Domingo, 1 de febrero de 2015 | Hoy
TEATRO Creado en 1957 por Cecilio Madanes, el Teatro Caminito fue un enclave de actuación, plástica y literatura directamente ligado al barrio de La Boca durante quince años. Sus últimas funciones tuvieron lugar hace ya cuarenta años, y ahora vuelve a escena con dirección artística de Martín Bauer. Para la reapertura, se apostó a Máximo Gorki con Los veraneantes, que con dirección de Lautaro Vilo es una manera de conectar con los clásicos del teatro popular.
Por Mercedes Halfon
En ese momento del año en que Buenos Aires se desagota y se vuelve un lugar un poco más leve para permanecer, se abre un espacio perfecto para disfrutar de las bondades del verano en la urbe: el Teatro Caminito. Un escenario enclavado sobre el empedrado mismo del mítico pasaje, donde se verá una programación teatral de alto vuelo y a cielo abierto. Se trata además de un espacio con tradición. Creado por el director Cecilio Madanes en 1957, durante sus quince años de existencia fue un enclave por el que pasaron personalidades de las artes escénicas, la plástica y las letras en comunión con el barrio de La Boca. Ahí mismo, entre las coloridas fachadas pintadas por Quinquela y la ropa colgada de los vecinos, ocurrió todo. Hoy, a más de cuarenta años de su última función, volverá a desempolvarse un tablado, con resultados presumiblemente diversos. La dirección artística del proyecto es del gestor cultural y compositor contemporáneo Martín Bauer, quien junto a Fundación Proa viene moldeando la idea hace años, en iniciativa conjunta al Complejo Teatral de la Ciudad.
Claro que en cuatro décadas cambiaron muchas cosas. Buenos Aires no es la misma, la calle no es la misma, el teatro no es el mismo. La propuesta de hacer una temporada teatral con obras de entrada libre y en la calle es una apuesta arriesgada. Así lo entiende el mismo Bauer: “Es una aventura ver qué va a pasar con las obras. Uno puede suponer que en Buenos aires existe una reserva cultural que hace que cualquier familia se entere de que existe un clásico que no conoce y vaya a verlo. Yo creo que existe pero no lo sé. Capaz la tele se comió esa reserva. Igual creemos que hay público para todo. Uno al público lo interpela, lo provoca y lo construye”.
Por eso todos los ojos están puestos ahora en Lautaro Vilo –un director y dramaturgo joven pero con una trayectoria contundente–, encargado de abrir el juego y romper el hielo con su puesta de Los veraneantes, de Máximo Gorki. Lejos de Moscú, a pasos nomás del Riachuelo.
Cecilio Madanes, el ideólogo de este teatro boquense a fines de los cincuenta, fue un director de arco internacional, formado en Bellas Artes en Argentina y luego fogueado en Europa, donde compartió veladas y proyectos con Jean Cocteau, Vittorio Gassman, María Félix y otras lumbres de la época. Trabajó en cine, teatro y televisión, llegó a ser director del Teatro Colón durante los ’80, pero sin duda su proyecto más querido y personal fue el Teatro Caminito. Una docena de temporadas de verano donde se vieron comedias musicales, operetas, sainetes, farsas. Fueron de la partida personalidades como Antonio Gasalla, Jorge y Aída Luz, Juan Carlos Altavista, Oscar Araiz, entre muchos otros. Toda la historia está contada con lujo de detalles en el libro Didascalias de Teatro Caminito del historiador Diego Kehrig, quien reconstruyó la historia desde cero. Al tratarse de un teatro al aire libre, tuvo que acudir al registro de la memoria viva de artistas y vecinos. Casi todas las anécdotas apuntan al compromiso de los vecinos con los espectáculos y también a los simpáticos rituales que los envolvían, como el espiral y la lonita con que se iba a las funciones. “Todas las noches de verano se escuchaba una hora y media de García Lorca, Shakespeare o Molière. No prendían la radio para no interferir con la función y, si alguien se casaba, esperaban que la obra terminara para hacer la fiesta”, cuenta en el libro uno de los vecinos de antaño.
Es interesante que la primera pieza que vaya a verse en esta nueva vuelta del Teatro Caminito sea nada menos que de Máximo Gorki. No sólo el título Los veraneantes, con sus evidentes connotaciones estivales, sino por el autor mismo; el momento en que esta pieza se estrenó originalmente, el movimiento que expresa, crean una atmósfera sugestiva para inaugurar este nuevo espacio callejero. Hay que decir que Gorki nació en 1868, su verdadero nombre era Alexei Maximovich Peshkov, fue renombrado Máximo por su hermano menor muerto, y Gorki, porque significa “amargura” en ruso. Maestro del realismo, fue considerado durante y al finalizar su vida una de las personalidades más relevantes de su país. Su infancia y juventud las pasó viajando y teniendo todo tipo de trabajos (camarero de barco, vendedor de bebidas, ayudante de panadero), relacionándose con la gente más particular de las clases bajas. De allí, dicen sus biografías, nace la vitalidad y el color de sus relatos. También, claro, su conciencia política. Sus obras teatrales más conocidas y representadas fueron Los pequeños burgueses (1902) y Los bajos fondos (1903), ambas estrenadas originalmente en el Teatro de Arte de Moscú, con dirección de Stanislavsky. La primera explora el tema de la rebelión contra la sociedad burguesa e introduce por primera vez al héroe que milita activamente en favor de la causa proletaria. La segunda tiene una retórica heredera de los sermones religiosos que signa su obra posterior, pero transfigurada en un carácter abiertamente político. Fue incluso llevada al cine por ese otro moralista de izquierda que fue Jean Renoir.
