Dom 16.08.2015
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DVD > LA NUEVA PELíCULA DE MICHAEL MANN, BLACKHAT: AMENAZA EN LA RED, UN VERTIGINOSO CYBER-THRILLER

EL MÚSCULO NERD

› Por Mariano Kairuz

Iba a estrenarse en febrero pasado en los cines argentinos pero es probable que su pésima performance comercial en Estados Unidos un mes antes haya desalentado a la distribuidora. Es la primera película como director de Michael Mann en seis años, desde Enemigos públicos (la de Johnny Depp como Dillinger), y como casi todas las películas del responsable de films estilizadísimos como Colateral y Fuego contra fuego, concitó cierto interés e intriga: Mann se estaba metiendo en el territorio tal vez demasiado moderno del cyber-thriller, siempre difícil de representar en el cine. ¿Cómo iba a hacer este obsesivo de la puesta en escena especializado en largas persecuciones en autos, en retratar grandes ciudades contemporáneas con enorme potencia visual, en armar secuencias de acción contundentes y dotar a sus villanos de fuertes personalidades, para mantener la vitalidad de un relato criminal que transcurre en buena medida entre ceros y unos? El resultado de ese desafío se llama Blackhat: amenaza en la red, y ni siquiera la colaboración del director con una estrella joven y en ascenso como Chris Hemsworth, el dios intergaláctico de Thor y Los Vengadores, alcanzaron para llevar gente a los cines norteamericanos; esa semana de enero muchos eligieron inesperadamente Francotirador, de Eastwood. El trato que le dieron los críticos –apenas amable, rescatando algunas cosas puntuales pero mayormente señalando la imposibilidad de divertir con una aventura de hackers– tampoco ayudó.

Sin embargo, algunas revistas especializadas –en cine y en tecnología digital– optaron por someter a Blackhat a otro tipo de escrutinio y, convocando la opinión de conocedores de todos los detalles ligados al cibercrimen, concluyeron que Mann había logrado algo, sino del todo emocionante, nuevo e interesante: la primera película en retratar de un modo realista esa cosa nueva que tiene perplejos y tambaleando a los expertos en seguridad de todo el mundo.

Blackhat (expresión que designa a los hackers que se dedican a vulnerar sistemas informáticos con fines innobles, tales como el terrorismo o robar dinero para sí mismos; en oposición a los “whitehat”) empieza metiéndose en las entrañas de la red, recorriendo como si se tratara de una cámara ultramicroscópica un camino de transistores y electrones que va de una computadora a otra, al interior del sistema, físicamente, como si fuera un cuerpo orgánico, registrando impulsos electrónicos análogos a sinapsis neuronales. Hasta que, de golpe, el sistema de enfriamiento de una planta nuclear en Hong Kong se detiene, se sobrecalienta y estalla, y sobrevienen el desastre y la alarma. No mucho después, la imagen se repite, pero esta vez conduce a las pizarras electrónicas de la Bolsa de Chicago, donde los precios de la soja se disparan hasta el infinito y más allá. Estas dos imágenes, las más abstractas de la película, representan el “código”, la mano virtual, que provocará enseguida efectos terroríficos, bien físicos y reales, en el mundo material. Y este es sólo el punto de partida: desesperados ante la magnitud de estos ataques terroristas, los gobiernos de EE.UU. y China acuerdan una inusual colaboración en materia de inteligencia. El oficial de asuntos informáticos militares, un tal Dawai Chen (Wang Leehom, visto por acá en Crimen y lujuria, de Ang Lee) le insiste a la agente del FBI Carol Barrett, mujer de poquísimas pulgas (Viola Davis), con que deben reclutar al autor original del código que fue utilizado por el terrorista, un muchacho llamado Nicholas Hathaway, que cumple una larga condena por sus propios ciberdelitos, y a quien Chen conoce de la universidad. Cuando llega la hora de ir a sacar a Nicholas de la cárcel, resulta que el nerd en cuestión no es un alfeñique debilucho y anteojudo ni el obeso purulento que nos imaginamos que se esconde obsesiva y peligrosamente detrás de un teclado, sino un tipo alto y musculoso, que estuvo “ejercitando cuerpo y mente” (sic) para sobrevivir a su larga temporada en la sombra (¿?), y que está dispuesto a colaborar a cambio de una reducción de su pena.

No vamos a contar acá las vueltas que da la aventura porque son muchas y algo difíciles de seguir; aunque sí vale adelantar que Mann y su guionista debutante Morgan Davis Foehl se las ingenian para llevar a Hemsworth y compañía de paseo por una intriga internacional que va de Los Angeles a Hong Kong, Malasia y Yakarta (Indonesia) y le permite al director filmar rascacielos, autos y helicópteros, escenas de peleas a puño cerrado en un restaurante coreano, tiroteos con armas automáticas, persecuciones vertiginosas en largos corredores y hasta la conexión sexual interétnica (la misma combinación del encuentro entre Colin Farrell y la incandescente Gong Li en División Miami, la película) entre el protagonista y la bonita hermana de Chen, Lien, interpretada por Wei Tang (también de Crimen y lujuria). E involucrar a la NSA, la Agencia Nacional de Seguridad americana, siempre sospechada de estar ignorando olímpicamente los derechos a la privacidad del resto del mundo, para burlarse de ella, como si se tratara más bien de otro irresponsablemente divertido capítulo de Misión: Imposible, Bond o Bourne.

Y es que parece que no hay manera de transformar en algo excitante la imagen de un grupo de cerebritos tipeando cosas medio ilegibles en computadoras, y todo tiene que volverse, más tarde o más temprano, físico, real, vertiginoso y hasta explosivo, como lo han probado a lo largo de tres décadas películas como Juegos de guerra (1983, con Matthew Broderick), la divertida Sneakers (1992, de Phil Alden Robinson con Robert Redford), las penosas Hackers (1995, con Angelina Jolie) y La red (95 también, con Sandra Bullock); las inevitables Matrix, la no del todo recordada Swordfish (2001, con Hugh Jackman y John Travolta) y Duro de matar 4:0 (2007). Finalmente, no se trata de otra cosa que una historia de espionaje y acción tradicional, con algunos detalles modernos y tecnojerga en medio de piñas y tiros. Del software volvemos al hardware, siempre.

“Es que traducir el proceso de hackeo a algo visual no es sencillo”, dice Mann: “No estoy interesado en quedarme viendo a alguien escribir en una computadora, y creo que a nadie le interesa. Así que lo que hice es básicamente una historia policial; una que transcurre en el bravísimo nuevo mundo en que vivimos, en el que la privacidad ha pasado a ser un mito, aunque no hayamos terminado de tomar conciencia de eso. Es como si estuviéramos en una casa sin puertas ni ventanas en un barrio peligroso y no nos diéramos cuenta. El tema, con los blackhaters, es entender sus verdaderas motivaciones”. El asesor de la película, Kevin Poulsen –editor de la revista especializada en tecnología Wired–, él mismo un convicto por ciberdelitos, avala la autenticidad de la película. “Es el primer cyber-thriller que se mete profundamente con el proceso de hackeo sin volverse bobo, y a la vez logra capturar la naturaleza cruda y despiadada de un tipo de crimen que está orientado, cada vez más, a obtener una ganancia económica.” Y es que de eso se trata, en el fondo, y tan vulgarmente como los crímenes de ayer y de siempre, dice Mann: “Muchas veces los objetivos de estos hackers no son políticos como se cree, sino que son simplemente un modo sofisticado y remoto de hacer dinero. Mucho dinero”.

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