Domingo, 1 de febrero de 2015 | Hoy
En 2008, apenas quedó viuda del escultor Bob Graham, Anjelica Huston recibió una propuesta editorial para escribir sus memorias. Se puso a trabajar con un ghost writer, pero pronto se dio cuenta de que ni avanzaba ni estaba muy convencida de hacerlo, hasta que su amiga Lauren Bacall le aconsejó hacer lo que ella misma había hecho en los años setenta: sentarse lápiz en mano y escribir lo que le viniera en gana. Le hizo caso y así fueron cobrando forma los dos volúmenes de recuerdos personales, familiares y amistosos que recrean la vida de una verdadera habitante del Olimpo, niña mimada y actriz que terminó por abrirse camino a fuerza de talento y exotismo. Ahora acaba de aparecer Watch Me: A Memoir, la segunda entrega en la que Huston vuelve sobre la omnipresente figura de su padre John, cuenta una alucinante noche con Roman Polanski, una visita de la mítica Carson McCullers ya casi al borde de la muerte y lo que todos quieren saber: los diecisiete años de pareja con Jack Nicholson, separación incluida.
Por Mariana Enriquez
En 2008, Anjelica Huston quedó viuda. Su esposo, el escultor mexicano Bob Graham, era prestigioso, guapísimo, reconocido, romántico; después de 16 años de matrimonio, seguían enamorados. Al mismo tiempo que tenía que atravesar el duelo –Graham murió a los 70 años, muy enfermo–, los papeles en el cine y en la televisión resultaban cada vez más escasos: Anjelica Huston, la diva, la hija del Hemingway de Hollywood, tiene 63 años, una edad muy complicada para las actrices salvo que se llamen Meryl Streep. Y en ese momento vulnerable le llegó una propuesta: ¿no quería escribir sus memorias? La mayoría de la gente sabía poco sobre su glamorosa vida, su infancia encantada, su adolescencia como modelo top. La oferta fue buena pero la previa no tanto: no le gustó el ghost writer que eligió su editor –el trabajo conjunto terminó después de diez entrevistas–, tampoco quiso ahondar en ciertos chismes y el proyecto casi quedó en la nada, hasta que Anjelica habló por teléfono con Lauren Bacall, amiga de la familia, le contó sus contratiempos y Lauren le dijo que ignorara a todo el mundo e hiciera como había hecho ella cuando escribió sus extraordinarias memorias Por mí misma en 1978: “Sentate con un cuaderno y un lápiz, y escribí lo que te salga”, le dijo. Anjelica Huston le hizo caso.
En noviembre de 2013 publicó la primera parte de sus memorias A Story Lately Told: Coming of Age in Ireland, London and New York, un deslumbrante relato de infancia y adolescencia que empieza con el matrimonio de John Huston, de más de cuarenta años, y su joven esposa de 18, la bailarina Enrica Soma. Mientras John Huston, “del que se enamoraban hombres y mujeres”, andaba por el mundo rodando Los inadaptados (The Misfits, con Clark Gable y Marilyn Monroe) o La noche de la iguana, con Ava Gardner y Richard Burton, Anjelica, su madre y su hermano mayor Tony vivían en St. Clerans, una mansión en el oeste de Irlanda, la patria espiritual de Huston, cuya última película sería una particular y hermosa versión de Los muertos, de James Joyce, protagonizada por Anjelica y escrita por Tony. En esa casa cada Navidad el novelista John Steinbeck se disfrazaba de Papá Noel; Anjelica aprendía a montar casi al mismo tiempo que a caminar pero no iba a la escuela, porque la educaban institutrices; cada habitación tenía cuadros de Juan Gris y Monet, además de arte precolombino; Tony, el hermano, entrenaba halcones y otras aves de presa. La casa, por supuesto, tenía fantasmas y era la única con calefacción central en esa zona de Irlanda. Allí Anjelica hizo su primera obra de teatro, una fallida versión de Macbeth donde interpretaba a una de las brujas, pero ni siquiera pudo decir sus líneas porque entre el público estaba Peter O’Toole, su primer amor platónico, y se quedó muda ante la atenta mirada de sus ojos azules.
