Domingo, 23 de agosto de 2015 | Hoy
TEATRO ELISA CARRICAJO Y LISANDRO RODRíGUEZ
En Un trabajo, la obra escrita, dirigida y actuada por Elisa Carricajo y Lisandro Rodríguez, hay dos personajes en un estudio de televisión. Ella es conductora de un programa de trasnoche; él dirige el piso. Y mientras graban, charlan: sexo, dinero y género son los temas que circulan una y otra vez. Ambos se exponen en sus propias contradicciones y prejuicios frente a la construcción de la identidad sexual, la subjetivación y el deseo para desentramar y exponer el lado B del pensamiento biempensante.
Por Agustina Muñoz
En Elefante, la sala de Lisandro Rodríguez, hay un cartel en la heladera del bar: “¿Qué significa cuando un actor dice: ‘bah, es laburo’? ¿Es una excusa ante la vergüenza de un acto, en este caso estar haciendo un trabajo que no es bien visto por los otros pares? ¿Es un autoconsuelo? ¿Una aceptación ante la necesidad de bajar la cabeza para pagar las cuentas? ¿La cruel realidad que nos muestra mucho menos heroicos de lo que creíamos? ¿Una snobeada que tapa un disfrute inadmitido?”. Un trabajo, la obra escrita, dirigida y actuada por Elisa Carricajo y Lisandro Rodríguez se pregunta sobre los límites de nuestros prejuicios, nuestras excusas y nuestra aceptación, y con una contundencia formal y conceptual, y un humor agudo que galopa todo, se anima a abrir preguntas incómodas y espejar situaciones de abuso en las que no es fácil ubicar víctima y victimario al menos que uno culpe al sistema-cultural, económico. Aunque eso mismo ya nos pone entre tremendas paradojas, porque ahí, en el sistema mismo, estamos todos nosotros, más o menos cómplices. Es este punto donde la obra pone su filo, para desentramar y exponer el lado B de todo pensamiento biempensante, para detenerse a responder de verdad esas preguntas sin la comodidad de la autocomplacencia. Porque si no, siempre el violento es otro, el machista es otro, la negadora es otra.
Esta es una obra que surge en un país que tuvo la marcha Ni Una Menos, que es incapaz de clausurar los miles de talleres clandestinos y los prostíbulos que trabajan con víctimas de la trata, un país con una tasa de anorexia altísima, dónde se siguen produciendo publicidades en las que el hombre celebra que su novia se ponga siliconas, y en donde la legalización del aborto está lejos de ser admitida. Así planteado, parece que se tratara de una obra políticamente correcta que se propone hablar de varios “grandes temas”; sin embargo, es todo lo contrario, es una obra lúcida y agudísima en la que un hombre y una mujer mantienen una larga conversación en su lugar de trabajo.
Un trabajo muestra a una conductora de televisión que habla sola ante las cámaras como en esos programas de trasnoche donde hay que llamar para ganar premios. La conductora (Elisa Carricajo) no convoca a telellamadas sino que cuenta ante diferentes cámaras la noticia de un hombre que se sometió a una operación para poder engendrar a un hijo. ¿Está mal que este hombre use la ciencia para cumplir su deseo?, se pregunta. El programa es grabado, y el encargado de las cámaras (Lisandro Rodríguez, quién actúa toda la obra desde un escritorio en el hall del teatro) es el único con quien ella interactúa, aunque solamente sea una voz que le pide que repita un texto, que se ponga más de frente, pero que también le cuenta cosas íntimas. El la ve, pero ella no. Ella, lo vemos en los cortes, es alguien con muchas opiniones e información sobre la noticia que cuenta, sin embargo, solamente repite el texto, de memoria como si fuera una modelo, a nadie le importa lo que ella piense. A nadie le importa tampoco lo que piense él, no importa su criterio, solamente vuelve a grabar cuando la máquina tira “error”. Hay algo de alienación y desesperación en la soledad de ese estudio, un limbo en el que esos dos se encuentran a grabar noticias de biopolítica mientras ella declara que no sabe si quiere tener hijos, y él asume que no reconoce a una que tuvo hace algunos años; mientras, un tal Peter, en algún lugar mundo, se está por implantar ovarios.
En un momento de la conversación que mantienen en los intervalos de la grabación, hablan de la posible dignidad de la prostitución, él le pregunta a ella si se prostituiría, que por cuánta plata. Sexo, dinero y género son temas que circularán una y otra vez; y lo interesante es que lejos de todo estereotipo, no hay un discurso que porte ella y otro él sino que ambos se exponen en sus propias contradicciones y prejuicios frente a la construcción de la identidad sexual, la subjetivación y el deseo. La conversación sigue, se vuelve personal, perversa, hilarante, escala y reverbera todo el tiempo en múltiples planos, haciéndonos revisar una y otra vez nuestros pensamientos; y mostrando lo complejo de las ‘posiciones’, lo engendrada que está la violencia en los roles sociales y la tristeza inmensa que produce el encontrarse encarnándolos a nuestro pesar.
Como en las obras anteriores de Carricajo, se trata de un mundo donde la ciencia ha avanzado sobre los cuerpos, estallando la idea de género, de edad, de familia y de lo llamado “natural”. Es un futuro cercano, distorsionado, más tecnologizado, pero a la vez, igual. Pero esa distancia que produce da el aire necesario para poder observar, para no sentirse señalado ni retratado. Es valiosísimo el encuentro con Rodríguez: la obra es un diálogo y fue también creada así, por eso es tan inesperado lo que sucede, como si las ideas que se discuten hubieran ido y venido muchas veces y el texto fuera el resultado de ese intercambio, de esa puesta en riesgo del propio pensamiento, de exponerse ante otro en las inseguridades y la propia monstruosidad. La forma de la obra, ese transcurrir textual solamente interrumpido por la grabación del programa, es descarnado con sus personajes, sobre todo con el de Carricajo, que está expuesto todo el tiempo: sus gestos y su cara mientras piensa y recibe la voz de Rodríguez. Lograron una obra cuyo mecanismo es indisociable de su contenido y de su tono, admitiendo mucho humor, absurdo, delirio y una intención fuerte de abrir el debate, el juego del pensamiento. El espacio de Matías Sendón hace material no solamente la alienación y la sensación de futuro sino la idea del cuerpo como superficie a la que la violencia cultural va dirigida. Cuando Elisa está sola parada en el estudio, rodeada de cámaras minúsculas a las que les repite textos estudiados en un tono sexy, vemos a una mujer que no condice con la que habla en los cortes, inteligente y de voz más grave. Dice que le gusta su trabajo, podría decir de él: “...es un laburo”, excusándose, o tal vez admitiendo que sí, que actúa de objeto y que no está del todo mal, que podría estar peor.
Un trabajo se puede ver los lunes a las 21 en Elefante Club de Teatro, Guardia Vieja 4257. 4861-2136.
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