Dom 16.08.2015
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CRUCES > MARCOS ZIMMERMANN

IMÁGENES NARRADAS

Además de ser uno de los grandes fotógrafos argentinos, Marcos Zimmermann se ha destacado por escribir excelentes textos acerca de la fotografía y sus hacedores. Ahora, y tras acumular varias novelas inéditas en su escritorio, acaba de publicar su primer libro de ficción, Historias de fotógrafos. Tres siglos de identidad argentina en 14 imágenes (Sudamericana), un volumen donde se recorren diversos escenarios de la Argentina a partir de aventuras y momentos emblemáticos rescatados por los fotógrafos más relevantes de su tiempo. En esta entrevista, Zimmermann cuenta cómo la literatura y la ficción le permitieron superar su propia fascinación por el realismo para, más allá de las imágenes, poder representar la vida con todos sus matices.

› Por Angel Berlanga

“Lo mío no tiene que ver tanto con la elaboración o la captura de lo fugaz como con el registro histórico”, le decía Marcos Zimmermann a Guillermo Saccomanno hace un año y medio, durante la presentación de su retrospectiva en el Recoleta, a propósito del arte y del oficio por el que es un referente en la Argentina: la fotografía. Decía además, en esa nota, algo que también atañe rotundamente a ésta: “Me encanta cuando las fotos encierran historias”. Y es que Zimmermann acaba de publicar su primer libro de relatos, una faceta en parte novedosa para el lector, porque aquí incursiona en la ficción, y en parte no tanto, porque en sus textos periodísticos tallan fuerte los rasgos narrativos: este porteño nacido en 1950 está, seguramente, entre quienes mejor escriben de fotografía en el país. “Escribo desde hace mucho –dice ahora Zimmermann–. De chico, incluso, me había hecho unos libritos, con poemas y fotos, de esos ejemplares únicos. En casa siempre se escribió, una tía mía era escritora, y siempre me gustó mucho escribir y leer. Y desde hace bastante que tenía ganas de publicar algo, porque no me gustan mucho los artistas que guardan sus cosas maravillosas en un cajón, que nunca nadie las conoce: al final vienen los hijos y las queman. Yo prefiero escupir las cosas que hago, porque son un poco opiniones convertidas en objetos, si querés, artísticos o expresivos. Me gusta que haya una vuelta del otro lado, que alguien leyera, y opinara también”.

Historias de fotógrafos. Tres siglos de identidad argentina en 14 imágenes es el título de la primera incursión del Zimmermann en la ficción, al menos de la publicada, porque tiene escritas e inéditas, dice, cuatro novelas. En los relatos del libro que da a conocer puede entreverse como punto de partida una imagen, luego un escenario y un contexto de esa fotografía, su autor y lo retratado, y entonces, desde ese avistaje o lectura, alguna pregunta pertinente o por ahí un punto delirada, que dispara una hipótesis, un encuentro, un crescendo de acción, un hallazgo y/o un extravío: el caudal de historias. Entre estos fotógrafos-protagonistas están, por ejemplo, Antonio Pozzo y Benito Panunzi, dos pioneros en el forjamiento de la identidad. Pozzo, que anduvo con Roca para retratar la Campaña del Desierto, es narrado en “La conquista de la imagen” por una curandera con la que compartió campamento, que recuerda las instrucciones del general al italiano sobre qué fotografiar y qué no, y cuenta la historia de Pozzo con una soldadera amachada, la Pasto Verde, que pronto lo tilda de cagón. En “La ciudad evanescente” Zimmermann sitúa a Panunzi recién llegado desde Italia en 1861, con 51 años, un poco dudoso al comienzo por la jugada del cruce del océano, luego haciendo sus trabajos iniciales de registro (Plaza Once, la Aduana Taylor) y encontrándose en Capilla del Señor, por fin, con el gaucho Don Anselmo, que lo invita a una caña y le dice: “Los patrones mi han dicho que ahora usté va a llevarme ahí, adentro de su aparato. Algunos le tienen miedo a eso. Pero yo no. Lo hago porque quiero quedar bien asiguráo en el mundo”.

En otros relatos Zimmermann pone el ojo en los cruces, y así el fotógrafo Oscar Pintor, bajo el sol abrasador del norte de San Juan, auxilia a un hombre que se quedó con el auto y resultó ser Victorino Herrera, descubridor de los restos fósiles de un dinosaurio bautizado, en su honor, Herrerasaurus. En “Salir de la ceguera” es Grete Stern, sofocada en este caso por el calor formoseño, quien cruza ríos, humedales y montes acompañada por un libro de Pizarnik y unos muchachos pilagás para encontrarse con el doctor Laureano Maradona: un retrato suyo tomado por Stern (que a mediados de los sesenta compuso el libro Aborígenes del Gran Chaco) fue el disparador del relato. “Son de las fotos menos conocidas de Grete, porque en el fondo se conocen más las de sus sueños”, apunta Zimmermann.

En algunos de sus relatos talla el humor, un sustrato de fondo en los protagonizados por Pozzo y Pintor, mucho más presente en “Sara Cortázar y Alicia Neruda”, que cuenta de una visita de Sara Facio a Japón, para una muestra, ante el panorama de una agenda imposible y una traductora con tendencia al pifie. En otros, en cambio, el clima se tensa: es el caso de “El último ona”, que narra a Julius Popper ante el cuerpo moribundo y desnudo de su víctima, recién baleado por su Winchester. “Es de una serie de fotos muy armadas: la que aparece, la que se toma como punto de partida, es la más desconocida de todas”, dice Zimmermann.

