Domingo, 23 de agosto de 2015 | Hoy
LA MUJER DE LOS PERROS
Tres años después de ser filmada y pasar por diversos festivales cosechando elogios y premios, se estrena por fin La mujer de los perros, dirigida por Laura Citarella y Verónica Llinás, y en la que la actriz y ex Gambas al Ajillo interpreta a un personaje solitario que habita una casa en el conurbano, en contacto con la naturaleza y rodeada de unos perros tan protagonistas del film como ella misma. En esta entrevista, las directoras cuentan las muy singulares circunstancias del rodaje y Verónica Llinás reconstruye su derrotero de los últimos tiempos, desde el éxito de su personaje televisivo de Inés Murray Tedín Puch de Arostegui en Viudas e hijas del Rock and Roll hasta esta suerte de regreso al under más independiente.
Por Mercedes Halfon
La mujer de los perros vive en una casa hecha de basura. No es fea, y las cosas no funcionan mal, puede lavar verdura que planta con un dispositivo hecho de mangueras viejas y bidones abollados que contienen agua de un dique lejano al que ella semanalmente acude. La cama, la mesa, la puerta, están hechas con basura y con arte. Esa casa es una mezcla de Juanito Laguna y el Walden de Thoreau, pero ella camina por ahí como una matriarca, como una princesa de los crotos siempre escoltada por una jauría silenciosa de cusquitos. Por lo demás, está sola. En un páramo desolado de la provincia de Buenos Aires, donde si bien se adivinan chicos jugando o algún que otro auto que pasa a lo lejos, ella no habla con nadie. En su exigidísima economía de recursos, no sobra energía ni para un hola.
La mujer de los perros es también el nombre de esta película dirigida a cuatro manos por Laura Citarella y Verónica Llinás, y protagonizada por esta última. Un dúo poderoso que se rodeó de un equipo artístico íntegramente femenino para construir un objeto extraño, único: una película intensamente pictórica, una fábula con salpicones de documental, un film sobre perros con una primerísima actriz mostrando el grado cero de su expresión y que sin embargo nunca se queda quieta, siempre está de aquí para allá. Del mismo modo que su protagonista, la película viene girando por festivales internacionales, incluido el último Bafici, donde Llinás se hizo con el premio a Mejor actriz, y ahora, finalmente, está por estrenarse en Buenos Aires. Más de tres años después de su inicio.
Todo comenzó a partir de un golpe de timón que hizo a Verónica Llinás imaginar un destino distinto para ella como actriz, algo que la llevó también a convertirse en otra cosa, esto es, directora de cine. Verónica cuenta: “Todo nace de una charla con mi hermano Mariano. Yo estaba rechazando y rechazando trabajos y tenía una sensación como de desaparecer. El actor es una acción, si no está en el mercado, se desvaloriza. Entonces, en esa charla me preguntó con qué sería feliz. Yo nunca me había preguntado eso, qué me gustaría hacer. Y enseguida dije: ‘¡Una película!’”. Esa película empezó a gestarse tomando las cosas que tenía a su alrededor y en las que venía reparando desde hacía rato: sus perros, el espacio agreste donde vive en Moreno, y ella misma. “Nunca sé si fue una inspiración repentina o porque iba a ser cómodo para mí no tener que maquillarme, vestirme, ni trasladarme.” De todo eso que la rodeaba se armó un mix que dio por resultado al personaje que encarna: una mujer que vive de la basura, pero que no tiene una mala vida, ni vive en un mal lugar.
