarlos sobre telas de gabardina, organza o poplines. Las telas serán cortadas en Rosario por un equipo de modelistas y costureras que coordina la madre de Manuel, mientras que los bordados finales, hechos porsumatoria de alfileres de gancho, los trama en San Telmo la madre de Diego.
En sus citas de los estilos de la disco revisionan looks propios. ¿Cómo describirían las señas particulares de esos estilos?
Manuel: –Pasamos por etapas darkies, punks, mariquitas y estilo poupée, que era vestirse como de nenito, con tiradores y pantalones muy ajustados, hebillitas en el pelo, lentejuelas y demás accesorios de chica adolescente. Yo me conecté con la moda en el instante en que vi un show de Madonna. Quedé fascinado; así descubrí a Gaultier y empecé a producir a mis seis hermanas para bailar “Like a Virgin” de entrecasa. Cuando vine a hacer el CBC estaba con el tema de que no me gustaban las chicas y no sabía si me gustaban los chicos. En octubre, una amiga me llevó a Bunker y ahí empecé la otra facultad, la verdadera, que fue la disco. Cuando inauguró Ave Porco empecé a trabajar ahí, ayudando en los desfiles que se hacían todos los jueves. El ciclo se llamaba Cambalache; nos ocupábamos del maquillaje y el vestuario, y ahí empecé a conocer a chicos que se montaban. Estaban los mellizos y La Tequilera, una drag que bailaba en el caño. Era muy atractivo ver cómo se montaban. Yo quería liberarme, y ese lugar me daba lo que no encontraba en otras partes.
¿Qué otros elementos los ayudan a llevar el clima de hadas lisérgicas a las pasarelas?
Diego: –Pienso en las películas de Disney, y especialmente en Fantasía. Estamos volviendo a verlas. Me encanta observar cómo las nuevas generaciones de darkies salen con detalles de Pokémon y dibujitos entre la ropa. Me apasiona ese revival de amuletos y fetiches para salir al mundo y a la noche: tiene mucho de primitivo y tribal. Ahora la cultura del animé, las series Evangelion, Akira o Clam, con sus nenas demonias, están muy presentes, y parecen haberse arraigado en la cultura popular. El año pasado redescubrí una de mis primeras influencias, un libro de una autora brasileña que leí en la infancia: se llama Luzul, y es la historia de un chico con piel azul y pelo blanco, donde hay una montaña que aparece como lugar de ofrendas y de misterio. Para mí eso tiene que ver con lo que estamos haciendo nosotros, además de que algunas montañas de Córdoba tienen algo que nos atrae mucho: cada vez que vamos no podemos dejar de hacer escenas de nudity.
¿Su prédica del exceso tiene raíces en la androginia glam rock?
–En la colección de remeras jugamos con iconos: los personajes impresos tienen cuerpos dorados, los circuitos son dorados y las cintas con que les hacemos rayas a los pantalones también. Citamos el dorado de la estampa japonesa, pero también con dejos del estilo boutiquero, de vieja o de rica, además de la cosa berreta o la bijou. Aparecen también botones con forma de plato volador encontrados en el Once, esa caja de sorpresas donde hay locales que siempre abren y cierran o cambian de lugar, y los avíos no se parecen a nada conocido. Predomina una mezcla de lo chino con el cache de Italia. Y a nosotros nos gusta el exceso en el maquillaje y los accesorios. Poco no nos parece nunca: siempre queremos más.