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Domingo, 1 de febrero de 2015

ME VOY CORRIENDO A VER

Hallazgos Después de la muestra dedicada a Luis Alberto Spinetta en la Biblioteca Nacional y mientras aún se está llevando a cabo otra dedicada a Luca Prodan en el Museo de la Lengua, este jueves la institución dirigida por Horacio González abre los archivos de otro personaje del rock nacional, el Indio Solari. Manuscritos, dibujos, pinturas, fotos y publicaciones construyen una genealogía de sus influencias artísticas, en una exposición que estará abierta hasta marzo. Radar presenta los textos de González y del Indio que inauguran el catálogo, y una pequeña muestra del material en exposición.

 Por Horacio González

El fastuoso e indiscernible mundo del rock es heredero de las más antiguas formas poéticas y musicales, pero sus antecedentes están desperdigados en algún párrafo perdido, a veces es apenas una frase o una sílaba, de Ovidio, Juvenal o Aristófanes. Sin olvidar la Biblia o el conde Lucanor. O Rabelais. Bastaría que nos olvidáramos por un momento de la era electrónica, de esta edad donde son habituales expresiones como “columnas de sonido” y “micrófono inalámbrico”, para que veamos al rock como uno de los tantos pactos que intenta la humanidad artística entre la plegaria y la demasía, entre el rezo y la insensatez, entre lo sagrado y la locura, entre el suicidio y el mercado cultural, entre la peregrinación y la promesa del elixir irrevocable. Pasaron siglos antes de que el rock se formase, y probablemente estemos viendo ahora las infinitas formas de su transmutación. De poco serviría que para descubrirlas hagamos una historia social de los instrumentos (que sería una historia de los árboles, del viento y de la razón) o de las tecnicismos poéticos (alegorías, rimas, sonetos, endecasílabos, hexámetros, catarsis cómica), sino que deberíamos ocuparnos de la historia del ascenso y caída de las utopías de una juvenilia promesante y, un poco más allá, de una retórica cuyo misterio –por más vulnerado que se halle– se debe bucear en el descontento trágico con la existencia, y en los vestigios de felicidad que a veces nos concede.

En la poética del Indio Solari podemos percibir, sin dejar de estar preparados para cualquier desmentida –de él mismo y sus andarillos–, el proyecto de comentar la voz inaudible de los “suicidados por la sociedad”, y un tipo de acción poética que no tan poco remotamente se inspira en el haiku, con su inocente cadencia que se hilvana sobre la eternidad de lo aparentemente insignificante. Con su caligrafía experimentada, recoge emociones últimas, les ofrece un pequeño comentario y produce una pequeña adivinación –un acto de libertad hermenéutica– ligando dos situaciones cuyos nombres operan de distinta manera en la conciencia contemporánea. Caryl Chessman y Brigitte Bardot. ¿Pero cuáles son esas enormes diferencias? Casi las sabemos por el simple empleo del sentido común –que nos provee distancias, existencias diversas, separaciones convenientes para pensar cada cosa–, pero en la poética del Indio Solari se amenaza, con un tridente interno de raspones meditantes y doloridos, para que esto que sabemos diferente se convierta en una invitación a dejar flotar dos nombres juntos. Que enlacen su heterogeneidad. Alguna veta oculta se desata para pensarlos en una misma agujeta provocativa.

Muchos años después, en “Me matan Limón!”, aparece escondida en estas imploraciones un episodio policial, que en la pequeña célula historietística del Indio Solari expresa la lacrada simpatía por el traficante perseguido, no con los emblemas de la apología, como en el payador perseguido, sino por la curiosidad de saber o imaginar cómo son los últimos momentos de un hombre. Si un filósofo profirió su sentencia sobre el último hombre, el Indio Solari piensa en los últimos dichos de un hombre cuando hay enfrentamiento. De una manera u otra, la poética y la voz ásperamente melancólica del Indio Solari tratan la cuestión del enfrentamiento, palabra que tiene visos policiales, religiosos, metafísicos, hegelianos y de lucha. Comprueba hechos. No llama a la paz. Pero deja entrever los elementos que alguna vez deberían tener los grandes llamados a la paz. Vemos sus dibujos: enfrentamiento pacífico entre formas de la naturaleza vegetal y la figura humana. Enfrentamiento entre un “buen diablo” y el paseo meditativo entre las “ruinas de Pompeya” (las fotos de Epecuén). Los mitos saben muy bien vivir la vida de su propio pasado. El Indio Solari llama “rock” a una de las tantas formas de vivirse en el presente del mito.

Escribo estos párrafos con temor. Soy de los tantos que sospechan que en los grandes tramos del rock que se hacen entre nosotros habitan fragmentos díscolos de poderosas filosofías aún sin descifrar.

Dibujos del Indio Solari

“Escribo canciones en la creencia

de que:

El efecto poético se produce por la capacidad de un texto de continuar generando lecturas diferentes sin ser consumido nunca por completo.

La poesía no debe invitar sólo a escuchar, debe invitar fundamentalmente a imaginar.

La poesía es subjetiva, se vuelve objetiva cuando sus destinatarios, después, se dejan envolver por ella.

La principal regla poética es conmover, todas las demás no se han inventado sino para conseguir eso.

La poesía no puede ser definida con precisión porque no nos es dado conocer su esencia sino sentirla.

La poesía crea realidades intelectuales que se presentan emocionalmente. No como un pensamiento reflexivo ni filosófico, sino como un pensamiento rítmico.

Una buena canción (su lírica) debe parecer que no pudo ser escrita de otra manera. Debe tener poder de seducción y comportarse como un enigma del cual uno presenta, para su resolución, sólo indicios.”

INDIO SOLARI

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EPECUEN, PROVINCIA DE BUENOS AIRES, 2010.
Imagen: Edgardo Kevorkian.
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