Domingo, 23 de noviembre de 2014 | Hoy
MUSICA Viajero incansable, productor y multiinstrumentista, el cantautor Nano Stern vuelve a la Argentina para presentar la primera edición local de sus canciones. Seleccionada especialmente por su autor, Antología propone un recorrido por la amplia discografía de uno de los protagonistas de la nueva escena de la canción chilena.
Por Juan Ignacio Babino
Durante su última visita a la Argentina, a mediados de este año, Nano Stern dejó algunas imágenes resonantes. Por ejemplo, recién llegado a La Plata –compartió doble fecha a sala llena con Chinoy y Bruno Arias en la casa cultural C’est la vie–, abrazó a todos los que estaban pululando por ahí y preguntó si podía participar de la clase de yoga que se estaba dando al fondo del lugar, donde horas después tocaría. “Claro” le dijeron y allí fue. Otra es la siguiente: cuando fue el turno de Chinoy de tocar algunas canciones solo, Nano dio un pequeño salto desde el escenario y se sentó entre la gente. Segundos después, lo que muestra una de las fotos de ese día: él mira fijamente a la cámara, saca la lengua, juega. Aquella vez, la cosa siguió hasta la madrugada, varios vinos mediante, y en el fondo de la noche quedaron esas palabras sonando, tan chilenas: “Cachái, weon, cachái...”
Nano Stern nació en 1985, su nombre real es Fernando Daniel Stern Britzmann. A los tres años empezó a estudiar violín y en más de una oportunidad se refirió a la primera clase que tomó: no recuerda las lecciones de su maestro, sino la salida de la clase; aquella caminata rodeado de esa arboleda, él tan pequeño en medio de todo. Tuvo sus típicas bandas de rock de la adolescencia (Matorral se llamó una de ellas y llegó a formar parte de Mecánica Popular, junto a Manuel García) y a los diecisiete empezó a estudiar en la Universidad Católica. Ahí estuvo hasta los diecinueve, cuando, ávido de viajar, se fue a Europa. Tocó en la calle, trabajó con algunos conjuntos chilenos y estuvo un buen tiempo estudiando en Amsterdam. Fue allí que, guitarra en mano y equipado apenas con un micrófono rudimentario y una computadora, grabó lo que terminó siendo su primer disco, homónimo, de 2006. “Tengo un disco anterior –confiesa– con algunas canciones, pero es tan under, tan anterior que no lo considero; hay veinticinco copias que yo hice y diseñé a mano. Tenía dieciséis años cuando lo grabé, pero aún me queda algo de pudor y no lo comparto, ya lo haré cuando esté viejo y cagado y no se me ocurra qué cantar.” Con esas canciones bajo el brazo estuvo cinco años viajando por el mundo. Cinco años de itinerancia que le dieron nombre y razón a su próximo disco, Voy y vuelvo (2007). A esta producción le siguieron Los espejos (2009), Live in concert (2010), Las torres de sal (2011) y La Cosecha (2013). En este último mezcla unas pocas composiciones propias con clásicos del cancionero latinoamericano: por ejemplo “Carnavalito del ciempiés”, “Tonada de la luna llena”, en versión vallenato, y “El cigarrito”. Durante todo ese tiempo, además, colaboró con Inti Illimani, produjo discos (Love and sorrows, 2011, de la australiana Kavisaha Mazella, entre otros), dirigió y adaptó la obra The Juliet Letters, de Elvis Costello, para cuarteto de cuerdas, editó algunos registros en vivo –San Diego 850 (2014) es lo más nuevo– y junto al grupo Juana Fe grabaron un EP. Toda una obra amplia y riquísima que por estos días se agranda aún más con la primera edición local: Antología (Sonoamérica, 2014). Nano explica: “Yo soy muy pegado, medio fanático de la etimología de las palabras. Allí me dije ‘¿qué hay acá, de dónde viene?’ y terminé sabiendo que ‘antos’, la raíz, significa ‘flor’ y ‘logía’ es, de alguna manera, catalogar. Entonces es como hacer un orden de las flores, seleccionar aquellas flores, que vendrían a ser las canciones. Me basé bastante en la experiencia que he tenido durante todo este tiempo en los shows, ahí es lo más cercano a hacer un antología, de decir ‘bueno, de todos los discos que yo he hecho, cuáles son las canciones que voy a mostrar’ y creo que la elección es muy particular a este momento”. El disco en cuestión propone, en diecisiete canciones, un recorrido esencial por la vasta discografía del cantautor: desde “Cantaba” –según Nano, la primera composición seria que hizo– hasta “El vino y el destino”, en la versión fiestera que grabaron junto a Juana Fe, pasando por “Dos cantores”, que en su última línea dice: “yo prefiero el canto a toda esa vanidad”. Vale decir también que, de manera acertada, este disco llega justo después de que esa cara regordeta y barbada, esa sonrisa ancha, los ojos achinados y el pelo larguísimo se estampara en miles de televisores a través de su presentación en Encuentro en el Estudio, el programa de Canal Encuentro.