En un principio Verónica empezó a escribir esa historia con algunos consejos de su hermano cineasta. Pero rápidamente él decidió dar un paso al costado y sugerirle que la codirigiera con Laura Citarella, la productora general de El Pampero cine y también la directora del bello y sutil filme Ostende. Fue una intuición, con mucho de Roberto Galán cinematográfico: “Al principio lo viví como un despecho, como un se quiere sacar a este plomo de encima” se ríe Verónica: “Pero después fue cuajando la idea, la empecé a conocer a Laura, con quien ¡no fue fácil! Hubo bastante choque porque las dos tenemos personalidades muy fuertes. Somos dos pijas disfrazadas de mujeres. Pero al poco tiempo nos fuimos relajando, dando cuenta de nuestra complementariedad, de que el aporte de ambas era fundamental para hacer lo que queríamos hacer”. Fue el comienzo de una bonita amistad.
La película, obviamente, también está producida por El Pampero cine, del mismo modo como viene haciéndolo desde hace años: total independencia del Estado, aprovechamiento de los recursos disponibles, creatividad. Laura Citarella es precisamente la cabeza detrás de la producción de Historias extraordinarias de Mariano Llinás, El escarabajo de oro de Alejo Moguillansky y la actualmente en gestación La flor también de M. Llinás, entre otras. Ella cuenta: “Es curioso esto que cuenta Vero, que el proyecto nace de lo que tenía a mano, porque es muy similar a como nacen todos los proyectos de El Pampero. Pensando en las herramientas que se tienen cerca para construir un relato. Ostende, por ejemplo, nació de la idea de filmar en el Viejo Hotel Ostende. Y esa independencia que defendemos tanto es una idea que también Vero había experimentado en los 80, en sus épocas con las Gambas. Así como La mujer de los perros vive con lo mínimo indispensable, esta película se hizo con lo mínimo. En la misma sintonía que todas las películas de El Pampero, que generan ideas y concepciones estéticas que tienen que ver con sus sistemas de producción”.
Y una imagen para estas ideas. Mientras todo el proceso de construcción artesanal del mundo fílmico estaba siendo montado, Verónica hacía largas caminatas diarias por los alrededores de su casa en Moreno. Acompañada por sus perros, convirtiéndose ya en lo que sería su personaje. “Empecé a salir, necesitaba que los perros me siguieran por la zona, cimentando el vínculo que después íbamos a filmar. Y veía cosas rarísimas. Un viento que había hecho volar generadores y estaban en el medio de campo. O un carrito de bebé solo, abandonado. O una moto tirada caliente, recién afanada. Algunas cosas que encontraba tiradas me las llevaba para la casa que armábamos. Generé en esas caminatas algo muy intenso con la película. Místico, diría.”
Yendo mucho más hacia atrás en el tiempo, hay que decir que Verónica viene de una familia donde la imaginación, el inventar mundos de la nada, eran el pan de cada día: “De chica, esa cosa de la ilusión del teatro me apareció porque pasábamos mucho tiempo encerrados en nuestra casa con mi hermano Sebastián, creciendo en una familia medio disfuncional. Armábamos unos mundos para sobrevivir al caos, obras de teatro con bosques, princesas y hongos mágicos. Me encantaba poner gelatinas de colores porque daban una sensación rara. La primera espectadora que tuve, que no fueran mis padres, fue Marilú Marini. Era amiga de mi mamá y actriz, entonces un día que íbamos a hacer una obrita con mi hermano, vino. Ella me impresionó mucho. Yo creo que fue una gran inspiradora. Mi mamá me llevó escondida a verla a una obra que era para mayores de 18 años, La Señorita Gloria. Se hacía en un galpón. A mí me impactó porque ella hacía de una maestra castradora, deforme, con esa cara tan plástica que tiene. Me acuerdo que decía: Les voy a enseñar una palabra y escribía ¡Concha! en el pizarrón. Era en los años 70. No se hablaba de concha tan fácilmente”.
