Domingo, 14 de diciembre de 2014 | Hoy
MUSICA Con Ave del cielo, su tercer disco, la cantante y compositora Soema Montenegro define su mundo sonoro y cancionístico. Y logra, además, la síntesis de su peculiar estilo: mestizaje de ritmos atinoamericanos, desde el chamamé hasta la cumbia, pasando por los aires andinos y caribeños, y un canto particular, por momentos indómito y por momentos sumamente manso.
Por Juan Ignacio Babino
Atardece y todo, a esta hora, en este rincón de la casa, queda a merced de una luz que así, en diagonal y ambarina, da de lleno sobre la cara de Soema: morena la piel, marcados los pómulos, grandes y negros los ojos. Tan aindiados esos rasgos. “Ahora puedo decir que todo ese paisaje está muy presente en mi música, de alguna manera. Y eso como parte esencial de cosas que tienen que ver con la composición y con el inconsciente, con ese mundo”, dice ella. Ese paisaje, ese mundo es el Litoral, de donde son sus padres. Pero su pago chico, parece, ha sido el conurbano: nació y se crió en Laferrere, estudió música en Morón y hoy vive en Haedo. Pasaron algunas temporadas de estudio antes de meterse en ese lugar donde estaba –según ella– todo por explorar: después de la música y la melodía, la palabra y la voz. Lo dicho y lo cantado. Por esos años iniciáticos formó parte de Adivina, un trío de experimentación vocal. “Eramos tres chicas –define Soema–. Era más performance que otra cosa. Improvisación con movimiento, lo que surgía en el momento. Todo era posible dentro del espacio que se generaba.” Su primera producción, Uno una uno (2008), contenía algo de eso: un disco austero, experimental, casi rústico, donde las canciones parecen estar en un estado embrionario. De alguna manera un acercamiento a lo que vendría, a lo que estaba llegando. “Al terminar ese disco, al poco tiempo, tuve mucha claridad sobre el próximo. Y a Passionaria lo siento como un disco explosivo, como si reflejara la fuerza o el espíritu de la selva, como estridente, colorido. Viaja por muchos lugares distintos. Seguramente yo estaba en ese estado, con esa energía. Es un disco fuerte. Lo entiendo como un disco que es abridor. Abridor de caminos. Gracias a esas músicas empezamos a tocar mucho, a viajar mucho, a mostrar mucho.” Passionaria (2010), entonces, sí vislumbra el universo sonoro y la manera de Soema de abordar las canciones: un personalísimo mestizaje de músicas latinoamericanas, casi plenamente acústico y la voz de ella un universo paralelo –multitímbrico, con tantas texturas– abriendo paso a un lugar nuevo: un continente mágico, virgen y multicolor. Es conocido y celebrado el retrato documental que hizo Vincent Moon (Take Away Show #100): cuarenta minutos divididos entre música, entrevista y sonidos ambientes con el cineasta francés siguiéndola por la ciudad. Un “disco abridor” y vaya si fue así: a partir de Passionaria empezó a viajar muchísimo y pudo, entre otras cosas, por ejemplo, en Marruecos, Suiza o Polonia empezar sus conciertos a puro canto con caja. “Lo reciben de una manera impresionante. Porque es ancestral. Sí o sí siempre pasa eso. Siento que la caja es abridora de espacios, es como si empezara a mover, a vibrar, con las montañas, con la tierra, como si se instalara algo. Son músicas muy poderosas, son canciones que se van del tiempo, están en otro planeta”, define.
Editado este año, Ave del cielo es un disco un tanto más reposado y puede decirse que funciona como equilibrio: si Passionaria es el cuerpo recostado en medio de la selva, la tierra salvaje, éste es oreo, el cuerpo en medio de ese flote, ahí arriba. La música y el canto dando lugar a algo superior, orgánico. Producido por Juanito el cantor y Jorge Sottile –pareja de Soema, baterista y bandoneonista de El Conjuro, banda que la acompaña– Ave del cielo vuelve a trazar un recorrido por las músicas de raíz de Latinoamérica: ahí están, entre otros, ese aire de chamamé con el motivo melódico desdoblado –guitarra y acordeón– que es “Florecita”, “Habanera de los bichos” con su impronta centroamericana, “Todo nos teje” se acerca a un lamento andino, “Niña” y su espíritu cumbión, “Gota de rocío” con una sonoridad del altiplano que llega a un estado casi mántrico para dar lugar –luego de un track fantasma de apenas unos segundos– al último tema: “Vacío”, una especie de canción de cuna, un arrullo.
Ave del cielo tiene un suelto musical que Passionaria pareciera no tener. Es que el disco fue pensado de una manera distinta. Dice Soema: “Desde lo instrumental y musical sucede que con parte de la banda venimos tocando juntos desde hace mucho y eso hizo y hace que se amalgame diferente. Y en el momento de hacer los temas me imaginaba la búsqueda de la voz y de la palabra y el sonido como solamente escuchando a los pájaros, como si pudiera traducir ese canto en una canción. Como si fuera el surco que dejan los pájaros cuando migran. Con eso creo que tiene relación el disco. Con eso que uno no está escuchando pero que sin embargo está. Y eso está pasando continuamente. De alguna manera también, es un disco bastante femenino. Pero no desde un lugar puramente feminista sino desde el reencuentro de la humanidad con lo femenino, con ese mundo, tanto para los hombres como para las mujeres. Recuperar ese lugar en el que se sabe, se conoce, se intuye”.
Durante la grabación del disco hubo pérdidas, ausencias, de mujeres importantes: fallecieron una de sus amigas cercanas, su abuela materna y su maestra de canto Livia Koppman. “Unos días antes de que Livia se fuera, fui y le canté todas las canciones de Ave del cielo y seguía corrigiendo cosas, no podía dejar de ser maestra ni siquiera en ese momento”, cuenta. Y además, también en pleno proceso, llegaron niños de amigos, sobrinos y la noticia de su embarazo, con Amaru a punto de nacer por estos días. “Todas esas cosas, esas memorias, están en el disco también: mujeres muy importantes en mi historia.”
Haciendo un recorrido por sus discos, la voz y el canto aparecen con dos improntas muy fuertes: por un lado el juego, por el otro el ritual, a veces ambos mezclados. Soema dice que ella piensa “en el espíritu que habita en la voz”. Y agrega: “Pienso en ser canal, en poder serlo, al menos eso deseo. El juego, lo ritual, lo ancestral; está todo unido. Yo creo que hay un lugar en que la voz tiene que ser un portal para pasar a un lugar desconocido. Uno puede permitirse ese espacio. Y ese lugar es un gran alivio. Ya no hay parámetros de quién uno es, la música se vuelve parte de la humanidad. Ese es el ave del cielo, el cielo abierto, como una visión infinita”.
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