El idilio irlandés se terminó con la separación de sus padres, pero lo que sigue, en Londres y Nueva York, también es deslumbrante: la niña criada como una princesa silvestre se va a vivir a Notting Hill y se educa viendo películas italianas y francesas en el cine Electric, enamorándose del actor James Fox, viendo shows de The Kinks y The Rolling Stones, mientras su madre tenía amantes exóticos que la llevaban de vacaciones a Luxor y a Venecia. Así recuerda Anjelica el Londres de su adolescencia: “Los olores de la ciudad en los ’60: Vetiver, Brut y Old Spice para los chicos; lavanda, sándalo y fracas para las chicas; pelo sucio, cigarrillos. En Portobello Road, pescado y papas fritas y vinagre, tabaco, pachuli, curry, fruta podrida, panceta frita, sudor. En Kings Road, las bellezas vestidas de seda y jeans salían los sábados a la tarde. Chicas exóticas y juguetonas florecían en sus sacos del siglo XVIII; rubias sensuales como Elke Sommer y Brigitte Bardot pavimentaban el camino para la belleza con alma de Marianne Faithfull y la peligrosa alemana que era novia de Keith Richards, Anita Pallenberg. La prensa las llamaba ‘pajaritos’ pero eran predadoras, sirenas del pecado moderno”.
La muerte de su madre, en un accidente de auto, cambió por completo el mundo de Anjelica, que volvió a vivir, ya adolescente, con el titánico John y después se mudó a Nueva York para iniciar su carrera como modelo. Delgada, alta, extraña, fue fotografiada por los mejores: Richard Avedon, Terry O’Neil y sobre todo Bob Richardson, su ezquizofrénico y peligroso novio treinta años mayor que ella, que la llevaba a vivir entre cucarachas al Hotel Chelsea y ocasionalmente se ponía violentamente celoso. Anjelica ni siquiera pensaba, entonces, en ser actriz: su única experiencia, hasta el momento, había sido una película dirigida por su padre, Un paseo por el amor y la muerte (1969), que le ganó críticas tremebundas. En su libro, apenas cita una (no hace falta más): “Hay una perfectamente lisa, supremamente inepta performance de la hija de Huston, Anjelica, que tiene la cara de un ñu exhausto, la voz de una raqueta de tenis dura y una figura sin forma discernible”. Después de eso, dice, perdió la confianza. Ella tenía 17 años.
Lo más interesante de los libros de memorias de Anjelica Huston –acaba de editarse la segunda parte Watch Me: A Memoir– es que no se parecen en absoluto a la gran mayoría de los libros que escriben las celebridades. Salvo excepciones (como Just Kids de Patti Smith), los libros de los famosos están dominados por dos tendencias: tratar de hacer creer que el autor es una persona común en circunstancias extraordinarias y, al mismo tiempo, impartir lecciones de vida, desde las más ambiciosas estilo autoayuda hasta las más prosaicas con tips de dietas y fitness. No hay nada remotamente terrenal en la vida de Anjelica Huston y ella no intenta ser condescendiente: se sabe privilegiada, se sabe la hija del hombre que dirigió El tesoro de Sierra Madre y era como un hermano para Humphrey Bogart, se sabe la vecina de Marlon Brando, la musa de Halston, la chica tan pero tan fuera de este mundo que se perdió el Mayo Francés –en A Story Lately Told la rebelión estudiantil es apenas una línea y se menciona sólo porque John Huston tuvo que cambiar una locación de la película que estaba filmando con Anjelica, culpa de los disturbios en París– y también se pierde Woodstock porque le dice a su amante Bob Richardson que “no tiene ganas de ver tanta gente” (estaba de visita en el pueblo, ahí vivía Terry, el hijo de Bob, hoy también fotógrafo e igual de controvertido). Anjelica no se lamenta por esos hitos que le pasaron de costado: así es su vida, transcurre en un mundo flotante. Nunca, tampoco, trata de aleccionar: es demasiado respetuosa. La muerte de su madre, la de su esposo, el suicidio de su cuñada –la esposa de su hermano más querido, el talentosísimo actor Danny Huston–, todo es narrado con una intencional falta de sentimentalismo y no hay ninguna enseñanza que extraer, ninguna palabra de sabiduría, ningún dedo levantado. “Yo tenía ganas de hablar –dice Anjelica– y siento que tenía algo para decir. Me prometí no aburrir a nadie. No hay nada peor que la gente que habla solamente para escucharse.”