“Siempre fui un fotógrafo muy ligado a la realidad en mi fotografía, nunca me gustó apartarme mucho de eso –puntualiza–. Y la literatura para mí es justo lo contrario, me genera una libertad enorme. Si en la fotografía está todo el estrés que significa resumir el mundo en un instante, que te coincida la luz de acá con la de allá, y la cosa y el cuadro, todo en el momento en el que apretás el botón del disparador, en la literatura agarrás un personaje y lo hacés aparecer y desaparecer, lo resucitás, lo que quieras. Esa libertad me divierte muchísimo, me deja expresar un costado mío que a veces en la fotografía está constreñido, digamos, por una estética que yo mismo elegí. Me pasé la vida tratando de resumir en una fotografía, y acá lo que estoy haciendo es el camino inverso: una historia a partir de una fotografía. Por otra parte, a la hora de elegir publicar algo de lo que tengo escrito, me pareció que, como mi nombre se asocia a la foto, estas historias eran lo más apropiado.”

Y de hecho la última de las novelas en las que trabajó, adelanta, tiene como protagonista a un fotógrafo que murió en circunstancias extrañas a principios del siglo pasado en Paraguay. “Montón de cadáveres paraguayos” es uno de los relatos del libro: parte de la foto de Esteban García, tomada durante la guerra del Paraguay. “Seguime, che fotógrafo: ahora vas a hacer una fotografía verdadera”, le dice el enemigo que lo secuestra del campamento aliado, el bando por el que llegó a la contienda. Escribe Zimmermann, en el prólogo: “Aconsejo la lectura de algunas biografías fieles de los excelentes fotógrafos mencionados, con las cuales corregir las tergiversaciones voluntarias que animan estos cuentos y que espero sean perdonadas por mis colegas de aquí y del más allá. No obstante, este libro se apoya en investigaciones sobre sus protagonistas, maceradas en el caldero de mi propia experiencia en el oficio”.

Zimmermann publicó trece libros de autor: con su trabajo como fotógrafo recorrió varias veces el país y también Sudamérica. Esa recorrida está presente en las geografías y escenarios en las que planta sus relatos: “Fiebre de altura”, la aventura de dos muchachos para retratar una mina en la sierra de El Aguilar, en Jujuy, por citar un extremo de la Argentina, y “Retratar a Dios”, el padre Gusinde ante la ceremonia selk’nam del Hain, en el otro. Zimmermann podría suscribir algo que cita de Hemingway en “Una ballena en la selva”: Soy amante de los misterios que encierran los confines. “No fue demasiado consciente, pero algo de intención hubo en que hubiera cuentos de sitios diversos –dice–. He viajado mucho por el país y los libros que hice retratan diferentes aspectos de la Argentina. Y me gustan esas realidades que aparecen, y los lenguajes que aparecen, distintos a los que uno está acostumbrado a ver o conocer. Esos descubrimientos me parecen lindos. Eso por un lado, y por otro, a propósito de estos cuentos, en la versión original aparecían, entre paréntesis, al lado de cada título, conceptos como ‘la mentira de la fotografía’, o ‘la verdad de la fotografía’. Lo que pasa en los cuentos tiene que ver con esas facetas del oficio, preguntas que uno se hace: si sirve para algo o no, si son verdad o mentira. Preguntas que tienen que ver con lo ontológico-fotográfico, una faceta del libro que me interesa”. “Una ballena en la selva”, el relato que abre el volumen, es también el primero que escribió. Está protagonizado por Walter Roil, un fotógrafo que es invitado por la embajada francesa para hacer una exposición: tras fantasear con París, el hombre se encuentra con una travesía imposible hasta Guyana francesa. “Ese cuento surgió de algo que nos pasó en México a un grupo de fotógrafos: cuando llegamos allá, con Lestido, Travnik y Pintor, nos encontramos con que no había nada, ni luz, nada. Roil es un fotógrafo que yo quise mucho, porque lo había descubierto, cuando hice las fotos para el libro de la Patagonia y nadie lo conocía: sus fotos estaban colgadas en el Automóvil Club de Río Gallegos”.

Decía Pessoa que “la literatura es la prueba de que la vida no alcanza”. ¿Será, en el caso de Zimmermann, la prueba de que la fotografía no alcanza? “La verdad que sí, me hacés una pregunta justa –dice–. Es un poco difícil o duro para decir, pero más allá de que siempre escribí, y de que he escrito textos en mis libros, en los últimos años he escrito más que fotografiado. Y creo que eso se debe también a que tengo alguna sensación de que la fotografía no me alcanza para decir algunas cosas que quiero decir. La verdad es que en todos estos años hice muchísimas fotografías, y su lenguaje tiene un límite para mí. Y está bien que lo tenga, como lo tienen todas las artes. Tengo la sensación de que, como fotógrafo, he dicho todo lo que quería decir sobre la Argentina”.

Martín Gusinde, Dos espíritus protectores junto al Hain. 1923

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