El hombre del piano
Randy Newman festeja sus 35 años en la música recorriendo sus canciones a solas con un piano.
POR DIEGO FISCHERMAN
Tal vez sea costumbre. Puede ser que no. Pero resulta difícil imaginarse una canción con un Dios escéptico, cantando con ironía –y algo de ternura– acerca de lo que le gusta de la condición humana, en un idioma que no sea inglés, con una música que no remita más o menos cercanamente al Rhythm & Blues y por una voz a la que no le quepa, por lo menos, el mote de aguardentosa. Hay un cierto arte en eso de hablar del ser humano y de sus flaquezas en más o menos tres minutos (Dylan en ocasiones lo hizo en bastante más). Y es un arte que, como las ballenas blancas y la dudosa mística del baseball, parece pertenecerle a Norteamérica –y es que los canadienses algo han hecho también en la materia, vía Leonard Cohen y Joni Mitchell. De hecho, cuando a algún español se le ocurre adentrarse en ese terreno no le queda más remedio que hacer música norteamericana (¿se imaginan a Sabina haciendo pasodobles o cuplés?) y cantarla con voz norteamericana.
En el arte de la canción norteamericana (distinto del de la canción inglesa, donde reinan los hermanos Davies, el McCartney de “Eleanor Rigby” y “She’s Leaving Home” y, desde antes, John Dowland y Henry Purcell) la brevedad y falta de solemnidad de la música suele establecer una tensión maravillosa con la seriedad del tema que trata la letra. Y allí, en el rincón judío del terreno (junto a Dylan –aunque reniegue–, Cohen y Paul Simon), Randy Newman ocupa un lugar preferencial. Hace cinco años, una caja de cuatro CDs ostentaba en la tapa una leyenda en dorado, con un marco coronado por un arpa, en donde se leía “Famous Composers and their Works”. Pero la leyenda estaba tachada por una cruz hecha con tinta negra. En cambio, en el ángulo superior aparecía un sello: “Guilty: 30 Years”. La culpabilidad de Newman tenía que ver con sus treinta años de carrera y ahora, a los treinta y cinco, el compositor vuelve a tener su retrospectiva y su conmemoración con el primero de una serie de tres álbumes llamados The Randy Newman Songbook. Allí, por primera vez, Randy Newman está solo con su piano. Y, también por primera vez, aparece en un sello (en realidad un subsello de la Warner) llamado Nonesuch y caracterizado por su perfil selecto, en donde conviven Bill Frisell, el pianista clásico Richard Goode, Laurie Anderson, el Kronos Quartet, Gidon Kremer, Paolo Conte, Fred Hersch y, entre las últimas adquisiciones, Caetano Veloso.
Intimo, descarnado, perfecto, Newman recorre aquí una serie de canciones que arranca con las tempranas “It’s Lonely At the Top” y “God’s Song (That’s Why I Love Mankind)”, ambas publicadas originalmente en Sail Away, de 1972. A diferencia del de la mayoría de sus colegas y coetáneos, en su estilo no hay demasiados rastros del rock y el pop post-Beatles sino, más bien, del antiguo rock’n roll (sobre todo, Fats Domino, lo que es notorio en su manera de tocar el piano) y de los compositores del Tin Pan Alley de los años 20 y 30 del siglo pasado (en particular Irving Berlin). Este songbook no sigue un orden cronológico y, junto a canciones antiguas (también están “I Think It’s Going to Rain Today”, de su primer álbum, “Louisiana 1927”, “Rednecks” y “Marie”), aparecen algunas composiciones más nuevas como “The World Isn’t Fair” y “The Great Nations of Europe”, del disco Bad Love (1999). El álbum comienza con una bella introducción en piano y luego, a manera de interludios, incluye versiones de las músicas para los films Avalon, Toy Story (el tema instrumental “When She Loved Me”) y Ragtime (su primer partitura para el cine, escrita para el film de Milos Forman basado en la genial novela de Doctorow). La voz es la que tiene que ser. El piano, muestra una exacta sutileza sin alardes. Y lascanciones, ese preciso arte norteamericano, están, simplemente, entre las mejores.