El otro punto delicioso de estos libros es que, aunque lo contado sucedió hace relativamente poco, Anjelica Huston habla de un pasado que suena como de otro planeta. Eso queda mucho más claro en Watch Me: A Memoir (editado en noviembre del año pasado), que cubre su carrera como actriz y su relación de 17 años con Jack Nicholson. Mudada ahora a California, todavía estremecida por su relación enferma con el talentoso Bob Richardson –que terminó viviendo bajo un puente, sin techo, no demasiado lejos de la casa de su ex novia–, Anjelica llega a Los Angeles, una ciudad donde había solamente ¡diez restoranes!, y la vida era pueblerina: “La ciudad estaba llena de gente amigable que parecía contenta de quedarse en casa vestida con caftans y ropa de gimnasia, esperando que les pasaran cosas buenas. El dueño de los clubs más hot del momento era el mejor amigo de Jack, Lou Adler. Y también celebrábamos el cumpleaños Nº 82 de Groucho Marx”. Una ciudad donde no había alfombra roja de los Oscar, por ejemplo, y casi no se conocía a los paparazzi. Una ciudad donde su padre podía filmar Sangre sabia, de Flannery O’Connor, y conseguir financiamiento, aunque ya se sabía que estaba enfermo (murió de enfisema en 1987).
Y el gran tema, en ambos libros, inevitablemente, es su padre. Anjelica es consciente de su enorme influencia profesional y personal y de la compleja relación con sus hermanos y hermanastros, pero nunca se victimiza. Ni siquiera cuando reconoce que ese padre mujeriego, macho, derrochón, la marcó al punto de que tuvo que esperar a su muerte para elegir a un hombre que no se le pareciera. Y tampoco cuando cuenta su romance con Ryan O’Neal y describe con gran franqueza cómo él la golpeaba. Tuvo algunas críticas por desenterrar estos episodios de violencia de género de los años ’70, pero no les dio importancia: “Un hombre que le pega a una mujer se merece la exposición y no se merece mi silencio”, dijo.
La carrera de Anjelica Huston está llena de buenas elecciones y ella, en su estilo seco, las cuenta con gran modestia. No fue tan sencillo, dice, a pesar de su ilustre apellido y su novio famoso, empezar a actuar después de los 30 años. Hoy sería imposible, incluso para una princesa de Hollywood. Pero ella lo hizo. Y después de muchos papeles de favor (que ella insiste en reconocer que eran eso, favores, sin ningún pudor) consiguió ser Maerose Prizzi en El honor de los Prizzi, y su primer Oscar. Cierto: su padre dirigía y actuaba, y el otro protagonista era Nicholson. Pero ella no pide disculpas: sabe que recibió una ayuda de su padre y su amante pero también es consciente de que se comió ese papel: en 1985 ganó el Oscar como Mejor Actriz de Reparto y se convirtió en un icono, la mujer exótica, de sensualidad barroca y personalidad apabullante. En Watch Me hay un lúcido repaso por lo mejor de su carrera: la bruja de Las Brujas (1990, de Nicolas Roeg), con un traje diseñado por Jim Henson que la hacía llorar, la diabólica Lily Dillon de Ambiciones prohibidas (1990, Stephen Frears) y cómo le costó hacer la antológica escena de la bolsa de naranjas. Los días de Los locos Addams, arduos porque una vez más no se podía mover; cuenta, además, que se inspiró para Morticia en la expresión y el porte de su amiga Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger. El valiente y políticamente incorrecto respeto con el que habla de Woody Allen, que la dirigió en Crímenes y pecados, 1989 y en Misterioso asesinato en Manhattan, 1993. La experiencia familiar, intensa y triste, de Los muertos (1987), regreso a la infancia y despedida del padre luz y sombra. Lo insólito de filmar con Wes Anderson, que la eligió para tres películas (Los excéntricos Tenembaum, La vida acuática y Darjeeling Express) y la volvió un icono por segunda vez para una nueva generación, ahora como el colmo de la mujer libre, distante y terriblemente graciosa.
Aunque, por supuesto, lo que todo el mundo quiere saber y lo que la mayoría va a buscar en Watch Me son esos 17 años de amor con Nicholson. “¿Lo leyó?”, le preguntan. “Claro”, dice ella. “Seguimos siendo amigos. No sería feliz si no contara con él. Me dijo que le gustó mucho. Yo hubiese publicado el libro igual, pero me puse contenta cuando lo aprobó.” ¿Y su carrera, mientras tanto? Desde 2012, Anjelica Huston apenas le pone la voz a películas animadas, tiene un proyecto de comedia para 2015 pero no parece muy prometedor. Su falta de trabajo es injusta. A lo mejor ahora que la industria la ignora se consuela como lo hacía cuando era joven, como cuenta en Watch Me. Escribe: “Estaba en la oficina de un estudio, recién había ganado mi Oscar. Y la asistente me dijo que llamaba Marlon Brando. Me dijo que le había encantado mi actuación en El honor de los Prizzi. ‘Sos una reina’, me dijo. ‘Recordalo siempre.’ Cada vez que me desaliento o siento que no me aprecian en mi carrera, recuerdo sus palabras”.
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