Los veraneantes, la pieza que se verá con dirección de Lautaro Vilo, fue estrenada en 1905: pico del clima de efervescencia que derivaría en la primera revolución rusa. Es una tragedia metida dentro de una canción de verano. Cuatro familias amigas pasan sus vacaciones en una costa de río. En ropas de lino y con copitas de bebida siempre a mano, van padeciendo el modo como el clima de aburrimiento y frustración que los envuelve, se ve invadido por acaloradas discusiones. Una mujer de armas tomar que pone a todos en jaque, la llegada de un escritor en franca crisis de ideas y un tío millonario sin lugar adonde ir se suman a las tertulias decadentes. Los personajes entran en un juego de fuerzas en el que se ven obligados a mostrar sus verdaderos intereses y posturas ante las formas políticas que comienzan a emerger.
Y todas estas historias, estos hilos, se cruzan en la madeja de la obra que dirige Vilo. Madanes y sus amigos –como Jorge Luz, Soldi, Mujica Lainez–, Gorki y sus enemigos, los burgueses de la Rusia del 1900. Todos a su modo pioneros de una nueva forma de entender el teatro popular.
Lautaro Vilo cuenta que la propuesta de Martín Bauer de montar una obra en el teatro Caminito fue abierta. Consistía en elegir una obra de un autor clásico al aire libre, en verano: “No siempre tenemos la suerte que nos propongan ‘dirigí la obra que vos quieras’. No sabía qué elegir. Y como la primera preocupación que tengo al armar un proyecto es que la convención sea posible y que el teatro ocurra empecé a pensar en qué tenía que pararse la propuesta. Aire libre, verano, calor. Eso es algo que actores y espectadores van a compartir, es el piso en común, la ‘térmica’ de este espacio teatral, el piso de la convención teatral. Resolver eso me sirvió para dejar una cantidad de obras francamente invernales y de espacios cerrados y echar el ojo en las que veía como posibles. Llegué a la relectura de Los veraneantes”. Martín Bauer cree: “Fue sabio Lautaro en su elección. La obra es muy intensa y él le imprime un ritmo bárbaro al texto. Hubo una intuición muy fuerte en esa elección y a la vez una gran conciencia. Es joven, muy actual, sin duda parte del medio teatral, pero tiene una visión de lo que es el género muy interesante. Hay otros autores que están más pegados a su propia obra, en cambio él, Lautaro, puede entrar y salir de muchas cosas”.
Los veraneantes, desde su título, plantea una igualdad entre el arriba y el abajo de la escena, pero sus analogías no tienen sólo que ver con cuestiones climáticas. Básicamente, la obra transcurre en un verano, que como instancia de descanso, de relax, también porta una enorme cantidad de expectativa: la ilusión dionisíaca del descanso, la compensación de la vida del trabajo. Dice Vilo: “Me gustó mucho la manera en la que Gorki entiende el fenómeno de las vacaciones, del veraneo, y lo comprende con una mirada que está adelantada a su tiempo. Es una obra en donde lo que sucede está determinado por esta situación: los personajes están de vacaciones y es ese descanso, o esa intermitencia del descanso, esa convivencia forzada, la que dinamita las relaciones entre ellos. Y que si uno mira con atención es algo que sigue sucediendo: llega el verano y nos forzamos a descansar, tenemos la obligación de festejar, de ser felices. Siempre me pareció curioso cómo suben las tasas de suicidio en las fiestas, que es un momento de reunión, de convivencia forzada y del cual se espera un momento de felicidad”.
¿Qué otros vínculos te parecía que tiene un texto de ese momento con el aquí y ahora porteño?
–Gorki se mete con una clase ociosa a la que le gusta discutir casi de una forma deportiva, que en esas discusiones no ahorran ni ofensas ni resentimientos y que, a la vez, tiene una opinión un tanto sobrevaluada de sí misma. Ese tipo de comportamientos no nos resultó desconocido a lo largo de los ensayos. Además, en la obra hay una conciencia de quiebre de un momento histórico, de indeterminación e incertidumbre respecto del futuro. Y eso es una sensación palpable, vivimos un momento de tremendos interrogantes.
¿Creés que con este espacio puede abrirse un territorio para probar un teatro para un público más amplio, una idea de teatro popular en el mejor sentido del término?
–A mí me parece que Teatro Caminito es una propuesta excelente que tiene que crecer y que ojalá se instale a partir de ahora, cuente con un mayor apoyo y que en un futuro cercano pueda recorrer distintos lugares de la ciudad. E incluso, desearía que en ese recorrido se mantuviera la preocupación porque este escenario contenga propuestas de gran formato, que son las que muchas veces no se pueden disfrutar en las salas de la ciudad por condiciones espaciales o presupuestarias. De todas maneras, la manera más efectiva de abrir un espacio a un teatro más popular hoy sería refundar el Complejo Teatral de la Ciudad, ocupándose no sólo de lo edilicio, si bien es una parte fundamental y necesaria, sino también de su proyecto cultural. Ojalá puedan darse estas cosas.
Los veraneantes se puede ver miércoles y domingos a las 19, en teatro Caminito, Aráoz de Lamadrid y Caminito. Entrada gratis con capacidad limitada.
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