¿La nueva novísima canción chilena? Mas allá o más acá de algún rótulo que puede apostarse, lo cierto es que escuchar a Stern es trazar una línea recta con Víctor Jara y Violeta Parra. Pero las dos figuras musicales más importantes de Chile pensadas no como una carga sino como esas dos tremendas fuerzas motoras que son. El dice: “Cómo no alegrarse, cómo no regocijarse de poder, de alguna manera, nutrirse de esa tierra, de esa misma fertilidad de la cual ellos se nutrieron y a la cual ellos contribuyeron tanto. Si hay algo que ellos nos enseñaron, y en especial Violeta Parra, es que hay que ser transgresores. Ella decía ‘la canción es un pájaro sin plan de vuelo’. Y ahí está. Esa es una enseñanza. Qué palabras más sabias, más bonitas”. Algunas de sus canciones tan identificadas con la trova, otras, un personal abordaje de los géneros folclóricos de Chile: cueca, cueca brava, trotes, décimas. Pero no todo queda sólo allí; muchas de sus composiciones están cruzadas por los variados ritmos y géneros de raíz popular y latinoamericana: carnavalitos, huaynos, aires de zamba, salsa, cumbia. Por ejemplo, en sus presentaciones en Argentina es común que antes de hacer una canción con aire de chacarera, diga: “Esto no es una chacarera, sino una ‘che que rara’”, haciendo alusión y reconociendo que no aborda ese ritmo de una manera muy fiel. De toda la nueva generación de cantautores de Chile nacidos en los albores del año 2000 (Chinoy, Manuel García, Camila Moreno, Evelyn Cornejo, Pascuala Ilabaca, Gepe, etc.) es Nano quien, de alguna manera, más ahonda en los géneros folklóricos y el que más identificación tiene –desde lo musical y lo compositivo– con la trova. Aunque también toma cosas del rock y de otra sonoridades: fagot, sitar, melotrón, flauta de sauce. Y también, escuchar a Stern es escuchar a un músico que a lo largo de todo su andar ha sabido conjugar por igual dos mundos que en apariencia son tan disímiles, la academia o el estudio formal con el autodidactismo y los toques callejeros. ¿Piedra y camino? “Es que finalmente no lo veo como dos universos distintos. Cuando estudié, nunca lo tomé con el rigor, con el dogma del conservartorio, ni de la tradición, sino que siempre fue una parte más de la vida, de la música. Y está tan profundamente vinculada en mi identidad, en mi manera de vivir, que me resulta muy difícil pensar en cuándo empecé. Empecé con la música desde que soy yo”, dice.
En buena hora sería que a partir de toda esta generación de músicos y cantautores de aquel país, con Stern bien al frente, se plantee cambiar la leyenda del escudo de armas de Chile que dice, para nada inocente por la razón o la fuerza, por otra que diga –muchísimo menos inocente, pero cuánto más bella y con cuánta justificación– por la fuerza de la canción.
Nano Stern se presenta el jueves 27 a las 21 en el Auditorio Colegio Nacional, calle 1 y 49, La Plata. Y el viernes 28 a las 21 en el Teatro Caras y Caretas, Sarmiento 2037, CABA.
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