Promediando la adolescencia, aconsejada por amigos de sus padres (la artista plástica Martha Peluffo y el poeta Julio Llinás), Verónica estudió algunos años en el taller de Agustín Alezzo. Como todavía era chica, le asignaron tomar clases con otros profesores, pero cuando finalmente le tocó el gran maestro: “Me pareció un embole atómico. Veía a gente sentada en una mesa diciendo textos”. Por esa época, la visión de un mimo eslovaco –Milan Sladek– la hizo inscribirse en la escuela de Angel Elizondo, donde desarrolló su lenguaje corporal y conoció, entre otros, a Omar Viola. Cuando éste puso el Parakultural, Verónica ya había armado un grupo con chicas que se conocían del estudio de Elizondo y de las clases de clown con Cristina Moreira. Hacían un humor aguerrido, guarro, que hasta –pasadas de rosca– se burlaba de la seriedad del feminismo de aquel entonces. Nacían las Gambas al Ajillo. Enseguida se subieron al escenario y no se bajaron más.
Mucho más tarde, muchas películas más tarde, programas de TV más tarde, entre ellos el famosísimo show de Antonio Gasalla por el que Verónica se hizo conocer en todos los hogares argentinos, se llega al año pasado, momento en el cual la actriz volvió a recibir un reconocimiento masivo por su hilarante personaje Inés Murray Tedín Puch de Arostegui, la aristócrata degradada que encarnaba en la serie Viudas e hijas del Rock And Roll. Como si los dos extremos se unieran en Verónica Llinás, como si el under de donde partió volviera a reiniciarse con la independencia de La mujer de los perros, al igual que el brutal reconocimiento del año pasado pareció recrear aquel boom de sus personajes con Gasalla a comienzos de los 90. Ella reflexiona sobre su pertenencia a ambos ámbitos: “Recién ahora me decidí a volver a un trabajo de este tipo. Durante mucho tiempo me sentía más cómoda con que viniera todo hecho, todo montado, que me pagaran bien, que yo no tuviera que preocuparme por nada. Pero recuperé un espíritu que tiene que ver con mi personalidad, pero también de estar en contacto con gente joven como Mariano. Yo creo que lo que le pasa muchas veces a los artistas es que se van encapsulando como en su propio jugo, su propia salsa y ven a los demás que llegan como una amenaza, en vez de ver que pueden sumar. Que es lo que me pasó con esta película: está buenísimo que de pronto se rompa algo así como una coraza que los años de comodidad han formado y uno puede darse cuenta que existe otro campo de pruebas que puede aportar una riqueza y una experiencia extraordinarias”.
Y hoy, nuevamente Verónica se encuentra rodeada de chicas. Hay que decir que La mujer de los perros es por sobre todas las cosas, el resultado estético de un mitin de mujeres puestas al servicio de una historia agreste. Una historia en la que vemos el modo de vida de una mujer sola, voluntariamente alejada de la civilización, en una casa hecha con lo que una ciudad descarta. La mujer de los perros patrulla su zona rescatando envases, cazando pájaros, restos de comida que da a sus perros, un encendedor que le servirá cuando todos sus fósforos estén humedecidos. La forma en que ella, una especie de ciruja mítica, encuentra para sobrevivir, es lo que hace avanzar la película hacia adelante. Una mujer rodeada de perros que son sus guardianes, sus hijos, sus amigos, sus compañeros de ruta. La extrañeza que da que sea precisamente una mujer la que decide apartarse del camino de la sociedad recuerda un poco Sin techo ni ley, de Agnès Varda. Allí Sandrine Bonnaire interpretaba a Mona, una chica vagabunda que era encontrada muerta al costado de un camino en el crudo invierno del sur de Francia. La historia se contaba para atrás, recreando algunos episodios sueltos de sus últimos días. Una historia que no casualmente, también fue captada por un ojo femenino.
En este film, además del dúo de directoras, todo el staff que lo puso en pie es mujer: Soledad Rodríguez que hizo la fotografía y cámara, las hermanas Laura y Florencia Caligiuri que se encargaron del arte, Carolina Sosa Loyola que hizo el vestuario y la maravillosa Juana Molina, que compuso la banda sonora. Citarella dice: “Hubo una expulsión natural del universo masculino. Cada vez que vino un hombre a ayudar, salvo algunos casos excepcionales, no terminaban de interpretar el equipo que habíamos armado. Pasó con algunos rubros como la música o a producción que quisieron sumarse varones y después no fue. Se dio naturalmente así”.
Claro que esta singularidad, volvía el trabajo del rodaje bastante más arduo e incluso incómodo: “Al ser todas mujeres había una fuerza que teníamos que poner nosotras. Sole cargaba la cámara ella sola, no es que tenía una asistente de cámara que se la llevaba. Y había que ir caminando lejos a veces, por zonas de barro, pisar mierda, estar largas horas y después volver. El esfuerzo físico que tuvimos que hacer para llevar adelante la película fue muy grande. Ni hablar Vero, que filmáramos donde filmáramos, tenía que volver caminando porque los perros la seguían a ella”. Verónica acota, mirando a Laura con fingido enojo: “¡Las cosas por las que tuve que pasar...!. Y ella responde: “Por eso siempre digo que de esta película ella es la madre y yo soy el padre. Ella le puso el cuerpo de verdad”.
Porque la película es también un hijo, una nueva entidad, como dice Verónica: “Empezó a tener una vida propia, era un ser con sus propias demandas que había que descubrir. Nosotras teníamos que entender algo de eso que ya estaba”. ¿Cómo captar ese código? Dice Citarella: “Nos organizamos con este equipo que era muy ágil y muy práctico, de hecho bastante cercano a lo que es una estructura de un documental, es decir un equipo muy chico que estaba preparado para improvisar y solucionar. Porque más allá de que estábamos filmando una ficción, el sistema de trabajo tenía que ser un poco así. Había una serie de elementos de la realidad, fundamentalmente el espacio y los perros que no podíamos dominar. Formaban una capa que era totalmente inmanejable. Si no íbamos con un sistema pequeño y gente con la capacidad de saber esperar, entender, con paciencia, no la hubiéramos podido hacer. Eso se armó en este equipo en el que, casualmente, éramos todas mujeres”.
¿Hay entonces algo de documental en La mujer...? Sí. Cada vez que uno de los perros tiene una iniciativa, lengüetea a su dueña, empuja a otro perro, pide comida, es algo que por decirlo de algún modo, ocurre de verdad frente a la cámara. Instantes y acciones que la película registra y que son destellos, huellas de realidad. Los perros son, no hacen de y en esa palpable veracidad de su presencia cinematográfica, crean el tono singular, la nota en la que suena La mujer de los perros. Como si se hubiera encontrado el lenguaje –documental o ficción– gravitando alrededor de esos cusquitos. Mostrados de un modo que quizás nunca antes sucedió en una pantalla grande. Los más improbables de los protagonistas.
Además de los mentados canes, está el entorno social en que tiene lugar la historia. Un conurbano bonaerense que aparece literalmente de lejos, casi la misma distancia que la protagonista toma respecto del centro de la ciudad. Y cuando este espacio urbano y sus habitantes se hace lugar en la imagen, la cámara también toma de ellos unos metros respetuosos, permaneciendo firme en la órbita de los perros y su dueña. “Más que la idea de documental la película trabaja enmarcando la realidad”, reflexiona Citarella: “Digamos: ordenándola para su propia conveniencia. Usando el mundo real, pero que a la vez es tan grande, tan violento y tan inabarcable, que la única manera de acercarse es enmarcándolo en una ficción. No dominando la realidad porque no se puede dominarla, ni imitándola porque tampoco queríamos eso, sino simplemente abrazándola, incluyéndola como contexto de la fábula que estamos contando”.
La mujer de los perros vive en un contacto directo con la naturaleza. No por nada aparece la referencia al Walden de Thoreau, donde el escritor se enfrenta con la utopía y la realidad de vivir en el bosque. La película está dividida en estaciones: en verano la vemos pasearse con soleros arratonados y capturar ciruelas de un árbol; en otoño, preparando su casa cirujera con botellas de plástico, para las lluvias. En el invierno se las rebusca para conseguir velas para poder ver en la cada vez más extensa noche.
La fascinada y fascinante captación del paisaje y los perros vuelve a reafirmar este matiz documental de la película y la necesaria particularidad de las personas que la realizaron. Verónica cuenta de la filmación: “Tratábamos de estar todas muy tranquilas y silenciosas, para que los perros no se excitaran. Las escenas que estábamos durmiendo por ejemplo, eran tiempos y tiempos de esperar que todo se aquietara y ellos se quedaran dormidos conmigo”, Laura completa: “Había que estar un poco en sintonía con la naturaleza, aunque suene cursi, saber esperar. Ser un poco perros, todas, sobre todo ella, claro”.
Por eso, después del registro minucioso del personaje en su ámbito, en sus costumbres, en los objetos cascados que la rodean y de sus amigos cuadrúpedos, veremos también sus escapadas al mundo exterior. La vemos ir a buscar agua al dique con dos o tres de sus canes, ir a conseguir comida, atravesar un bosquecito en busca de algún encuentro amoroso ocasional o entretenimiento en una fiesta de motoqueros. Pero ese ir y venir nunca cansa porque en ese recorrido hay todo un mundo y un tiempo que es narrado. Con planos generales, pictóricos, donde el cuerpo de la protagonista compite con el de los árboles, los perros, algún chico que pasa en bicicleta, el pasto, las flores. “Nos interesaban las imágenes en los planos grandes, porque hay una cosa democrática donde podés ver muchas cosas sucediendo simultáneamente. Después hay muchas capas sumadas en ese plano. Nos gustaba generar imágenes abiertas, más ambiguas, sin dirigir la mirada del espectador. Lo mismo hicimos con el sonido. No están sonorizados los pasos de Vero como para direccionar la mirada. Y yo creo que esa construcción está atravesada por algo de mujer. Esa cosa de no control, no cerrar, me resuena así”, dice Laura Citarella.
No control, no cerrar, mucho menos hablar. La mujer de los perros es un signo de pregunta del que al finalizar la historia no sabemos mucho más que al empezar. Mejor dicho sí, sabemos cómo vive, cuál es su entorno, pero no qué le pasa por la cabeza, cómo es su mundo interior. ¿Y eso importa? ¿En un personaje cuya decisión más radical es ponerse en un espacio diferente del de todos los demás?
Ese es el gran desafío que La mujer de los perros propone al espectador: ponerlo a pensar quién es esta mujer y por qué está donde está. Ella no dice esta boca es mía. Algo que por otra parte, es muy difícil de actuar: “Para mi va a ser siempre una experiencia central en mi vida haber hecho está película, probado una actuación con tal grado de neutralidad. Es un antes y un después. Y es gracioso y rarísimo que me hayan dado un premio a Mejor actriz en el Bafici justo en esta ocasión, siendo que para mí casi no actué. No me sentía actriz para nada, sino más bien un objeto de nosotras las directoras. Un playmóbil que tenemos que hacer pasar por acá”, se ríe Verónica.
Pero en esos planos lentos, largos, amplios, paneos de caminatas por espacios abiertos, se nos da el tiempo de pensar, hipotetizar. Algo similar pasaba con Mona de Sin techo ni ley, de la que varias personas con las que ella se había cruzado en sus últimos días intentaban describirla, predicar quién fue, pero luego se daban cuenta que mucho no podían arriesgar. No podían definirla. Contra esa sugestión, a través de la fascinación que producen los paisajes de los días de la protagonista, nos enfrenta esta película. Una imagen a descifrar, un misterio, como el corazón de esta mujer.
La mujer de los perros estrena el 3 de septiembre y se podrá ver en la Sala Lugones, Av. Corrientes 1530, de jueves a domingos a las 14.30, 17, 19.30 y 22 hs. Y en Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, los sábados a las 20 hs.
Foto de tapa: Nora Lezano
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